La música: “Beautiful star” de Paul Winter
El jerifalte responsable de los dineros de la venerable institución donde trabajo ha decidido, por segundo año consecutivo, suprimir la decoración de flores de pascua que adornaba la entrada. Hay que recortar en tiempos de crisis, se supone. Una típica e inútil majadería políticamente correcta, pienso yo, porque el ahorro es nimio y así no consigues más que bajarle la moral a la tropa.
Piénselo usted, Señor Alto Cargo, ¿qué sería de la Navidad sin el ritual? Sin las luces callejeras, los regalos, las felicitaciones, los belenes… ¿Todo esto es trivial? Tal vez a usted se lo parezca, a mí no. Porque lo necesitamos para crear la ilusión de que todo es como siempre fue, para figurarnos, por un instante, que todo va a ser siempre así. Demasiado bien sabemos que no, y de aquí a no mucho habrá que recoger y guardar de nuevo el nacimiento y los pastores en el trastero. Pero oiga usted, Señor Alto Cargo: cuando voy al cine me gusta disfrutar de la película, así que no sea cenizo y no me cuente el final antes de tiempo.
En nuestra familia la tradición navideña fundamental es la cena de Nochebuena en casa de mis padres. No se puede decir que pequemos de originales, aunque mi aportación a la misma sí es un tanto peculiar. Se concreta en dos cosas. Una es el turrón de chocolate y almendras 1880, pero no uno cualquiera, sino el de siempre, que ahora han subtitulado pretenciosamente “gourmet”. Desde la primera vez que lo probé, y ya van para cuarenta años, es obligatorio atiborrarse con él en los postres. Cada vez me lo van poniendo más complicado, porque han ido retirándolo de la circulación y esta vez he tenido que comprarlo por Internet, pero ahí aguantamos.
La otra cosa es la canción. No son tantos años como con el turrón, pero sí hace ya unos cuantos que mi hijo y yo hemos dado en interpretar un “villancico” tras la cena, él con un teclado y yo a la guitarra. He escrito “villancico” entre comillas porque no tiene por qué serlo; basta con que sea una canción que, por lo que sea, me toca la fibra y siento que es adecuada al momento. Algunas las habéis escuchado ya en este blog, en concreto How can I?, Nightswimming y Tender. Nuestras interpretaciones son bastante primitivas, por no decir petardas, pero contamos con la ventaja de un público entregado.
La otra noche, por cierto, sí perpetramos un verdadero villancico. Su título es “Beautiful star” y fue escrito en 1960 por Odetta Holmes, una cantante folk de color y dedicada activista en pro de la igualdad racial. En origen era una canción muy austera, casi sin acompañamiento, y con un recio sabor a algodón y sudor sureño. Paul Winter hizo una impresionante relectura de la melodía, revistiéndola con el ropaje armónico que se merecía (os lo dice alguien que tuvo que pelearse días con su liosa secuencia de acordes) y dándole un aire mucho más luminoso. Una versión gourmet, en suma, que espero no defraudará a vuestros exigentes paladares.
Beautiful star / Paul Winter
Beautiful star / Paul Winter
La trayectoria musical del saxofonista Paul Winter ha sido bastante sui géneris, virando del jazz teñido de bossa nova de sus comienzos a un sonido más etéreo, de inspiración étnica y naturista, absolutamente estomagante para cualquier urbanita recocido que se precie. No obstante, de entre esta discutible discografía emerge como un oasis Wintersong, una recopilación de música navideña mayormente tradicional, tan adorable como la chiquilla de la portada y por suerte no tan cursi. “Beautiful star” es la mejor de sus canciones, de eso no hay duda, pero casi todas dejan un excelente sabor de boca. Swedish song, por ejemplo; ya sabemos que las canciones carecen de mofletes y ojos azules, pero si los tuvieran, los de esta serían espectaculares.
Es una pena que el veintiocho de diciembre fuera anteayer y no hoy, porque el problema de esta semana casi parece una inocentada. Es uno de los frutos de la delirante imaginación del británico Thomas Raynor Dawson (1889-1951).
Ya había publicado algunos problemas antes, pero fue sobre todo a partir de 1911 (año, curiosamente, de la muerte de Sam Loyd, el padre de la heterodoxia ajedrecística) cuando Dawson comenzó a inundar todos los diarios, semanarios, revistas y panfletos que se le ponían a tiro con sus extravagantes composiciones. Hasta un total de mas de 6000 produjo a lo largo de su carrera, al desbocado ritmo de dos o tres por semana, muchas de las cuales merecieron primeros premios o menciones honoríficas. En 1922 fundó la revista The Problemist, que todavía hoy es el órgano de la British Chess Problems Society, y durante veinte años editó la sección de problemas de The British Chess Magazine, la revista decana en el mundo entre las de su género.
No me entretendré en listar las fantasiosas estipulaciones con las que condimentó sus creaciones, o en describir las nuevas piezas que inventó y usó (algunas de nombres tan sugestivos como el jinete nocturno o el saltamontes), porque el problema de hoy se basta y se sobra para ilustrar el tipo de ideas que era capaz de sacarse de la manga. Notad, para abrir boca, que si dais la vuelta al tablero en la posición inicial aparece ante vuestros ojos la figura de un árbol navideño. No os asustéis, esto del árbol del revés no es nada turbio ni satánico, sino una pista: para resolver el problema no hay que pensar hacia adelante, sino hacia atrás.
Lamento este año con las prisas de la misa del gallo,no haber podido escuchar vuestra versión instrumental, pero por lo menos aquí tengo la original. Recuerdo perfectamente la portada de ese disco (de vinilo????….uf ¿somos tan mayores?) y me encantaba. Feliz año nuevo!
¡Igualmente!