Esta es una entrada muy especial, por decirlo suavemente. La escribió una muy querida amiga en septiembre de 2017. Justo un año después, un malentendido mal curado derivó en un serio desencuentro que se resolvió del peor modo posible, y en enero de 2020 dejamos de hablarnos. Lo que siguió fue, supongo, natural: borré la entrada del blog y así han seguido las cosas hasta hoy. Hace mucho que perdí la esperanza de que las cosas se arreglen, y no obstante, con la ventaja de perspectiva que otorga el paso del tiempo, veo que mi reacción fue pueril: las heridas se desinfectan mejor cuando les da el sol. De modo que aquí la tenéis de nuevo. De una de las cosas que te dije aquel desdichado enero, Ana Belén, no me retracto: sigo deseándote, de corazón, lo mejor en la vida.
Llevo gran parte de las vacaciones de verano, sin motivo aparente y como para ocupar el tiempo, pensando acerca de las dificultades de escribir una novela. En mi vida inocente anterior a este verano, consideraba que escribir una novela (mediocre) era poco más que convertirse en una persona contando anécdotas que guardaran más o menos conexión con un hilo conductor más o menos interesante, alguna descripción gráfica y efectiva, algo de amor y algo de muerte.
O tal vez nunca me planteé en serio lo que significa escribir una novela.
Al fin y al cabo, los estantes de los centros comerciales están repletos de libros sentenciados al olvido, a la lectura parcial o a verse convertidos en regalos inseguros por la falta de convicción (razonable) del que regala.
Sí me pregunto a menudo cómo llega una persona a atreverse a contar una historia dolorosa. Me pregunto si serán psicópatas o extraterrestres. Yo nunca podría hacerlo, porque las palabras, una vez se pronuncian, y mucho más si se escriben, pueden tener consecuencias graves, porque cobran sentido, significado y entidad.
Es como rezar.
Cuando alguien reza, de repente, se da cuenta de sus miedos y de sus deseos, y éstos retroalimentan sus temores, en lugar de extinguirlos bajo la sombra de la comprensión.
La forma de las novelas me crea, en ocasiones concretas, cierta crispación. En la simpleza de algunos escritos no veo más que burla y falta de respeto al lector. Pero creo que el error más grave es la impostación sin disimulo. Es dejar caer, de manera más o menos velada, nombres (Rocamadour, Bukowsky, Breton…), lugares (París, Gare d’Austerlitz, un barrio bonaerense…) para mostrar un conocimiento extremo que resulta ser, en realidad, todo el conocimiento del que se dispone. Algunos textos son puro lenguaje enrevesado que busca más mostrar una técnica que un contenido. Puede que toda literatura, a estas alturas, sea siempre inspiración o plagio, pero hay que saber disimularlo.
Muchas veces en el mismo título observamos esas pretensiones que se quedan en nada. Imagino muchos títulos así: Bukowsky en París, La tibieza de un barrio bonaerense, El enano que se vio menguar en la Gare d’Austerlitz. También las citas que dan comienzo a la novela me ponen la carne de gallina de repugnancia. Citan Crimen y Castigo para pretender ser existencialistas, o un poema de Lorca para camuflar su falta de pasión.
Pero, a veces, el destino nos juega buenas pasadas cuando le parece que estamos perdiendo la fe en la literatura de verdad, en la que te remueve el estómago y te llena las mejillas de agua salada. Literatura siempre breve, porque no la puedes abandonar hasta el final ni puedes pretender que te acompañe el resto del verano, porque ya la estás devorando con ansia y no oyes ni ves a nadie, tan imbuido como estás entre esas palabras que parece que se escribieron solo para ti. Pero, pese a lo breve de su compañía, sabes que te va a dejar bien marcada la piel. Y el alma.
Es lo que ocurre con La buena letra, de Rafael Chirbes, fallecido en 2015.
Chirbes habla de la angustia por el paso del tiempo, y de la decadencia que se deriva del mismo, de la ausencia permanente de la euforia y de la alegría en la vida de una mujer que siente que ha malgastado sus días; y te convence, casi hablándote al oído, sincerándose solo contigo, de la veracidad de cada una de sus reflexiones, sin frases rimbombantes, ni palabras innecesarias, porque sabe que la que habla es una pobre mujer desgraciada que no conoce, ni quiere, a Raskolnikov o a Horacio Oliveira, ya que ella no entiende de frivolidades ni de esnobismo.
Se trata de una novelita (el diminutivo lo uso porque es corta, no porque sea inofensiva) escrita en primera persona y con capítulos muy breves, de manera que el ritmo narrativo es muy rápido. La imagen que aparece en la portada es un cuadro de Lucian Freud titulado “El último retrato”, que se encuentra en el Museo Thyssen. No se podría haber elegido una imagen mejor para resumir esta novela. En este se muestra a una mujer que parece descansar o estar apática. Sin embargo, si lo miramos con más detenimiento vemos la tristeza, la angustia y el dolor en su mirada. Lucien Freud dijo: “Mi idea sobre el retrato proviene de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente. Me gustaría que mis retratos fueran de personas y no como ellas”. De alguna manera, esto es lo que ocurre en la novela de Chirbes. El libro no describe a una persona, sino que se convierte en la persona.
