Donde trabamos conocimiento con una chusma variopinta, corpórea e incorporea, que incluye vampiros, hombres-lobo, animales despanzurrados y por despanzurrar, niños poseídos y, especialmente, fantasmas, toda clase de fantasmas. Y también algún fantasmón que otro.
Mi copia de Fantasmas es de una edición barata de bolsillo, casi quinientas páginas con una tipografía al límite de mi agudeza visual. Reformateada en pdf para que la podáis leer desde aquí, y empleando caracteres más benevolentes, rebasamos las ochocientas; en cualquier caso 195351 palabras exactas, si mi procesador de textos no me miente. Poquísimo, por tanto, teniendo en cuenta que Fantasmas es una especie de Arca de Noe del cuento del miedo, una gran superficie del horror sobrenatural, un completísimo recopilatorio, diseñado con la exhaustiva y ociosa minuciosidad de un bibliotecario jubilado, de los greatest hits del género.
Fantasmas, evidentemente. Pesadillas y alucinaciones. Animales, algunos despanzurrados, otros, en concreto avispas, notablemente difíciles de despanzurrar. Crímenes de lo más variado. Rumores de ovnis. Vampirismo. Licantropía. Espiritualismo. Una sociedad secreta. Una casa encantada. Mujeres fatales, por decirlo con suavidad. Sexualidad ilícita y temeraria. Niños demoniacos de ambos géneros. Y, como dirían en la Teletienda, aún hay más. Dejando aparte las ocasionales referencias explícitas, apreciaréis homenajes más o menos disimulados a varias obras capitales del terror; que yo haya pescado, y seguro que se me escapa alguno, Otra vuelta de tuerca de Henry James, La feria de las tinieblas de Ray Bradbury, y El misterio de Salem’s Lot de Stephen King (este último nada disimulado). Y aún hay más, porque el hercúleo ejercicio de compresión de Peter Straub incumbe a lo estilístico además de a lo temático y lo argumental; pues si la primera parte de la novela discurre según el canon del maestro de maestros M. R. James, conforme al cual el hecho espectral ha de insinuarse oblicuamente y con cuentagotas, el apocalipsis en tecnicolor (o más exactamente, en blanco y rojo) que al cabo devasta Milburn revela a un autor muy al día de la revolución que estaba cociéndose en la dark fantasy de los setenta, liderada por el mencionado King, y que ya habían anticipado los impíos sobresaltos de La semilla del diablo o El exorcista. Y eso no es todo, ya que Fantasmas está a años luz del simple pastiche. La técnica narrativa de Straub es sofisticada y heterodoxa: hay historias dentro de historias, hechos reales conviven con otros imaginados, el pasado y el presente se entremezclan; y no obstante, lejos de diluirse en el caos y a despecho de tus credenciales como lector, el relato te arrolla como una apisonadora (¡diecinueve semanas aguantó en la lista de bestsellers del New York Times!), pues cuanto en él acontece se integra en un todo fluido, consistente e inmediatamente perturbador.
En realidad lo esencial de la trama de Fantasmas es simple, aunque prefiero que lo descubráis vosotros según os vayáis metiendo en harina. No obstante, tengo la obligación de hablaros de ellas: Angie Maule (¿o es Mitchell?), Alma Mobley, Ann-Veronica Moore, Anna Mostyn… y la tía de esta, Eva Galli. Seductoras, enigmáticas, fascinantes a la vez que levemente repulsivas, peligrosas. No revelo gran cosa si anticipo que el meollo del asunto gira en derredor suyo, y no se os puede haber escapado la coincidencia de las iniciales, A.M., que presagia una conexión mucho más íntima entre todas. La elección concreta de las iniciales no solo no es casual sino que revela una de las ideas principales tras Fantasmas, a saber, la de que es la propia mente la artífice de muchos de nuestros más perennes terrores; la otra pavorosa cara de la moneda del cartesiano “pienso luego existo” (en inglés “I think therefore I A.M.”). En la novela, Don Wanderley decide escribir cuentos de miedo para sanar las secuelas de su primer encuentro con lo sobrenatural, pero es la invención de esas mismas historias la que precipita el retorno, elevado al cubo, del horror. Ahora bien, no es solo su procedencia (“¿Podrías vencer a una nube, un sueño, un poema?”, lo reta Alma Mobley) la que vuelve estos terrores casi indestructibles. De algún modo los necesitamos, nos nutrimos de ellos como ellos se alimentan de nosotros. La suciedad que tanto nos asquea no es muy distinta, a la postre, de la que espiamos con disimulo por el rabillo del ojo.
Esta suciedad es, desde luego, la subversiva metáfora central de Fantasmas, y todavía os resultará más inquietante si pertenecéis a una generación de varones suficientemente veterana, porque ello implica que madurasteis en una sociedad maniatada por la represión sexual. El pánico que inspira A.M. proviene, en esencia, de su feminidad. ¿Qué vislumbran esos fisgones por la ventana, qué podría mostrársele a un vejete para que expire en su alcoba con un horrible rictus de espanto? Todos, caballeros, lo sabemos en el fondo, pues siempre ha sido lo mismo desde que aquella otra Eva nos diera a comer de la manzana, aunque el nombre va en gustos. Los freudianos acuñaron el término vagina dentata, tal vez explícito en exceso; hay otras muchas formas, algunas harto sutiles, de castración.
