Habría margen para hablar de mosquitos, cucarachas y otras plagas playeras, pero me voy a poner el listón más alto: mariposas.
Mi abuela tenía un jardín prodigioso en nuestra casa de la huerta que fue la alegría de su vejez. Crecían dalias, geranios, margaritas, jazmines, rosas de cientos de colores. De vez en cuando aparecían de la nada unas espléndidas mariposas anaranjadas que yo, como es natural, intentaba capturar. Mi abuela me reprendía severamente: con solo rozarlas, decía, ya las condenas a muerte, porque si pierden el polvillo de sus alas son incapaces de volar.
Tal vez fuera polvo mágico, como el de la traviesa Campanilla de Peter Pan, pero está bien así porque esos días estivales parecen tan absurdamente perfectos como si mediara un sortilegio. Los baños sin fin en la piscinita de agua esmeralda, el helado de blanco y negro casero, las tertulias de política de mis tíos y primos mayores tras la cena, horas y horas en la madrugada devorando novelas de la Edad de Oro de la ciencia ficción: eso es lo que responde mi Google mental cada vez que tecleo “paraíso en la tierra”.
Cuando escribió “Little wing” Jimi Hendrix también evocaba su verano perfecto, el del 67, el famoso “verano del amor” que alumbró la revolución hippie. En el Festival Pop de Monterrey, Hendrix compartió cartel con los Who, Janis Joplin y The Mamas and the Papas, entre otros; allí fue donde prendió fuego (literal y figuradamente) a su Stratocaster y se consagró, no sé deciros si como el mejor guitarrista de la historia del rock, pero sin duda como el más carismático que se ha conocido. Tuvo que ser un momento digno de vivirse, la gente, los músicos, la policía incluso, todos remando por un instante en la misma utópica dirección. En “Little wing” Hendrix reconstruye el fugaz espíritu de Monterrey apelando a referentes lisérgicos: una criatura alada que se aleja volando mientras sueña con cebras, cuentos de hadas, rayos de luna y, ya lo habréis adivinado, mariposas. Su solo, sin testosterona esta vez, es breve y acaba abruptamente, como si ya no hubiera (o no supiera) qué más decir. Quizás sea lo apropiado, porque muchos que han intentado luego cuadrar la pieza han fracasado en el intento. En su álbum Nothing like the sun Sting sale del trance con bastante oficio, y la versión instrumental de Stevie Ray Vaughan también merece atención. La de South Austin Jug Band está mucho menos vista y es tan buena como la que más: su relajado enfoque bluegrass le añade unos gramos de afecto que tal vez se echen en falta en la versión original.
Nuestra vieja casa de la huerta sigue en pie, y todavía es centro de periódicas reuniones familiares, pero las mariposas se esfumaron hace siglos. Tiene los días contados, porque el plan de ordenación urbana vigente prevé que una carretera le pase por encima. Es el progreso, dicen: donde las abejas libaron tantos años entre las flores, los coches restregarán ahora sus morros de caucho por el asfalto. Aunque es verano, la piscina está cubierta con una lona y la casa dormita sola, vacía y muda, sin más sorpresas que revelar; el tiempo ha consumido el polvillo de sus alas. Y aquí en la playa, mi hijo echa un rato de cartas con los amigos antes del baño, y le ruego que preste atención, porque con hebras como estas tejerá mucho más adelante su propia mitología. Y me mira con su cara de “ya está otra vez en plan místico, este”, aunque un destello de extrañeza parece asomar a sus ojos por un instante: “¿Todo va bien, papá?”.
Sí, hijo. Supongo que sí.
Little wing / The Jimi Hendrix Experience
Little wing / The Jimi Hendrix Experience letra y traducción
Little Wing / South Austin Jug Band
Little Wing / South Austin Jug Band