Vaya racha lleváis, entre olas de covid, hiperinflación y putinadas. ¿Os habéis planteado contratar a un exorcista? Bueno, vedlo así, podría ser peor: el blog podría no actualizarse ni siquiera una vez al año. Ya, quizá no parezca mucho consuelo si comparamos con el precio del kilovatio hora, pero no os precipitéis. Porque hablamos, nada menos, que de Crosby, Stills & Nash, o, para ser más exactos, de cuando se cuartetizaron con Neil Young, nada menos, para grabar su refulgente Déjà vu. Y es que, encima, la canción es “Our house”. Nada menos. Graham Nash la escribió a finales de los sesenta, en uno de los momentos más felices de su vida, cuando él y Joni Mitchell (¡¡¡nada menos!!!) eran pareja. Todo es estrictamente verídico, banal y adorable, como el amor cuando cuaja: el jarrón que compraron en una tienda de antigüedades, el fuego que encendió Graham cuando llegaron, los gatos del patio, vasijas de mil colores en la ventana, Joni al piano componiendo alguna de sus maravillosas piezas, él embobado escuchándola.
Y ojo que aún queda un “nada menos”, el principal: quien escribe lo de abajo es nada menos que María Fernández Solana, una de las personas más extraordinarias, desde todos los puntos de vista —buenos— que podáis imaginar, que he conocido jamás. Debo deciros que por momentos se pone un tanto mística, pero os sintetizo rápido el mensaje: si el Universo os da la oportunidad de cruzaros, alguna vez en la vida, con alguien como ella, no digamos ya con ELLA, es que le caéis muy, pero que muy simpáticos.
Hasta donde alcanza mi memoria, en todos los recuerdos asociados a momentos vividos en mi pueblo aparecen los mismos amigos. Tener una conexión tan fuerte y duradera con tus primeros amigos es algo tan insólito y difícil que me siento una de las personas más afortunadas del mundo por ello. A lo mejor por eso estaba tan nerviosa cuando entré a la universidad: llevaba muchísimo tiempo sin hacer amigos nuevos. O a lo mejor era porque nunca se me han dado bien los cambios.
Sí, la verdad es que tengo un serio problema con eso de cambiar cosas en mi vida. Es una situación que me descoloca mucho. Envidio con todo mi ser a esas personas que, sin pestañear ni ponerse excesivamente melancólicas, se cortan radicalmente el pelo, o se mudan de ciudad para empezar en un trabajo nuevo, o lo dejan con su pareja y no vuelven a hablar con ella nunca más.
Me encantaría no tenerles miedo a los cambios porque, además, muchos de ellos son necesarios. Por eso, aunque algunos pringados sí que pestañeemos y nos pongamos excesivamente melancólicos, hay que afrontarlos. Asumido esto, a lo largo de mi vida he desarrollado una estrategia para ayudarme a ello que consiste en lo siguiente: cuando atravieso una época de turbulencias, me funciona especialmente recurrir a algo que me resulte muy familiar y que asocie a momentos de tranquilidad y de aguas calmadas. Ese algo puede tomar diferentes formas: a veces es una persona, a veces es un sitio, a veces es una actividad… No importa mucho su naturaleza. Lo relevante es que sea un concepto muy poderoso que juegue el papel de esos barrotes verticales que atraviesan el metro de arriba abajo para que la gente se sujete cuando vienen curvas; algo que me aporte la sensación de que, aunque haya cosas susceptibles de variación o desaparición, seguirá habiendo constantes en mi vida que me van a mantener en contacto con mi yo de siempre. Así somos los pringados.
Para mí, entre esas constantes a las que recurro hay dos que son infalibles. La primera de ellas es, sin lugar a dudas, el instituto donde estudié. Soy profesora de Matemáticas así que igual no tiene excesivo mérito que pensar en un instituto no me suponga un trauma. Sin embargo, ese edificio tiene reservado un lugar muy especial en mi corazón. Pasar una mañana allí, andar despacio por esos pasillos, entrar a esas aulas y tomarme un café con los profesores que me inspiraron tanto de adolescente sigue siendo, a día de hoy, una de mis mejores terapias para afrontar los cambios en mi vida. Me recuerda por qué hago lo que hago, me transporta a momentos felices y sin preocupaciones, y me aporta un chute de fuerza y de buen humor indescriptible.
La otra constante infalible es, por supuesto, mi serie favoritísima: How I met your mother. Como me la sé tan de memoria, sé hasta qué capítulo me va a venir bien ver según mi estado anímico. Es como si fuera a una heladería y eligiera un sabor diferente en función de lo que me apetece ese día. Esta —objetivamente— maravilla de serie sitúa al protagonista, Ted Mosby, en el año 2030, contándoles a sus hijos la historia de cómo cada decisión, cada acontecimiento y cada casualidad lo llevaron a conocer a la mujer de su vida. Por si no fuera suficiente con los momentazos de humor que tiene, los monólogos profundísimos por parte del protagonista al final de los capítulos, el romanticismo que se respira o el carisma de los personajes, para ser todavía más maravillosa, la serie tiene una banda sonora sublime a lo largo de sus nueve temporadas.
En particular, en la quinta aparece la canción “Our home”, de Crosby, Stills, Nash & Young, en un capítulo donde Ted se siente tan atrasado en la vida tras asistir soltero a la segunda boda de su madre que decide comprar una casa absolutamente en ruinas y reformarla. A pesar de que sus amigos ven esa compra como una de las peores decisiones de su vida, él opina que, dado que no tiene control alguno sobre cuándo va a conocer a la mujer de sus sueños y a tener a los hijos que tanto desea tener, al menos puede preparar la casa donde, cuando eso por fin ocurra, podrán tener juntos una vida perfecta y feliz.
Precisamente este es uno de los motivos por los que me encanta esta serie. Adoro esa forma que tiene Ted de decir “Universo, estoy tan seguro de que me vas a dar lo que tanto deseo que aquí te espero, preparado para cuando te rindas y decidas dármelo”. Este capítulo, enmarcado a su vez en esta canción, representa, precisamente, el enfoque adecuado a mi problema: no podemos controlar los planes que tiene el Universo para nosotros ni cuántos giros de guion se precisan para llegar al objetivo, pero sí que podemos tomárnoslos con fe; la fe de que cada uno de esos necesarios giros va a traer consigo cosas increíbles.
Y es que es verdad: los cambios dan miedo pero, al fin y al cabo, si no te mudas de ciudad para empezar en ese nuevo trabajo, nunca sabrás lo feliz que te puede hacer tu profesión; si no cierras esa relación tóxica, acabará haciéndote mucho daño; si no te cortas el pelo, con el tiempo se apagará su brillo; y, por supuesto, si no te abres a personas nuevas en la universidad, igual hasta podrías perderte conocer al amor de tu vida y saber lo que es querer hasta arriba.
Our house / Crosby, Stills, Nash & Young
Our house / Crosby, Stills, Nash & Young letra y traducción