La música: “Cellokonzert Nr. 1 in C-Dur – Adagio” de Joseph Haydn
Tengo un problema con Joseph Haydn: su música me parece tibia. No debería ser así, por algo es una de las locomotoras del clasicismo, el padre de la sinfonía y el cuarteto de cuerda, etc. etc., pero es lo que hay. De sus cuartetos, por cierto, me habla maravillas mi amigo Alfonso, un clasicómano de ley que anda estos días enfrascado en la tarea de escucharlos uno por uno. No creáis que es un reto baladí, porque son un total de 68, lo que se traduce en 25 cedés; más de uno preferiría cruzar el estrecho a nado. Un día acudí a él en busca de iluminación pidiéndole que me recomendara el mejor para ponerlo en el blog, pero no hubo suerte. Dedicándome una sonrisa beatífica, repuso: “Son todos”. Pues eso, que tengo un problema con Joseph Haydn.
Por supuesto, a todo hay quien gane. Los Esterházy, esos sí tuvieron un buen quebradero de cabeza con Haydn, o más exactamente con la cabeza de Haydn. La historia no tiene desperdicio, o tal vez sí lo tiene, porque al final sobra un cráneo, aunque el término “desperdicio” no suene muy decoroso para referirse a según qué cosas.
A la muerte de Haydn, en 1809, Viena estaba ocupada por las tropas de Napoleón. El músico gozó en vida de bastante popularidad, así que para no exacerbar los ánimos patrióticos de la muchedumbre se le enterró discretamente en un cementerio de los suburbios. Unos días después Joseph Rosenbaum, antiguo secretario de los Esterházy (familia para la que Hadyn había trabajado muchos años como músico de corte), y Johann Peter, gobernador de una de las prisiones del país, sobornaron al vigilante del cementerio, exhumaron el cadáver, le cortaron la cabeza y se la llevaron. Como lo oís.
Resulta que estos dos pájaros practicaban la frenología, una pseudociencia entonces muy de moda según la cual se podía inferir información de los rasgos psicológicos de un individuo a partir de la forma de su cráneo. Como podéis imaginar, no era fácil conseguir materia prima para los experimentos y durante unos años esta estrambótica disciplina fomentó un macabro mercado negro. En virtud de su cargo a Peter no le faltaban suministros, pero claro, el género a su disposición era de baja estofa y el morbo estaba en averiguar qué podía tener de especial la cabeza de un gran genio. No se sabe hasta qué punto resultaron concluyentes sus investigaciones, si bien Peter declararía años más tarde que “el bulto de la música” en el cráneo de Haydn estaba “completamente desarrollado”. Peter se hizo fabricar una coqueta cajita de ébano con una simbólica lira dorada en la tapa, y allí lo guardó durante una década.
Pero en 1820 el viejo patrón de Haydn, el príncipe Esterházy Nicolás II, tuvo el capricho de trasladar sus restos a Eisenstadt, la ciudad de donde era oriunda su familia. No quiero ni imaginarme la cara que se le quedó al príncipe al descubrir que al esqueleto le faltaba la calavera, pero no fue difícil identificar a los más que probables autores del robo. Entretanto Peter, a sabiendas de que su casa iba a ser registrada, pasó el cuerpo del delito a su cómplice. La policía también puso patas arriba la residencia de Rosenbaum, pero este tuvo la feliz ocurrencia de ocultar el cráneo auténtico bajo las faldas de su esposa, tumbada en la cama por unos imaginarios problemas menstruales, dándoles otro a cambio.
Rosembaum, pues, se convirtió desde entonces en el propietario de la calavera. En su testamento dejó escrito que se le devolviera a Peter, añadiendo una cláusula conforme a la cual, tras la muerte de este, quedaría bajo custodia de la Gesellschaft der Musikfreunde (Sociedad de Amigos de la Música) de Viena. Allí acabó, efectivamente, en 1895, tras algunas otras visicitudes en las que no me detendré, y permaneció más de medio siglo, exhibiéndose de vez en cuando ante los visitantes como si se tratara de la reliquia de un santo.
