La música: “The Lady of Shalott” de Loreena McKennitt
En 1929 el escritor húngaro Frigyes Karinthy, en un relato titulado “Eslabones”, planteó una curiosa hipótesis que con el tiempo se ha dado en llamar los “seis grados de separación”. Igual os suena, porque hace años se estrenó una película titulada así cuyo argumento se inspira en ella. Esta teoría es, como si dijéramos, la formalización de eso tan manido de “el mundo es un pañuelo”, porque según la misma dos personas cualesquiera se pueden conectar mediante una cadena de conocidos de longitud a lo sumo seis. Es decir, suponed que en Mongolia vive un cabrero llamado Chadraabalyn Chultem. Bueno, pues por lo visto yo conozco una persona que a su vez conoce a una segunda, y esta a su vez a una tercera, y así sucesivamente, hasta llegar al tal Chadraabalyn, que como máximo será el sexto de la cadena.
Parece una melonada, pero la hipótesis ha concitado la atención de sociólogos, matemáticos e informáticos y, según parece, tiene ciertos visos de verosimilitud. Por ello me atrevo a proponer que se investigue en el más restringido ecosistema de los artistas, porque sospecho, sobre todo si entendemos por “conocer” que exista conexión patente entre un par de sus obras, que el grado de separación será incluso inferior.
Por ejemplo, Lord Tennyson, un importante poeta inglés del siglo XIX, y Bon Scott, el primer cantante de AC/DC, están separados por un único eslabón. ¿Mande? Pues sí, lo que he dicho. (Por si alguno se ha planteado ya si no puede incluso haber una conexión directa entre ambos, a saber, “morir atragantado con tu propio vómito tras una tajada monumental”, la respuesta es no: lo primero, porque solo se permiten “obras”, no “hechos”; lo segundo, porque no es cierto: solo Bon murió atragantado con su vómito). Esta improbable relación la brindan, de un lado, “The Lady of Shalott”, uno de los poemas más conocidos de Tennyson, y la canción “It’s a long way to the top (if you wanna rock'n'roll)”, que Scott compuso a medias con los hermanos Young. Y el eslabón que nos falta es la canción que os propongo para hoy.
Os pongo en situación. En su disco de 1991 The visit la cantante folk canadiense Loreena McKennitt usó el texto de Tennyson como soporte de una de sus baladas. La historia de la Dama de Shalott forma parte del vastísimo canon de las leyendas artúricas y narra el amor imposible y secreto de la citada señora por el apuesto Lanzarote. Tennyson dotó a la historia de un subtexto misterioso y decadente que la realza sobremanera, y McKennitt dio con una melodía, sencilla pero emotiva, que pone en valor la musicalidad de los versos del poeta británico.
Ahora bien, qué demonios tiene que ver la canción de los AC/DC con todo esto, os preguntaréis. Pues que Scott tuvo el capricho de comprarse una gaita y marcarse un solo con este instrumento y, maravilla de maravillas, resulta que es notablemente parecido al intervalo musical con que empieza y acaba “The Lady of Shalott”. Cuesta creer que una chica tan dulce, fina y folk como la McKennitt encontrase inspiración en semejante gamberro, pero ya lo sabéis: el mundo es un pañuelo.
P.S. Para no alargar todavía más la canción McKennitt tuvo el buen criterio de suprimir algunas estrofas no esenciales en la historia. Aun así he preferido incluir el poema completo, marcando en rojo los versos no incluidos en la canción. Atención a la espectacular versión en castellano, obra del poeta melillense Antonio Rivero Taravillo, que consigue el más difícil todavía de traducir con razonable fidelidad el poema sin desbaratar su métrica.
The Lady of Shalott / Loreena McKennitt
The Lady of Shalott / Loreena McKennitt poema y traducción
It’s a long way to the top (if you wanna rock'n'roll) / AC/DC
It’s a long way to the top (if you wanna rock'n'roll) / AC/DC letra y traducción
No todos los días puede ser fiesta. Si la semana pasada nos deleitamos con una paradójica posición en la que el caballo, contra pronóstico, se imponía al alfil en un final con peones en ambos lados del tablero, hoy veremos un ejemplo, mucho más lógico, de lo contrario. Esto no significa que sea banal, todo lo contrario; si echáis un vistazo a la posición clave, tras la jugada 28 de las blancas, cuesta creer que haya aquí posibilidades reales de victoria. Esa es justamente la razón por la que este final es tan célebre, y aparece en casi cualquier manual sobre esta fase del juego que se precie.
Tenemos que agradecer esta lección magistral al norteamericano Isaac Kashdan (1905-1985). Kashdan es un serio candidato a ser el jugador más infravalorado de todos los tiempos, pues casi nadie conoce bien sus partidas (incluido un servidor) y sin embargo, durante casi un lustro entre finales de los veinte y principios de los treinta, fue sin duda uno de los cinco o seis mejores jugadores del mundo, hasta el punto de que el mismísimo Alekhine lo señaló como uno de sus más probables sucesores al trono. Por desgracia sus años de esplendor coincidieron con los de la Gran Depresión, por lo que en vez de dedicarse seriamente al ajedrez, prefirió ganarse la vida como corredor de seguros y administrador, desapareciendo de la élite relativamente pronto.
Aunque tuvo algunos buenos resultados en torneos, su especialidad fueron sin duda las olimpiadas. Compitió en cinco (La Haya 1928, Hamburgo 1930, Praga 1931, Folkestone 1933 y Estocolmo 1937), en todas, excepto la última, defendiendo el primer tablero. Estados Unidos era entonces una superpotencia en esto del ajedrez, como evidencian las tres victorias y el subcampeonato que consiguió en los mencionados eventos. El concurso de Kashdan tuvo bastante que ver con ello, pues en todos logró medallas individuales: dos de oro (1928 y 1937), una de plata (1933) y otro par de bronce (1930 y 1931).
En 2009 Peter P. Lahde publicó una ambiciosa recopilación de partidas de Kashdan titulada Isaac Kashdan, American chess grandmaster. A career summary with 757 games. Los críticos no la trataron muy bien, pero hay que reconocerle el mérito de desenterrar un montón de partidas que hasta entonces permanecían perdidas, muchas a partir de las planillas originales que el hijo de Kashdan conservaba. Y es con una de estas planillas con la que Lahde pudo reconstruir la partida de esta semana; hasta entonces solo se conocía su remate. Hoy tenéis la oportunidad de disfrutarla íntegra, y como veréis la parte inicial no carece, ni muchísimo menos, de interés.
Ah, antes de que se me olvide: el rival de Kashdan en la partida es Gösta Stoltz, un sueco también de mucho nivel, que sobre todo destacó como un feroz jugador de ataque. En la partida de hoy no sale muy bien parado, pero quizás protagonice una entrada un día de estos; entonces entenderéis por qué he usado el calificativo “feroz”.
Stoltz-Kashdan, Olimpiada de La Haya 1928
Por su virtuosismo técnico en los finales Kashdan fue apodado “el pequeño Capablanca”. Entre otros, los de Kashdan-Flohr, Olimpiada de Hamburgo 1930 y Rellstab-Kashdan, Estocolmo 1930, merecen un detenido análisis. Pero como ya he dicho en alguna otra ocasión, al verdadero gran jugador se le reconoce por su solvencia en todas las fases del juego. Por entonces ya estaba lejos de sus mejores años, pero el remate de la Siff-Kashdan, Nueva York 1948, en el que el ejército prácticamente íntegro de Siff contempla atónito como los dos caballos de Kashdan (las únicas piezas que le quedan) ajustician a su rey, es de los que no se olvidan.