Es una historia que transcurre en los peores años de la historia reciente de España, pero no habla de eso. Se centra en otras angustias, en los mensajes que se deslizan bajo las puertas cerradas como fantasmas, persiguiendo a las personas que allí se intentan proteger de todo, y se les meten por la nariz y por los ojos y por los poros hasta ahuecarles la mirada y encorvarles la espalda, en los llantos ocultos que tienen que ver con las ausencias evitables, y no con dramas pasionales. Porque parece que todo sale bien, pero no. Desde la primera página, sientes que nada se puede arreglar, y eso es lo desgarrador, que nada espera para ser arreglado, que simplemente la vida es así, un cúmulo de hechos insignificantes que, cuando ocurren en momentos muy concretos o a personas especialmente sensibles, se convierten en terroríficos. Días que se nublan para mostrar únicamente el recuerdo que es capaz de atormentar, el dibujo escondido que pretendía ser una declaración de intenciones que nunca se materializó, la muerte y el amor. Pero la muerte cruel. La muerte en la soledad y con la certeza de la desaparición futura de los olores. Y el fuego que destruye lo que la mente no puede. Aún ahora que escribo sobre lo escrito, me emociona pensar que es todo tan real. Que llega un momento en la vida en el que poco importa que el hombre llegue a la luna o que los aviones bombardeen Guernica, porque dentro de cada uno se está librando una guerra contra los enemigos invisibles que son la soledad y la melancolía.
El lenguaje de Rafael Chirbes es tan cercano que duele, porque Ana, la protagonista, podría haber sido mi abuela o mi abuelo o mi tía cuando les notaba los ojos tristes y apagados. Pocas veces nos paramos a pensar en lo doloroso del paso del tiempo y en la extinción de los recuerdos, las cosas nos parecen fáciles.
Pues vende la casa.
Es muy grande para ti.
Total, para qué la quieres.
Vete a una casa más pequeña.
A una casa en la que no tengas recuerdos que te atormenten.
Vacía un poco el equipaje.
Para que, cuando vayas a morir, no te acompañe ni la ropa que llevaste el día que más guapo estabas.
Ni todos los imanes y tortugas que fuiste comprando durante los viajes en los que te creías eterna.
Rafael Chirbes parte de la reflexión de una mujer completamente sola y abandonada, que a veces creyó poder salvarse.
Como todos nosotros.
A veces vivimos en la ilusión de la salvación nublados de felicidad, pero es una ficción.
Entonces, preferimos ocupar el tiempo reflexionando acerca de qué significa escribir una novela.
Sin darnos cuenta de que cada uno de nosotros llevamos una dentro.
Cuando se publicó, La buena letra incluía un capítulo final, ubicado en el mismo tiempo narrativo que el primero, donde las infelicidades de la protagonista hallaban un pírrico consuelo. A partir de la edición de 2000, que es la que he enlazado, Chribes renegó de él por bienintencionado y lo suprimió, desbaratando la estructura simétrica de la novela. Me ha hecho gracia contraprogramarle escribiendo este epílogo musical, ajeno a la entrada original. De tan catártico igual soy un poco masoquista, porque el intercambio de unas canciones fue, en cierto modo, lo que detonó el desastre posterior. Por otra parte, ¿qué culpa tiene una puerta si te pillas el dedo con ella?
De allá para acá vinieron The Shins. Me ataca un poco los nervios la manía de su líder, James Mercer, de cantar una octava más alta de lo que le corresponde, así que nunca me han entrado del todo. No lo hace, gracias al cielo, en “New slang”, el indiscutible temazo que les dio la fama. No os perdáis el sigilo con que encajan, seguidos, tres compases 6/4 en el estándar 4/4 de la canción; le imprimen un cierto deje titubeante, como de no saber si lanzarte a la piscina. Aunque no lo parece, es justo de lo que va la letra: Mercer la escribió en un momento bastante crítico, harto de su ciudad, su pareja y una carrera musical sin aparente futuro. A todo esto, por lo que la canción es famosa en realidad es por la escena de Algo en común donde Sam (una jovencísima y como siempre arrebatadora Natalie Portman) se la hace escuchar a Andrew anunciándole que “va a cambiar tu vida”. La Sam de la película es una mentirosa compulsiva, pero visto lo visto aquí dijo una verdad como un puño.
New slang / The Shins
New slang / The Shins letra y traducción
Y de acá para allá partió Revolver. Era una apuesta ganadora: alineación de dos guitarras y chelo, armonías de primera curtidas en años de ensayos en los coros de Notre-Dame, su nombre como homenaje a uno de los mejorísimos discos de los Beatles. Más el detalle de su ascendencia parisina, que —obviando la tontuna de cantar en inglés— suele garantizar un plus de buen gusto. Tuvieron un cierto éxito y todo, aunque lo dejaron pronto. La despedida, cómo no, también a la francesa: por lo visto, a Christophe Musset (el de la izquierda en la foto) le dio por estudiar carpintería en Canadá y acto seguido se hizo librero. De esta presunta canción de cuna grabaron dos versiones, y como no terminaba de decidirme por ninguna le mandé ambas. Ahora pegaría cerrar con una broma sobre apuestas ganadoras perdedoras, pero me parece que ya vais bien servidos. Catárticamente hablando.
Balulalow (versión 2008) / Revolver
Balulalow (versión 2008) / Revolver letra y traducción
Balulalow (versión 2009) / Revolver
Balulalow (versión 2009) / Revolver letra y traducción