In 1932 el príncipe Pablo Esterházy, descendiente de Nicolás, construyó una tumba de mármol para Haydn en una de las iglesias de Eisenstadt, y tras no pocas disputas consiguió reunificar los restos del compositor en 1954, casi siglo y medio después de su fallecimiento. Quedaba pendiente el asuntillo de qué hacer con el cráneo sobrante, uno de esos objetos de los que no te puedes librar sin más echándolo a un contenedor de reciclaje. Al final decidieron salomónicamente que también se quedara en el sarcófaco, que contiene así, desde entonces, un esqueleto y dos cabezas.
A todo esto yo os estaba hablando de mis dudas con Haydn, que otra vez me he ido por los cerros de Úbeda. Afortunadamente se resolvieron el otro día cuando tropecé, surfeando por YouTube, con su fastuoso concierto para violonchelo en do mayor. Desapruebo categóricamente el robo de cabezas, por este o cualquier otro motivo, pero ya entiendo por qué Rosenbaum y Peter creían que a la de Hadyn le pasaba algo especial.
Sechs Klavierstücke – Intermezzo in A-Dur / Johannes Brahms
Cellokonzert Nr.1 in C-Dur – Adagio / Joseph Haydn
Violonchelo y dirección: Mstislav Rostropovich; orquesta: Academy of St. Martin-in-the-Fields
No tengo una opinión tan elevada de sus cuartetos de cuerda como mi amigo Alfonso, aunque tampoco es que haya oído muchos. El más conocido es el 62, el apodado “Emperador”, porque en su espléndido segundo movimiento usa la melodía de “Gott erhalte Franz den Kaiser”, un himno que escribió para el emperador Francisco II y que es la base del actual himno alemán. No es de extrañar que sea tan lucido, y no como algún otro que yo me sé, que encima no tiene ni letra.
No me lo puedo creer. El blog lleva en antena más de un año y aún no os he hablado de la torre suicida. En este tema el bando defensor intenta a la desesperada un último recurso: sacrificar una torre dando jaque al rey en una casilla contigua, porque tras su captura se llega a una posición de ahogado. Naturalmente, no hay por qué aceptar tan envenenado regalo y el rey puede mover a otra casilla, pero entonces la torre insiste pegándose a él con otro jaque, y así sucesivamente.
Hoy remediaremos esta ausencia, doblemente grave porque a diferencia de otros temas del mundo de la composición aparece con mucha frecuencia en partidas reales. Baste recordar la Evans-Reshevsky del Campeonato de Estados Unidos disputado en Nueva York en 1963/64 (conocida como “el timo del siglo”), la Beliavsky-Christianen, Reggio Emilia 1987 (que se merece el apodo incluso más que la anterior) o por supuesto la agotadora Post-Nimzowitch, Barmen Meisterturnier B 1905, donde el pas de deux entre torre y rey se prolonga durante veintitantos movimientos, en una secuencia que reproducida a cierta velocidad recuerda a aquellas desopilantes carreras del show de Benny Hill.
Ahora bien, puestos a hablar de la torre suicida sería de mala educación no hacerlo usando uno de los trabajos de Moriz Henneberger (1878-1959), compositor y jugador suizo (ganó cinco veces el campeonato de su país); no en vano, la práctica totalidad del centenar de estudios y problemas que compuso versa sobre este tema. Con los años se fueron volviendo más alambicados, alguno tiene que se va a los cuarenta movimientos, pero mi predilecto es uno algo más corto, aunque de gran refinamiento. Adelantando acontecimientos, ya os digo que el rey blanco se libra al final de la pegajosa torre, pero para conseguirlo precisará recorrer un tortuoso camino, doblemente circular, y además tendrá que hacerlo en el sentido correcto del giro. ¡Todo un alarde de precisión suiza!
Estudio de M. Henneberger, Schweizerische Schachzeitung 1919