La música: “Kiss me” de Sixpence None the Richer
Llevo baldado la semana entera, y todo por meterme donde no me llaman. La cisterna del baño perdía un pelín de agua (lo que se dice un pelín; una gota cada 45 segundos, cronometrados) y me puse a trajinar con el mecanismo. No me preguntéis qué postura cogí; el caso es que de repente ¡zas! en el riñonar y lumbago al cante. La cisterna, no hace falta ni decirlo, se quedó hecha unos zorros y no ha habido más remedio que traer un fontanero para que la dejara en condiciones.
Así que han sido unos días de intentar recuperar la verticalidad, y de aguantar las chanzas de mi hijo (“¡Gollum! Mi tesooorooo”). También con su parte positiva, que así pude escaquearme de una multitudinaria reunión familiar en un temible dúplex (otro día os explico por qué) que mi suegra tiene en la playa. Me sorprendió, y agradecí, que algunas cuñadas me llamaran para interesarse por mi estado, porque yo nunca tengo esos detalles y tampoco es que me hubiera dado un infarto. Sí, la vida del convaleciente tiene sus compensaciones, que me retrotraen a tardes griposas sin cole, en las que mi padre trasladaba el televisor en blanco y negro del salón a mi habitación y mi madre me traía un vaso de leche caliente con galletas para merendar, y me besaba suavemente en la frente para calcular a cuánto me había subido la fiebre.
“Kiss me” es la canción recomendable para este tipo de momentos, y sobre todo para este tipo de besos. No en balde los artífices de Sixpence None the Richer, Leigh Nash (la cantante) y Matt Slocum (guitarra y compositor), se conocieron en una reunión parroquial. Pues sí, chicos, no todo ha sido sexo y drogas en el rock & roll. Os recomiendo que busquéis el vídeo de la canción, con los cinco miembros del grupo apretujados en un pequeño banco bajo la luz de las estrellas. Confianzas, las justas: las manos bien a la vista, el corte de pelo de Leigh es de lo más ñoño, el vestido le llega a los tobillos y luce un forro de medio centímetro de espesor. A pesar de ello (o a lo mejor precisamente por ello) la chica está absolutamente adorable, y besuqueable, y de hecho es besada de vez en cuando por sus colegas, eso sí, nada más que en los siguientes precisos lugares: ambas mejillas, la mano derecha y la coronilla.
Pues sí, chicos, no todo tienen que ser, ni deben ser, besos de tornillo. Que, por otra parte, y sin las debidas precauciones, pueden llegar a acarrearte unas complicaciones cervicales que ríete tú de mi lumbago.
Kiss me / Sixpence None the Richer
Kiss me / Sixpence None the Richer letra y traducción
Antes de que os lancéis como locos a por la discografía de Sixpence None the Richer en busca de más “Kiss me”, ya os prevengo: salvo que seas un supergrupo, y Sixpence None the Richer ciertamente no lo es, canciones como esas no te salen más que una vez en la vida. Aun así, conviene darle una oportunidad a Divide discontent (2002), su mejor trabajo, y en especial a Breathe your name, A million parachutes y Melody of You: sólido trabajo a las guitarras y unas gotitas de pop melódico para sacar ventaja de la voz de caramelo que Dios dio a Leigh Nash. Como esto del rock cristiano saca a algunos de sus casillas, debo poneros al tanto de la temática de las tres canciones, que va desde una oración sin más hasta una especie de salmo al estilo de los que escribía el rey David, pasando por los pensamientos de soledad y esperanza de un anciano que ve acercarse el final. En realidad todo es bastante elíptico, y si no estás avisado lo normal es que no te des ni cuenta; de hecho, en otra de las canciones del disco musicalizan versos de un poeta tan notoriamente ateo como Pablo Neruda. El pecado más execrable de su carrera ha sido, sin ninguna duda, versionar “Dancing queen” de los intolerables ABBA. Suerte tienen de que la misericordia del Señor no conozca límites.
Justamente hoy mis padres celebran sus bodas de oro. Les dediqué una entrada hace un año por estas fechas, así tampoco hace falta abundar en lo que dije entonces. Tan solo muchos, muchísimos besos, y gracias; gracias por la tele, por las galletas, y por todo lo demás.
