La música: “Shoot the moon” de Norah Jones
Hace un par de semanas asistí a un minicurso de neurociencia. Lo impartía un catedrático de la Universidad de Princeton, toda una eminencia mundial en la materia. Me decepcionó un poco, aunque no ciertamente por culpa del conferenciante, que saltaba de la fisicoquímica a la fisiología, y de las matemáticas a la zoología, con la misma autoridad y desparpajo con que un barman veterano prepara unos mojitos.
El problema es que me di cuenta enseguida de que en lo concerniente a la cuestión fundamental andamos tan oscuras como en tiempos de los griegos. Si en la Antigüedad los eruditos hablaban de “psique” o “alma”, ahora se refugian tras términos técnicos como “sinapsis”, “neurotransmisor” y “potenciales de acción”, pero en el fondo es lo mismo: seguimos sin tener ni repajolera idea de qué diantres es un pensamiento.
Y lo que es peor, estoy convencido de que no la vamos a tener nunca, de que es metafísicamente imposible entender el entendimiento, del mismo modo que no se puede utilizar un ojo para percibir la cuarta dimensión. Vamos, que estamos tan lejos de vislumbrar que hubo antes del Big Bang como de comprender por qué nos tiemblan las piernas cuando vemos sonreír a un bebé.
Quizás las personas con ese plus que llamamos “encanto”, “magnetismo” o, más propiamente, “aura”, nos atraen tanto porque parecen brindar la promesa, incumplible pero promesa al fin y al cabo, de explicar, de acortar la distancia que nos separa de tan insondables arcanos. Hablo de esas personas luminosas, radiantes, en cuyo calor nos cobijamos cuando la zozobra y el miedo nos hacen tiritar; seres casi mágicos que en tiempos remotos inspiraron a nuestros ancestros a hablar de ángeles y hadas.
Porque os aseguro que las hadas existen; si lo sabré yo, que ayer se cumplieron justo veintidós años desde que me casé con una de ellas. ¿Sabéis que se siente estando tanto tiempo cerca de una? Pues, amén de otras cosas con las que mejor no sonrojaros ;-), asombro; asombro de que alguien así, hace ya más de dos décadas, decidiera plegar sus alas y posarse junto a mi, a pesar de lo poco que abrigo. Ya veis, chicos, algunos es que hemos nacido con suerte.
Así pues, con dedicatoria especial para mi ángel de la guarda, que ya iba siendo hora, una canción de su disco favorito: “Shoot the moon” de la dulce Norah Jones.
Shoot the moon / Norah Jones
Shoot the moon / Norah Jones letra y traducción
Indiscutiblemente, también hay algo feérico en la pizpireta hija de Ravi Shankar. O como mínimo lo hay en su primer disco Come away with me, esa inaprensible mezcla de jazz, soul, pop y country con la que en 2002 encandiló por millones a tirios y troyanos. Norah fue la primera sorprendida, y casi escandalizada, con tanto éxito, y llegó a solicitar a la discográfica que lo retiraran del mercado. La niña tiene clase, de eso no hay duda.
El disco es conocidísimo, cierto, pero no sé si estáis al tanto de la identidad del mago de Oz detrás de las bambalinas. Su nombre es Jesse Harris, un músico muy curtido que le prestó su guitarra y seis de sus canciones, entre ellas la multipremiada Don’t know why y la que habéis escuchado hace un momento. No se trata de restar méritos a la Jones, porque la brillante canción que da título a Come away with me lleva su firma, como también Sunrise, el corte más destacado de su segundo álbum Feels like home, pero la casi total ausencia de Harris en los demás discos de la neoyorkina se nota, y bastante. Hasta el punto de que si queréis recuperar las sensaciones de Come away with me casi os recomendaría The secret sun de Jesse Harris y los Ferninandos, antes que cualquiera de ellos.
Quién sabe, igual un día de estos los dos se juntan de nuevo, sacan la varita del cajón y nos vuelven a sorprender.
Si alguien me pregunta cuál es el mejor libro que he leído suelo responder Ficciones, de Jorge Luis Borges, porque en mi opinión se merece un diez tanto en el fondo como en la forma. Los argumentos de sus cuentos son prodigiosos, y la prosa es tan poderosa y suficiente que estoy seguro de que más de un aspirante a escritor se ha tirado desesperado de un puente tras leerla.
También en la composición ajedrecística concepto y estilo libran su particular, aunque desigual batalla. En efecto, así como de una canción nos interesa mucho antes su música que su letra, en un estudio o problema es el efecto estético el que prima, y el que sobre todo andamos buscando. En raras ocasiones, no obstante, esa belleza que perseguimos no se plasma de forma ostensible sobre el tablero, está oculta, y solo a través del razonamiento puro podemos saborearla. Buenos ejemplos de ello son los estudios de Elkies y Adamson, no por casualidad, me parece a mí, ambos matemáticos de profesión.
Hoy os traigo un problema de Hans Lepuschütz (1910-1984), un compositor austriaco que obtuvo en 1966 el título de maestro internacional de la especialidad, si cabe más especial, porque tan ingenioso es el concepto en el que reposa la solución como el modo en que esta se plasma sobre el tablero. Sir Jeremy Morse lo usó como ilustración de la cubierta de su libro Chess problems: tasks and records, y no me extraña. La elegancia con que la torre se desliza, paso a paso, hasta su destino, es deslumbrante, y por sí solo bastaría para asegurarle un sitio en las antologías; pero es la precisión con que a la vez hace saltar una por una todas las defensas ocultas del negro, que como cepos se van cerrando sobre la garganta de su rey, la que vale una portada.
Problema de H. Lepuschütz, Deutsche Schachzeitung 1936
En un problema de mate en 5 que apareció en Deutsche Schachzeitung, 1940, Lepuschütz causó sensación con un nuevo tema al que los compositores de la escuela lógica le han sacado mucho partido y que fue bautizado con su nombre. En el tema Lepuschütz, las blancas propician con su primer movimiento (generalmente un sacrificio) un jaque de las negras, el rey blanco mueve y la pieza atacante vuelve a su lugar de origen, siendo precisamente ese pequeño movimiento con el rey lo que activa el plan ganador. Lepuschütz publicaría más tarde otros problemas con este tema, pero me quedo con este, que para eso es el primero.