Fue Hans von Bülow, el célebre director de orquesta, el que acuñó lo de “las tres bes” y “la sagrada trinidad” para aglutinar a quienes consideraba los grandes pilares de la música: Bach, Beethoven y Johannes Brahms. Una obvia exageración en lo concerniente al tercero, con independencia de que este sea uno de los sobresalientes del diecinueve, aunque von Bülow lo decía en parte para fastidiar a Wagner, que le había sisado (y hasta embarazado) a su mujer. Wagner, en efecto, se había erigido en el líder de una moderna generación de compositores que reivindicaba el reemplazo de las estructuras musicales clásicas por otros formatos, como el poema sinfónico, más afines al espíritu de los nuevos tiempos; Brahms, en cambio, defendió a ultranza las formas clásicas, que juzgaba perfectas, durante toda su carrera. La diferencia de enfoque era también conceptual: al romanticismo furibundo y personalista de Wagner y Liszt, Brahms oponía una visión mucho más racionalista de la composición, ajena a modelos literarios y turbulencias autobiográficas.
Turbulencias, por cierto, que no escasearon en su vida, y entre las que es inevitable destacar su embelesamiento (no está claro si solo platónico) por Clara, la esposa —catorce años mayor que Johannes— de su grillado mentor Schumann. La compleja relación se prolongó durante décadas, con algunas interesantes variaciones (durante una temporada anduvo prendado de Julie, una de las hijas (!!!) de los Schumann). Incluso en 1893, ya sesentón, le dedicó uno de sus últimos trabajos, las Seis piezas para piano, op. 118, del que he extraído su emotivo intermezzo en la mayor. Sería todo lo racionalista que se quiera, pero si esta pieza no rezuma amor del primero al último pentagrama lo disimula de escándalo.
Sechs Klavierstücke – Intermezzo in A-Dur / Johannes Brahms
Sechs Klavierstücke – Intermezzo in A-Dur / Johannes Brahms
Piano: Murray Perahia