Hay un vídeo en Youtube donde Natalie Mering, con su habitual elocuencia, se deshace en elogios hacia “Stardust”, y en concreto hacia la versión que elegí para el blog, afirmando que es la canción que a ella más le gustaría haber escrito. Mering da una vuelta de tuerca al carácter autorreferencial de la balada. Gracias al amor, viene a decir, podemos conectar, de algún modo, con el irresoluble misterio del cosmos. Por tanto, cuando un amor se desvanece, es como si disemináramos polvo de estrellas en ese caos inexplicable. Ahora bien, la música es justo el idioma en que se hablan cielo y corazón, y en ocasiones especialísimas es capaz de sublimar el sufrimiento en algo sobrenaturalmente hermoso. Con que un artista logre una vez tal hazaña, su misión en este mundo estará cumplida: y eso es lo que consiguieron Hoagy Charmichael y Nat King Cole con “Stardust”.
Como cabe deducir, Weyes Blood (su seudónimo artístico) se toma su oficio extraordinariamente en serio. Tan en serio como estos tiempos convulsos en que vivimos, marcados por el aislamiento tecnológico autoimpuesto y la angustia medioambiental; tiempos donde disponemos de más información de la que jamás tuvimos, pero que somos incapaces de gestionar, complacientemente secuestrados por algoritmos que nos hacen caminar en círculos. Así que se ha propuesto relatar esta odisea de debacle emocional en una trilogía de la que ya disponemos de un par de entregas, Titanic rising (2019) y And in the darkness, hearts aglow (2022). Mientras cabe ver la primera como una descripción de lo que está por venir, la segunda nos ubica ya el ojo del huracán. Y, a la espera del desenlace de la saga, ya hay algo seguro: ambos discos son discazos. Natalie opera con una paleta musical amplísima, aunando sin el menor esfuerzo grandilocuentes arreglos orquestales con texturas electrónicas inquietantes. Si hacemos caso omiso del ropaje, las melodías remiten en primera instancia a mitos setenteros (Joni Mitchell por jerarquía, Karen Carpenter por terciopelo), y a poco que le des una segunda pensada al pathos de Aimee Mann o las neblinas de Julee Cruise. Los textos tampoco es que simplifiquen la ecuación, precisamente. Por ejemplo, la artista describe “It’s not just me, it’s everybody” (el tema que abre And in the darkness, hearts aglow) como un “himno budista”, en el sentido (suponiendo que vosotros se lo veáis) de que existe una espiritualidad colectiva que emana de nuestro miedo a la soledad y la obsolescencia. La percusión insistente del piano, semejante a campanas que llaman a la oración y evocando a “Imagine” (no en balde el himno más himnísimo de la historia del pop), es la exquisita guinda de este refinado pastel.
Misticismos aparte, una cosa tengo clara: si yo fuese capaz de escribir una canción tan redonda como “It’s not just me, it’s everybody”, no volvería a intentarlo ni bajo pena de cárcel. A Weyes Blood, gracias al cielo, parece que aún le queda misión en este mundo que cumplir.
It’s not just me, it’s everybody / Weyes Blood
It’s not just me, it’s everybody / Weyes Blood letra y traducción