La música: “Recuerdos de la Alhambra” de Francisco Tárrega
De aquí a nada empieza la Eurocopa. Bien. Aúpa España. Oé. A ver si pierden los alemanes, aunque sea a esto.
Porque esta claro que en la vida real nos tienen, para decirlo finamente, asidos por las gónadas. Con un cierto ensañamiento, diría yo. Durante años han estado cebándonos, como se hace con las ocas para fabricar el paté. Venga dinero a espuertas, aunque fuera para construir un aeropuerto en un páramo perdido o un AVE Soria-Hellín. Todo eso se acabó y tenemos un cajón de facturas como para empapelar la basílica de San Pedro. Somos como ese estudiante acomplejado y lleno de acné al que una buen día la chica cañón del instituto le tira los tejos; unas semanas en el séptimo cielo para al final pillarla enganchada con el mazas del club de tenis y enterarte de que lo vuestro no era más que la apuesta con las amigas de una noche de jumera.
Como decía, a ver conseguimos ganarle a los alemanes en algo. En música desde luego no. Hombre, en el último medio siglo la situación podría calificarse de tablas, aunque lo más justo sería dar la partida por perdida a ambos, al menos si nos limitamos a las canciones que han tenido impacto real allende las respectivas fronteras: ellos sembraron el pánico con los robóticos Kraftwerk o los epilépticos Boney M (indescriptible la foto de arriba), pero nosotros reaccionamos contundentemente con la Macarena, el Aserejé y María Jesús y su acordeón. Y si hablamos de música de verdad ellos tienen a Bach, fin de la discusión.
Para qué os voy a engañar, muy fan de la música española no soy, ni de la popular ni de la culta. Llamadme papanatas y desarraigado, pero casi siempre la encuentro muy alicorta, demasiado obviamente española hasta cuando intenta copiar lo de fuera, demasiado cañí. Hay excepciones, no cabe duda. “Recuerdos de la Alhambra”, la segunda composición más famosa de Tárrega, es una de ellas. Que es una fantástica combinación de virtuosismo técnico y sentimiento que extrae todo el jugo posible a nuestro instrumento estandarte es obvio, pero a mí no me parece que suene a “música española”. Desde luego, no lo hace la versión que Mike Oldfield grabó para Los gritos del silencio, la conmovedora cinta de Roland Joffé sobre el genocidio camboyano, y que curiosamente tituló, en francés, “Étude”. A mí me suena a música grande, eterna y universal. ¿Os imagináis Doctor Zhivago o Lawrence de Arabia con “La verbena de la paloma” de fondo? Pues eso.
Recuerdos de la Alhambra / Francisco Tárrega
Recuerdos de la Alhambra / Francisco Tárrega
Guitarra: Xuefei Yang
Antes que nada, para los curiosos, la melodía más escuchada de Tárrega, y posiblemente del mundo, es la de los compases del 13 al 16 de su “Gran Vals”: ni más ni menos que el tono de llamada por defecto de los teléfonos móviles de la compañía Nokia, los primeros que se comercializaron en el mundo. Chúpate esa, Merkel.
Por lo demás el “Gran Vals” es una pieza más bien anodina así que si tenéis más ganas de música de Tárrega yo os recomendaría escuchar antes (o además):
- Una de las cosas que más llama la atención de “Recuerdos de la Alhambra” es la peculiar técnica con que debe interpretarse, el trémolo. La idea es intentar remedar el sonido que produce un instrumento de arco a base de pulsar rápida y alternadamente con los dedos índice, medio y anular. Conseguir una sincronización perfecta de ritmo e intensidad es casi imposible y más de un afamado guitarrista (Narciso Yepes, sin ir más lejos) hace aguas en este apartado. “Recuerdos de la Alhambra” y “trémolo” son casi sinónimos, pero hay otra pieza de Tárrega con esta técnica, Sueño, que os va a gustar seguro. Eso sí, no confudidla con una mazurca titulada igual que también compuso.
- El Capricho árabe, la primera composición que Tárrega publicó, es una obra ya de absoluta madurez y una de las más interpretadas de su repertorio. Como veis hay en Tárrega una cierta faceta orientalizante (también compuso una “Danza mora” y una “Danza odalisca”), pero a pesar de la coincidencia en el tiempo con los impresionistas nada tiene que ver su música con la de estos. Cabría si acaso encuadrarlo en el Romanticismo tardío, aunque su producción es ciertamente singular.
- Lágrima. Tárrega compuso esta preciosidad, en la que el sesgo romántico de su estilo queda más patente que nunca, en 1882, durante una serie de conciertos en Londres, asqueado del clima y del idioma y deseando volver a España a casarse con su prometida. Menudo regalo de boda.
Hoy me he levantado en modo autoflagelación on, así que ahora toca zurrarle al ajedrez patrio. Es verdad que el juego se introdujo en Europa, traído por los árabes, a través de la Península Ibérica, y que en tiempos de Felipe II el extremeño Ruy López de Segura era el ajedrecista más fuerte del mundo, pero desde que el sol se pone en el Imperio nuestra aportación ha sido, no sirve de nada negarlo, paupérrima. (No, no me vale que el padre de Capablanca fuera un militar español afincado en La Habana). En el siglo XX apenas una decena de los nuestros consiguió asomarse al top-100 del ranking, y nadie ha saboreado todavía las mieles de estar entre los 10 primeros. (No, no pienso considerar a Shirov, un puro producto de la escuela soviética, como español, por mucho que por cuestiones crematísticas se nacionalizara a los veintitantos; además, hace poco ha desertado del equipo y vuelto a su Letonia natal).
Y eso que de tarde en tarde ha aparecido por estos lares algún jugador de indudable talento. Arturo Pomar prometía muchísimo (con apenas 12 años hizo tablas con negras —y estuvo a punto de ganar— al campeón del mundo Alekhine en una partida de torneo, un récord de precocidad que todavía no ha sido superado), pero la falta de oportunidades en la España de la posguerra y algunas desafortunadas crisis nerviosas acabaron con su carrera. Otro que también apuntaba excelentes maneras de joven es nuestro actual número 1 y en su momento campeón mundial sub-18, Paco Vallejo, pero, ya treintañero y estancado en los puestos 25-50 de la lista mundial, es evidente que no ha cuajado como los aficionados esperábamos.
Pero hoy me interesa hablar de Jesús Díez del Corral (1933-2010), el segundo español en conseguir el título de gran maestro, en tiempos en los que no había ninguno británico, francés o italiano. Con buen criterio, a sabiendas de lo que había ocurrido con Pomar, optó por hacerse notario y registrador de la propiedad, así que quién sabe adónde hubiera llegado si se hubiera dedicado profesionalmente a esto. Puede que bastante lejos, al menos si se toma como referencia la espectacular partida con la que derrotó al húngaro Lajos Portisch en la Olimpiada (así se llama en ajedrez al campeonato del mundo por países) de Buenos Aires de 1978. Para entender el mérito de esta victoria baste saber que Portisch, un fijo del top-10 mundial en los setenta y los ochenta, lució un espectacular estado de forma en el evento y fue el principal responsable de que Hungría consiguiera el título. Fue la única olimpiada de la historia en la que el monstruoso equipo de la URSS participó y no se llevó el oro.
Indiscutiblemente una obra maestra. Me ha gustado volver a escucharla. ¡Gracias por elegirla!
Una maravilla. Difícil acercarse tanto a la belleza de La Alhambra -¿verdad?-. Trémolo del agua y es posible que trémolo de los recuerdos vagando de una sinapsis a otra entre neuronas. Gracias.