No solo el primero que se escribió de la lista, también el primero que leí, tendría unos diez años como mucho. Como evidencian los otros noventa y nueve de la serie no se sobrevive a una experiencia así, a esa edad, sin secuelas. Quizá inspirado por los truculentos sucesos del famoso motín del HMS Bounty, a Poe se le antojó escribir una novela de aventuras marineras, pero había demasiados delirios y obsesiones en su genial mollera como para que cupiesen en el formato. En efecto, Poe somete al joven Pym, polizón a bordo del Grimpus, a un catálogo de atrocidades que inspirarían compasión hasta al inquisidor más retestinado: hambre, sed (esto con especial insistencia), ahogamientos, ataques de perros medio rabiosos, enterramientos en vida, tiburones, canibalismo… De vez en cuando, el autor se (nos, le) da un respiro y explica, con precisión científica, el correcto amarre de la carga en un mercante o las peculiares sinergias entre pingüinos y albatros antárticos. ¿Un truco para dar verosimilitud al relato? Qué risa. Al cabo su desquiciamiento congénito, como no puede ser de otra manera, suelta amarras, y de algún modo Arthur pone rumbo a un polo sur de pesadilla repleto de salvajes y aguas hirvientes. El final no-final, rubricado por ese ¡Tekeli-li! que décadas más tarde descifraría otro cósmico tarado, H. P. Lovecraft, sigue siendo uno de los más irritantes y mágicos de la historia de la literatura.
Narración de Arthur Gordon Pym
Narrative of Arthur Gordon Pym (original en inglés)
Aunque bostoniano de nacimiento, Poe se educó en Richmond, en la sureña Virginia. Cómo no acordarse, entonces, del más célebre ajedrecista a ese lado de la línea Mason–Dixon, tan talentoso y malogrado, por cierto, como él. Hablo, naturalmente, de Paul Morphy. Escuchar a Mark Knopfler nunca es tiempo perdido, ya que ha salido el tema, pero la recomendación musical canónica, tratándose de Poe, es obviamente “To one in paradise”, por algo la añadí el mes pasado a la colección.