La música: “Duo des fleurs” de Léo Delibes
La estratosférica zambullida de Felix Baumgartner me recordó, por un instante, un sueño de mi infancia: viajar al espacio.
Pues sí, yo de crío tuve la ilusión de ser astronauta. No me duró mucho, porque comprendí enseguida lo poco probable de, no ya superar las tremendas pruebas psicofísicas que estipulaba la NASA, sino incluso sobrevivir a la mayoría de ellas. De modo no tuve más remedio que apagar mi sed de gravedad cero engullendo cada libro, cómic, serie o película de ciencia ficción que se me ponía a tiro y, por descontado, suscribiendo todas las historias de ovnis y extraterrestres que se sacaba de la manga el Dr. Jiménez del Oso, por extravagantes que fueran.
Conforme la pelusilla iba sombreando mi labio superior me volví algo menos ingenuo, y Carl Sagan pasó a ser mi nuevo referente. Sagan se hizo famoso en 1980 gracias a la serie televisiva de divulgación científica Cosmos, que creó y presentaba. En el fondo se trataba como siempre de explotar el sentido de la maravilla de los espectadores, jugando a tope con la baza de la posible existencia de vida extraterrestre, solo que remitiéndose a cosas como la ecuación de Drake y el proyecto SETI en vez de a las líneas de Nazca y el triángulo de las Bermudas. Pero ese matiz era fundamental: aquella serie rezumaba credibilidad.
Al contrario que el amigo Punset, Sagan era un astrofísico de bien ganada reputación, asesor de la NASA y catedrático de la Universidad de Cornell (tampoco, a diferencia de Punset, hizo nunca publicidad del pan Bimbo, pero esta es una maldad gratuita por mi parte…). A principios de los cincuenta, cuando todavía se especulaba si el denso manto de nubes que cubría Venus podría ocultar un lujurioso vergel poblado por monstruos voraces y quién sabe qué otras fascinantes criaturas, Sagan publicó un demoledor y fundado artículo mostrando al lucero de la mañana como lo que probablemente (y luego se comprobó que) era: un desierto calcinado.
El asunto no era tan trivial como parece, porque en 1918 todo un premio Nobel de química, Svante Arrhenius, había afirmado muy seriamente que “una gran parte de la superficie de Venus está sin duda cubierta por pantanos”, comparando la humedad de Venus con la de los bosques tropicales del Congo. Así se explica el voluptuoso planeta que imaginaron los escritores de ciencia ficción de los años treinta y cuarenta, mucho más en consonancia, todo sea dicho, con la diosa que le presta su nombre.
Hubiera estado bien que Léo Delibes escribiese su ópera Lakmé medio siglo más tarde, porque en 1883, cuando se estrenó, no se concebía nada más exótico y excitante que la India colonial. Allí situó Delibes su historia de un amor imposible entre un oficial británico y Lakmé, la sensual hija de un torvo brahmán. Hubiera estado bien, insisto, que la hubiese escrito en los años treinta; a lo mejor Edgar Rice Burroughs se habría hecho cargo del libreto, y qué peripecias no habrían tenido que vivir los enamorados por esas ciénagas venusinas. Lo que es seguro es que Lakmé y su doncella Mallika se lo habrían pensado dos veces antes de hacer olitas con la mano en el arroyo, que a saber qué bicho habría podido morderles…
P.S. Buceando por la red he encontrado una curiosa variante de esta composición, limitada a la parte que cantan a duo Lakmé y Mallika, pero que a cambio incluye una introducción al piano muy resultona. Tentado he estado de colárosla de rondón en vez de la “clásica”, que no sé si saca todo el jugo a la intoxicante melodía del dueto, pero aquí somos gente seria así que abajo tenéis enlaces a ambas. Esta “Lakmé” apócrifa aparece en la banda sonora de The hunger, una estilosa película de los ochenta que en España titularon El ansia. La protagonista, por cierto, es Catherine Deneuve, mujer que a lo largo de su vida habrá sudado un total de dos o tres veces; obviamente, está impecable en su papel de gélida e inmortal vampira alienígena.
Duo des fleurs / Léo Delibes
Duo des fleurs / Léo Delibes letra y traducción
Lakme: Natalie Dessay; Mallika: Delphine Haidan; orquesta: Orchestre du Capitole de Toulouse; dirección: Michel Plasson
Duo des fleurs (The hunger) / Léo Delibes
Duo des fleurs (The hunger) / Léo Delibes
Sopranos: Elaine Barry y Judith Rees; orquesta: The Sinfonia of London; dirección, piano y arreglos: Howard Blake
Algunas veces un compositor queda tan cautivado por una idea o tema que dedica a ella gran parte de su carrera. Tal fue el caso del soviético Froim Markovich Simkhovich (nacido en Kishinev, Moldavia, en 1896, y dado oficialmente por muerto en 1945, aunque probablemente pereció algunos años antes, durante el asedio a Leningrado). El gran logro de Simkhovich (o Simkovitch, Simkovitsch, Simchowitsch, Simchovic, Simhovici, Simbrovici y Simkovici, que de todas estas formas he visto escrito su apellido) es el concepto de tablas posicionales, que formuló, categorizó e investigó con gran profundidad.
El resultado de tablas es el más corriente en ajedrez. Usualmente se dan cuando, desaparecida la mayor parte de las piezas del tablero, se alcanza una situación de relativo equilibrio material, o en todo caso la diferencia es insuficiente para que alguno de los bandos dé mate. El ahogado es la principal excepción a la regla, pero hay otras, y es a estas últimas a las que nos referimos cuando hablamos de tablas posicionales.
Hemos visto ya en el blog dos elocuentes ejemplos de este tema, los estudios de Hašek y Lazard. En ambos casos el rey negro, a pesar de la cortedad de sus tropas, consigue atrincherarse en una “fortaleza” (término introducido por Simkhovich) tan sólida que ni siquiera la dama puede asaltarla. Pero existe un tipo de tablas posicionales todavía más paradójico, que fascinaba especialmente a Simkhovich: aquel donde es la propia dama del atacante quien acaba enjaulada. Pinchad abajo y veréis con qué maestría Simkhovich sacó partido a esta idea.
Estudio de F. Simkhovich, Pravda 1927
Como ya he dicho, Simkhovich investigó el asunto de las tablas posicionales por activa y por pasiva, así que no es de extrañar que descubriera perlas como las publicadas en:
- L’Italia Scacchistica, 1923. La madre de todas las fortalezas.
- The Chess Amateur, 1924. Otra desvalida dama sometida a los crueles rigores del presidio, siendo ahora el rey blanco quien guarda las llaves de la mazmorra.
- Turkmenskaja Iskra, 1940. Como en el estudio en Pravda el protagonista es de un insolente alfil, que esta vez cabalga a lomos de las dos torres negras como un cowboy en un rodeo.