PLANTEAMIENTO: Había un patio en mi colegio donde solía jugar al fútbol con los amigos. Un muro de ladrillo macizo lo separaba de la casa de uno de los avatares imprescindibles de mi panteón infantil, un viejo cuyo nombre ignoré siempre pero al que todos apodaban el tío Jumero. A lo mejor ahora le hubiéramos llamado el tío Freddy Krueger, porque tenía la desagradable costumbre de devolvernos rajadas cuantas pelotas caían al otro lado de la valla; y en los tiempos aquellos, en que hubieras cambiado sin dudar a tu hermano pequeño por un balón de reglamento, verlo regresar despanzurrado (hablo del balón) era como que te sacaran a ti las mismas entrañas.
Un aspecto interesante del asunto es que la casa del tío Jumero ocupaba el centro de una parcela de cierta amplitud, con lo que distaría unos treinta metros o así del muro. Como este no era muy alto, era posible encaramarse y valorar el riesgo de saltar a su propiedad a recuperar el balón, riesgo que básicamente consistía en: a) que apareciera el tipo navaja en ristre; b), y todavía más peligroso: que fueran sus perros los que salieran. Yo nunca osé hacer cosa tan suicida, pero había héroes dispuestos a todo por otro cuarto de hora de partido. Al fin no era más que un solitario, insomne y amargado anciano, más digno de lástima que de espanto; pero cuando regresaban con el esférico grial, ufanos como pavos, los aclamábamos lo mismo que si hubiesen burlado a la jauría infernal de Satanás en persona, o como mínimo de su abuelo.
NUDO: El otro día regresaba por una peatonal a casa, apurando los últimos minutos de mi hora de footing, cuando de improviso siento en la pantorrilla el húmedo contacto de un hocico; el clásico perrillo malcriado que no levanta un palmo del suelo pero se cree el rey del mambo. De mis matinales futboleras junto a la Mansión del Terror me ha quedado una aversión freudiana al supuesto mejor amigo del hombre, así que me freno y le digo a su ama, una zanguanga que rondaba la treintena y con aire de estar tan maleducada como su mascota: “Quítame al bicho este de encima, por favor”. “¡Chipi, ven aquí!” (lo llevaba sin correa, claro). Reanudo la carrera y otra vez el perro encima. Esta vez me paro en seco y, para mi estupefacción, directamente de esa parte reptiliana del cerebro que ha sobrevivido impertérrita a eones de evolución, me sale lo siguiente: “Como se me vuelva a acercar le arranco la cabeza de un puntapié” (ojo a las connotaciones balompédicas del concepto, también de lo más freudianas). “¡Pero si no hace nadaaaa!”. Arranco de nuevo y venga, otra vez la pestilencia pisándome los talones. Y entonces me giro y soy yo el que echa a correr detrás de él. El chucho, al que de repente le ha caído el cielo encima, huye entre gemidos brincando como un conejo, y gozo persiguiéndolo un ratito mientras la zanguanga se cae por fin del guindo y vomita las amígdalas (¡¡¡¡Chiipíííííííí!!!!). Quien nos viera desde el balcón se tuvo que tronchar de la risa, pero me da igual: en mi interior, como en el de la mayoría de vosotros, y no me lo neguéis, se agazapa un tío Jumero deseando rajar balones.
DESENLACE: Ludwig van Beethoven es el tío Jumero por excelencia de la música clásica. Tenía un temperamento tan terrible que una vez volcó su plato sobre la cabeza de un camarero que se había equivocado al servirle. Y en otra ocasión, enfadado porque la orquesta no atinaba con sus demandas, gesticuló con tal violencia que tiró al suelo, además de los candelabros que había sobre el piano, a un niño que sostenía otro a su vera. Era tan ingobernable que el archiduque Rodolfo de Austria, su principal valedor y mecenas, no tuvo más remedio que eximirlo de respetar las reglas de etiqueta de la corte.
Jumerismo a ultranza, el de Beethoven, aunque bastante más justificado que el mío, eso hay que reconocerlo. He aquí un versión fragmentada de su célebre testamento de Heiligenstadt; cualquiera diría que solo tenía 28 años cuando lo redactó.
Heiligenstadt, 6 de octubre de 1802
Para mis hermanos Carl y Johann van Beethoven:
¡Oh, hombres que me juzgáis malevolente, testarudo o misántropo! ¡Cuán equivocados estáis! Desde mi infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno sentimiento de bondad, pero hace ya seis años en los que me he visto atacado por una dolencia incurable, agravada por médicos insensatos. Nacido con un temperamento ardiente y vivo, hasta inclusive susceptible a las distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en soledad. Cuando en algún momento traté de olvidar, oh, cuán duramente fui forzado a reconocer la realidad de mi sordera. Para mí era imposible decirle a los hombres “¡habla mas fuerte!, ¡grita!, porque estoy sordo”. ¡Ah! ¿Cómo era posible que yo admitiera tal flaqueza en un sentido que en mí debiera ser mas perfecto que en otros, un sentido que una vez poseí en la mas alta perfección, una perfección tal como pocos en mi profesión disfrutan o han disfrutado? Oh, no puedo hacerlo. Entonces, perdonadme cuando me veáis retirarme, pues yo me mezclaría con vosotros con agrado; pero debo vivir como un exiliado. Si me acerco a la gente un ardiente terror se apodera de mí, el miedo a que mi condición sea descubierta. Algunas veces quebré la regla, movido por mi instinto sociable, pero qué humillación cuando alguien se paraba a mi lado y escuchaba una flauta a la distancia, y yo no escuchaba nada, o alguien escuchaba cantar a un pastor, y yo otra vez no escuchaba nada. Estos incidentes me llevaron al borde de la desesperación, un poco más y hubiera puesto fin a mi vida. Solo el arte me sostuvo: ah, parecía imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir. Por ello soporté esta existencia miserable, y espero que mi determinación permanezca firme hasta que a las inexorables parcas les plazca cortar el hilo.