Fantasmas
Ghost story (original en inglés)
Lo primero que aprendemos de Alma Mobley es que es una chica de una palidez fantasmagórica, de rasgos vagos y espirituales, con el extraño atractivo de una ninfa que se hubiera pasado la vida escondida en una caverna. ¿Algún ejemplo de la vida real que os venga a la cabeza? ¿No diremos que anoréxica (que a alguno ha demandado ya por insinuarlo), pero como mínimo huesuda, y sin embargo intolerablemente hermosa? ¿Que emita esa radiación voraz y cancerígena que se produce cuando fusionas belleza e inteligencia y unas hebras de oscuridad? Yo voto por Keira Knightley. ¿Que qué pinta una actriz (como Eva Galli, ya veis) en esta sección? Es que resulta que esta mujer alarmante canta, y además muy bien.
En una película anterior, En el límite del amor, ya había hecho algún que otro pinito, pero donde se ha destapado de verdad es en la reciente Begin again, un entretenido melodrama musical donde interpreta a una cantautora furiosamente indie que, apadrinada por un productor arruinado y pasado de vueltas, intenta partirle el brazo a una hostil discográfica neoyorkina sin ceder un centímetro de integridad. En el reparto la acompaña Adam Levine, el mediático frontman de Maroon 5. Que actuando Levine parezca a su lado un escarabajo pelotero es lógico; que cantando también lo parezca ya es bastante más fuerte. No es que el registro de Keira sea de los que hacen estallar una copa de champán, pero escuchadla porque tiene un punto morbosísimo. A mí me da casi miedo.
A step you can’t take back / Keira Knightley
A step you can’t take back / Keira Knightley letra y traducción
Que Ghost story, que así es como se titula el libro en su edición original, se tradujera aquí bastante libremente por Fantasmas, no deja de tener su sentido, porque es esta la “especie” dominante entre toda la chusma incorpórea que infesta la novela. Y entre la corpórea también, si incluimos en la lista a los carcamales de la Chowder Society. A alguno no sé si contarlo dos veces: Edward Wanderley, el primero en padecer los efectos del nocivo encanto de Eva Galli/Ann-Veronica Moore, se gana la vida como escritor fantasma de “autobiografías” ajenas.
El estudio de la semana tiene tras de sí una curiosa historia que involucra asimismo a un “negro” anónimo. A David Joseph, un competente ajedrecista de Mánchester que trabajaba como proveedor de repuestos para relojes, le regalaron las Navidades de 1921 un juego de ajedrez plegable con un reto extravagante: componer un estudio cada día de la semana siguiente. Aparte de extravagante, difícil, porque el bueno de Joseph no había compuesto un estudio en su vida, pero de regreso en tren a la ciudad, quizás por aburrimiento, desplegó su flamante tablero e hizo un primer intento. El resultado fue la patata de arriba, donde las blancas no tienen más que tablas porque 1.h8=D a1=D 2.Dxa1 es ahogado. ¿Patata he dicho? Trufa más bien, y de las caras, porque como al rato descubrió el estupefacto Joseph las blancas pueden ganar; aunque para hacerlo la dama blanca, como si de la multiforme Eva Galli se tratara, recorrerá antes un tortuoso camino, y solo saciará su sed de sangre tras regresar al lugar donde empezó todo. “Cuando me tropecé con la idea me pareció bastante bonita, pero ni por un momento se me ocurrió que el estudio acabaría siendo un clásico”, explicaría Joseph mucho después. En cuanto llegó al club de ajedrez de Mánchester mostró la posición al experto Victor Wahltuch, que quedó tan entusiasmado que convenció a un periodista para que lo publicara de inmediato en su columna de ajedrez del Sunday Express.
De cara a su publicación, no obstante, los del Sunday Express pidieron a Joseph que arropara la clave con algo de juego inicial. El mancuniano hizo lo que pudo, que no fue gran cosa; de hecho, cuando los expertos citan “el legendario estudio de Joseph”, evitan piadosamente la versión del Sunday Express, empleando en su lugar (como yo también haré) otra aparecida en Československá Republika en 1923. Esta versión consigue el súmmum de realzar la belleza del descubrimiento de Joseph preservando su ligereza, pues no hace falta añadir al tablero ni una pieza más. En los años sesenta dos autores poco conocidos, Dziemianko y Badai, hicieron sendos intentos, bastante más sofisticados, de presentar la idea, pero el huesudo atractivo de la versión de Československá Republika, como el de Keira Knightley, no admite réplica.
Perdón, me olvidaba de mi fantasma: el estudio de Československá Republika apareció sin firma y todavía hoy se desconoce su autor.