Venga, conspiranoicos, ¿qué aburrimiento es eso del virus escapado de un laboratorio de Wuhan? Vosotros podéis hacerlo muuucho mejor. Empezad planteándoos lo siguiente: ¿qué tipo de vida extraterrestre será la primera que descubramos? Pues, sabiendo que un 80% de la terrestre es unicelular, descartad alienígenas de ojazos azules que añoran su cassssa; se tratará, con toda probabilidad, de alguna clase de microorganismo ubicado en los confines de la atmósfera, evolucionado a partir de cierta bacteria primigenia, a saber de qué inconcebible modo, tras eones de radiación cósmica. La siniestra administración estadounidense tiene seguro sondas en órbita a ver si pesca alguno, con la indudable intención de reciclarlo como arma biológica; y no sería de extrañar, pero para nada (más con la de chatarra espacial y meteoritos que rulan por ahí arriba), que alguno de estos satélites se desmandara y se estrellara con su ominoso pasajero sobre alguna indefensa ciudad.
En fin, la buena noticia es que la ciudad (Piedmont, Arizona) es un remoto pueblucho de solo 48 habitantes; la mala, naturalmente, que la palman todos, la mayoría en cuestión de segundos, unos pocos suicidándose de maneras bastante pintorescas. Bueno, todos no; por algún inexplicable motivo, un abuelete adicto al garrafón más infecto y un inconsolable bebé han sobrevivido indemnes al mortífero bicho. Pero tranquilos, todo está controlado: hay una bomba atómica en camino para desinfectar la zona a conciencia; y en unas instalaciones supersecretas del Gobierno, bajo draconianos protocolos de seguridad, un brillante equipo de científicos investiga el microbio para desentrañar sus misterios. ¿Qué podría salir mal?
Redactado al modo de un dosier técnico-periodístico que mezcla ciencia completamente sólida y pseudojerga de lo más plausible —incluyendo páginas y páginas de bibliografía espuria—; relatado con un admirable sentido del ritmo y del suspense, que la aparente aridez del material no hace sino exacerbar; y cerrado con un desenlace que puede parecer anticlimático pero posee la contundencia lógica de un teorema (insinuado muchas páginas antes, como en los whodunits de ley), La amenaza de Andrómeda inaguró un subgénero enteramente nuevo de la narrativa de ficción, el techno-thriller, que fusiona elementos de ciencia ficción dura y la novela de detectives. Escribiría después otros más gordos, en varios sentidos de la palabra (Parque Jurásico, por ejemplo), pero este es el libro de Michael Crichton que hay que leer.
La amenaza de Andrómeda
The Andromeda strain (original en inglés)
Si seguís aquí, conspiranoicos, haríais muy buenas migas con Alexander Kazantsev y su fantástica teoría del “bólido de Tunguska”, otro caso célebre de tropa alienígena despachurrada contra la Tierra de la peor manera (y veríais, ya que estáis, un estupendo estudio que arranca con una lluvia de estrellas y colapsa a lo supernova). En realidad, la distinción entre vida terrestre y extraterrestre podría ser esencialmente superflua, al menos si compramos la teoría de la panspermia, donde los cometas hacen el papel de enormes espermatozoides, rebosantes de protomateria orgánica, a la búsqueda de ovulazos (léase planetas) en los que incrustarse. (No, esto no es un invento de Kazantsev. Es científico. Ya sé que no lo parece. Pero lo es). Visto así, y poniéndonos líricos, la estela de diamantes que derrama a su paso el cometa de santa Judit tendría un valor si cabe más incalculable; visto así, porque si lo vemos en plan La amenaza de Andrómeda, y ya costaba trabajo dormir a ese crío…