Oh, hombres, cuando algún día leáis estas palabras, pensad que habéis sido injustos conmigo.
Ludwig van Beethoven
Como es de sobra conocido, el artista se sobrepuso a tan severas limitaciones hasta erigir uno de los legados musicales más apabullantes de todos los tiempos. Puede que demasiado apabullante, si necesitáis mi opinión, pues esas turgencias sonoras copa H, el ta-ta-ta-taaán de la Quinta y demás, me intimidan sobremanera; siempre las preferí menudas y en su sitio, las turgencias sonoras digo. De ahí que mi pieza favorita de su repertorio sea la atípica Sexta sinfonía, donde por una vez en la vida se deja los cañones en casa y da rienda suelta a su vena más hippie y montaraz. A pesar de su (merecida) fama de ogro, Beethoven adoraba la Naturaleza; nada lo deleitaba tanto como caminar por los campos y disfrutar de las flores, los arroyos y el cielo azul, pues solo así conseguía olvidarse de su sordera y sentirse en paz. Casi me los imagino al tío Jumero y a él codo con codo, de pícnic una tarde de verano, ventilándose una tortilla a la sombra de un haya bien frondosa. Y con el machete listo por si a algún bichejo cansado de vivir se le ocurre olisquear su fiambrera.
Sinfonie Nr. 6 – Szene am Bach / Ludwig van Beethoven
Sinfonie Nr. 6 – Szene am Bach / Ludwig van Beethoven
Orquesta: Staatskapelle Dresden; dirección: Sir Colis Davis
Streichquartett Nr. 13 – Cavatina / Ludwig van Beethoven
Streichquartett Nr. 13 – Cavatina / Ludwig van Beethoven
Kodály Quartet: Attila Falvay y Tamás Szabo, violines; Gábor Fias, viola; György Éder, violonchelo
“Septett in Es-Dur op. 20 – Tempo di minuetto” (1799), “Klaviersonate Nr. 14 – Adagio sostenuto” (1802) y “Klavierkonzert Nr. 5 – Adagio un poco mosso” (1811).
Beethoven no me gusta mucho; esa es la verdad. Hace años se le consideraba el mejor músico que había existido, y se editaron todas sus sinfonías en unos “longpléis” enfundados en una decoración de fondo blanco con la silueta del compositor; sirvieron de banda sonora de La naranja mecánica; y conocieron múltiples y aberrantes versiones, entre las cuales, algunas pestilencias hechas con el Himno de la Alegría llegaron a provocar el vómito en muchas personas de buen gusto.
¿Cómo lleva el Veranito, Música y ajedrez de diez?
Reciba un cordial saludo.
Más interesante resulta lo del Tío Jumero, sí, señor; una especie de “Conserje Cacatina”, ¿y quién no habrá conocido a alguien así? No me resultan demasiado simpáticos estos odiosos personajes: anatema contra ellos.
planteamiento y nudo se necesitan. son complementarios. cada uno sitúa el origen del sistema donde le satisface.
el problema es el desenlace. si alguien me pregunta por la música que me llevaría a una isla desierta, sin duda lo primero es los últimos cuartetos de Beethoven. sobre ellos creo que está forjado el verdadero testamento. no encuentro palabras para describir las emociones que me producen cada vez que los escucho.
desconocido háster si los aguantas jamás te arrepentirás.
para empezar no viene mal el comienzo de la película copying beethoven y disfrutar de la película el ultimo concierto. a late quartet de 2012 como le gusta a v.
Estoy más con Háster que con Ruperto en este asunto. Es verdad que los últimos conciertos de cuerda tienen momentos sublimes, la Cavatina sin ir más lejos, pero en general me producen más desasosiego que otra cosa. No precisamente la música ideal para escuchar en una isla desierta, me parece a mí, a menos, claro, que quieras reunir valor para lanzarte por un acantilado. 🙂
Pues yo, si puedo, voy a hacerle caso a Ruperto, y a escuchar los últimos cuartetos de Beethoven, porque desconozco tales piezas, y nunca vienen mal nuevas audiciones, y pues él las recomienda con tanto ahínco, que incluso a una isla desierta las llevara. Pero, ¿quedarán buenas islas desiertas aún -como las de esos fondos de pantalla de Bahamas-, sino inhóspitas, frías e insoportables? No creo, ¿eh? Por quedar, esta crisis no ha dejado ni resto de eso. Y así, hoy, sólo los grandes especuladores que han medrado con los productos financieros y sus rescates, tienen acceso, a bordo de sus blancos yates, a islas bonitas de soleadas aguas azules y servicio de bar. El resto, los que pagamos la crisis, ya no podemos mantener dos casas -como hacían nuestros padres y los compañeros que se divorciaban- sino que además procuramos no poner mucho el aire acondicionado, para que las próximas facturas energéticas no nos lancen a la quiebra. Y perdónenme por estas tristes palabras, pero es que hoy he estado echando cuentas…