En mi época de estudiante, cuando andaba atribulado por la inminencia de algún examen difícil, fantaseaba con que existiera una palabra mágica que permitiera parar el reloj, un modo de pulsar el pause del mundo para que todo a mi alrededor (los coches por la calle, los niños en el parque, los pájaros del cielo) quedase congelado hasta que pudiera recuperar el resuello. No fui capaz de dar con ella, lo que no significa que no exista, porque hay personas a las que el tiempo le cunde tanto que seguramente han debido de descubrirla. Eso, o son superyoguis a los que les basta dormir, comer e ir al lavabo una vez a la semana, que es igual de inverosímil.
Milan Radoje Vukcevich (1937-2003, yugoslavo de nacimiento y norteamericano de adopción) fue sin duda uno de esos envidiables tipos, pues aparte de despuntar en el ajedrez convencional (estuvo entre los cien mejores del mundo y quedó tercero en el Campeonato de Estados Unidos de 1975) está acreditado como uno de los mejores problemistas del siglo XX, titulándose gran maestro de la especialidad, por sobradísimo margen, en 1988. ¿Tan excepcional es esto, me diréis? No sé. Lo que sí es excepcional seguro es que compaginó todo ello con una extraordinaria carrera académica y profesional en el campo de la metalurgia, por la que incluso llegó a sonar para ¡el Premio Nobel de Química!
Pero no es para hablar de sus patentes para lámparas de incandescencia por lo que estamos aquí. Le robo unas palabras a Marjan Kovačević, otro gran maestro de origen serbio: “El término que mejor define a Milan es ‘espectacular’. Frente a compositores ambiciosos pero faltos de sutileza, y a otros estéticos pero sin fuerza, sus ideas son el exacto trasunto de su personalidad: potentes, claras e ingeniosas”. En su medio millar de trabajos hay ejemplos del máximo lustre de todas las facetas del arte problemístico, pero hay un tema del que estaba especialmente prendado y al que consagró el diez por ciento de su obra. Ese tema es el Bristol y será, como exige la lógica, el leitmotiv del problema con que le homenajearemos en música y ajedrez de diez.
En el tema Bristol, una pieza de largo recorrido se desplaza a lo largo de una línea y es seguida por otra de movimiento análogo en la misma dirección. Recibe su nombre de un célebre problema de Frank Healey, con el que ganó el primer premio de un torneo celebrado en Bristol en 1861. Es un mate en 3 y tenéis su posición de inicio a la izquierda; carece, claro, de la pulcritud de los trabajos modernos pero conserva intacto todo su encanto. La clave es la insólita 1.Th1!, cuyo sentido se revela en el tercer movimiento de la única variante: 1…Ae8 2.Db1 Ab5 3.Dg1!#. En “The beauty of Bristol”, un artículo que Vukcevich publicó sobre este tema en 1994 en la revista especializada Mat Plus, el gran maestro compara componer un buen Bristol con escribir poesía, tal es la dificultad intrínseca del reto y el empaque lírico del logro.
Hasta los candidatos al Nobel yerran a veces (inclusive los premiados, sobre todo los de Economía), pero lo suyo es que atinen. Si Vukcevich estaba en lo cierto en su artículo, entonces la siguiente sinfonía tridimensional de Bristols merece un hueco en las estanterías junto a La Illíada y El paraíso perdido.
Problema de M. R. Vukcevich, Problem 1969
Die Schwalbe 1971 (mate en 3), The Problemist 1980 (mate en 13) y StrateGems 1998 (mate en 3, 1.Qh7).