Hay tres enfoques principales, o “escuelas”, a la hora de encarar la composición de un problema de ajedrez, aunque no agotan ni mucho menos todas las posibilidades ni tampoco se excluyen entre sí. Dos de estas escuelas, la bohemia y la lógica, ya han aparecido en alguna ocasión en este blog. La tercera tampoco nos es desconocida (Comins Mansfield, sin ir más lejos, fue uno de sus grandes impulsores) pero hoy os hablaré de ella con más detalle.
Los problemas de la escuela estratégica se distinguen por engarzar armónicamente una o varias ideas del vasto acervo de la composición (clavadas, interferencias, baterías, bloqueos…) configurando un tema con ellas. Estos problemas suelen exhibir un buen número de variantes, y cada una de ellas enfoca el tema en cuestión de un modo específico; y es mediante su conjunto como se logra el efecto artístico, un poco a semejanza de lo que ocurre con las “variaciones sobre un mismo tema” en la música clásica. Casi siempre son problemas breves (mates en 2 y 3) porque los temas no precisan muchos movimientos para definirse y cuanto más largo es el problema más difícil le resulta al compositor controlar más de una línea de juego. Un rasgo importante de los problemas estratégicos es su unidad, es decir, que haya el menor número posible de variantes laterales (no relacionadas con el tema), aunque por lo general es imposible desterrarlas por completo; vendría a ser el equivalente a la “pureza de objetivos” de la escuela lógica.
La manera de construir este tipo de problemas ha evolucionado con el paso de los años. Clásicamente las variantes solían desplegarse tras la clave (en la jerga especializada a esto se le llama el juego real); así ocurre, por ejemplo, en el problema de Mansfield que os mostré el pasado junio. Poco a poco fue haciéndose más habitual involucrar las otras fases del juego en su diseño: tales son el juego virtual (el que se desarrolla tras un ensayo, o “casi solución”, del problema) e incluso el juego aparente (el que se daría si fuera el negro quien tuviese que mover primero).
¿Liados? En cuanto echéis un vistazo al tema Zagoruiko, una de las aportaciones más importantes e influyentes al arte problemístico de la segunda mitad del siglo XX, se os aclararán todas las dudas. En un Zagoruiko (así bautizado en honor de su creador, el compositor soviético Leonid Zagoruiko) dos defensas negras se continúan de diferente manera en tres fases distintas del juego. Para no enredar más las cosas he elegido un ejemplo muy básico (los hay con más defensas y/o más fases, o que mezclan otros temas) pero de una singular belleza. Se lo debemos a Byron Zappas (1927-2008), profesor universitario de Economía y único, hasta la fecha, gran maestro de composición griego. Publicó unos 400 problemas, de corte estratégico en su mayoría; la mitad de ellos fueron reconocidos con premios o menciones honoríficas.
Lo que distingue el Zagoruiko de Byron Zappas de los demás son las respuestas del blanco que inician las variantes esenciales del problema. Son en todos los casos movimientos del rey, que se ordenan pulcramente en diferentes columnas según la fase del juego de la que se trate. Mismamente como si el compositor heleno hubiera querido hacer un guiño a la sobria y rotunda elegancia del Partenón.
Problema de B. Zappas, Probleemblad 1983
Zappas fue un compositor excepcionalmente talentoso y versátil, y sus creaciones más inspiradas combinan gran originalidad y un rico juego estratégico. Os invito a corrobarlo en sendos mates en 2 publicados en The Problemist en 1983 y 1988 y recompensados con primeros premios. El primero es una notable vuelta de tuerca al tema Rukhlis, otro referente del moderno problema estratégico del que si puedo me ocuparé en alguna ocasión. El segundo, verdaderamente ingenioso, presenta una posición con tres ensayos relevantes, diferentes movimientos del mismo caballo. Estos ensayos involucran de manera cíclica tres amenazas a, b y c, es decir, el primero b y c, el segundo c y a, el tercero a y b. Los ensayos se refutan con adecuadas movidas A, B y C de una torre. Tras la clave, que es un cuarto movimiento del caballo, las defensas A, B y C se contestan con los mates a, b y c, respectivamente.
Pero sin duda la más celebrada aportación de Zappas es el tema que lleva su nombre, aparecido por vez primera en O Pyrgos, 1976, también en forma de mate en 2. Una casilla de escape del rey negro está controlada por tres piezas blancas. De nuevo hay tres ensayos que nos interesan; en cada uno de ellos una pieza distinta pierde el control de la casilla, lo que aprovecha el negro en su defensa para neutralizar a las otras dos y salvarse llevando a su rey a la casilla de marras.