Las esencias están bajo sospecha. Hoy lo que se lleva es el mestizaje, la fusión, la interdisciplinariedad, lo DiverXO. Pero entre abucheo y abucheo al himno en la Copa del Rey, que no se nos olvide que siempre existirán perros y gatos, agua y aceite, maridajes blasfemos que ofenden a la ley natural, la cordura y al mismo tejido del espacio-tiempo: el día que Tarantino filme para la Disney no vuelvo a pisar un cine; antes me cortarán las pies que ponerme sandalias con calcetines; y ni siquiera dieciséis estrellas Michelin dan derecho a echarle wasabi al cocido madrileño.
Incluso en la música, donde la promiscuidad estilística ha sido moneda común del siglo XX para acá, subsiste un tabú sagrado que no debería transgredirse jamás: mezclar clásica con jazz. ¿Cabe concebir cosas más distintas? Quizá sea el jazz el regalo más notable que la raza negra ha hecho a la cultura occidental, por el contrario la música clásica es un invento caucásico de pe a pa. Las armonías del primero bebieron por décadas de la sangre, el semen y las lágrimas derramados en las plantaciones de Norteamérica; en Europa, mientras tanto, las orquestas deleitaban a las clases altas en elegantes salones y teatros. Despoja al jazz de la improvisación y lo dejarás en paños menores, pero agradezcamos a los compositores clásicos la pulcra pericia con que transportaron sus obras al papel pautado, pues de otro modo hoy nos sería imposible disfrutar de Bach, Mozart o Chopin.
No, nadie debería mezclar clásica y jazz, y a las pruebas me remito. Si ya la “Rhapsody in blue” de Gerswhin (esencialmente una obra sinfónica por más que incorpore algunos efectos jazzísticos) o el “Clair de lune” de Glenn Miller (una relectura de la célebre pieza de Debussy al gusto de la Big Band Era) resultan como poco discutibles, ¿qué esperar de lo que el compositor y musicólogo Gunther Schuller bautizó como “third stream” —“tercera vía”—, es decir, composiciones estrictamente equidistantes entre ambos géneros? Horrores sin cuento, lo más probable, por mucho que el pedante crítico de turno los ensalce de vez en cuando. Escuchad la “Suite Thursday” de los intocables Ellington y Strayhorn, por ejemplo: dudo que repitáis.
Más de uno ha transitado por la traicionera tercera vía, a pesar de los pesares, y nadie se la pateó con más ahínco que The Modern Jazz Quartet. Objetivamente disponían de las credenciales óptimas para hacerlo: su pianista e ideólogo, John Lewis, se había formado a conciencia en ambas modalidades desde niño y estaba a partir un piñón con el mencionado Schuller, la sección rítmica de Percy Heath y Connie Kay era tan eficiente como un motor japonés, y para remate contaban con las relucientes mazas de Milt Jackson, el otro gran vibrafonista de la historia del jazz. Cuando interpretaban composiciones más o menos convencionales su sonido era tan personal como satisfactorio: preciosista y bastante chic, casi afrancesado. Respecto a lo otro, ¿triunfaron donde los demás habían fracasado? Bien, digamos que si hubiera un incendio en casa no es su álbum Third stream music el primero que salvaría de mi colección.
Con todo admitiré que al menos una vez, en concreto con “Vendome” (dedicada a, o inspirada por, la famosa plaza parisina del mismo nombre), lograron cuadrar el círculo. Es muy instructivo escuchar las dos versiones que grabaron de la pieza: mientras que la de 1952, prácticamente su debut discográfico, transcurre espontánea y relajada, la de Pyramid (1960) apuesta por una concisión claramente más medida, como si hubiesen intentado escalar el intimidante Mont Blanc de Schuller por ambas vertientes. (Existe hasta una tercera versión de 1966, interpretada mano a mano con The Swingle Singers, unos vocalistas galos que hicieron carrera en el pop tarareando prácticamente a capella cuanto les ponían por delante, ya fuera Mozart, los Beatles o Irving Berlin, pero el engrudo tiene poca disculpa, así que os lo evito). Lo más reseñable de la obra, obviamente, es su estructura fugal, esa forma musical que tanta gloria diera al divino Johann Sebastian Bach. En palabras sencillas, una fuga es una composición para dos o más voces, vibráfono y piano en este caso, donde una de las partes esboza la línea melódica y la siguiente sale al poco rato en su persecución (de ahí lo de “fuga”) reiterando la melodía en quinta ascendente o descendente.
No, nadie debería mezclar clásica y jazz, pero toda regla tiene su excepción, y “Vendome” es excepcional en toda regla.
Vendome (versión 1952) / The Modern Jazz Quartet
Vendome (versión 1952) / The Modern Jazz Quartet
Vendome (versión 1960) / The Modern Jazz Quartet
Vendome (versión 1960)/ The Modern Jazz Quartet
Más canciones redondas de The Modern Jazz Quartet:
“Delaunay’s dilemma” (Django, 1955), “Angel eyes” (Fontessa, 1956) y “Skating in Central Park” (Odds against tomorrow, 1959).