La vida moderna es un frenesí. Parpadea uno un instante, un añito de nada sin hablar de ajedrez en el blog, y cuando te quieres dar cuenta la casa está patas arribas. El viernes pasado Carlsen volvió a dar la nota, negándose a bajarse los pantalones ante la FIDE y retirándose del mundial de partidas rápidas que estaba disputando (con poco lucimiento, todo hay que decirlo) en Nueva York. Lo de la bajada de pantalones es prácticamente literal, porque el segundo día de competición el astro noruego apareció en vaqueros en la sala de juego, contraviniendo el código de vestimenta de la organización. Los árbitros le propusieron ir a cambiarse a su hotel, a tres minutos de distancia a pie, en un descanso entre partidas, pero Magnus sufrió un ataque de ofendiditis y se largó de mala manera, declarándose en guerra con la FIDE con un contundente (con perdón) “que la jodan”. El sainete ha tenido un desenlace de lo más bizarro. El presidente de la federación, el ruso Arkady Dvorkovich, dejó al equipo arbitral (Viswanathan Anand a la cabeza) con el trasero al aire, nunca mejor dicho, rebajando por decreto las exigencias del código y permitiendo a los jugadores del torneo blitz que, básicamente, fueran vestidos como-les-diese-la-gana-pero-por-favor-sin-dar-mucho-el cante. Así que Carlsen, que se había desapuntado de este segundo evento, se reapuntó, firmó un contrato con la marca G-STAR para lucir sus prendas vaqueras (no es broma) y, como Magnus es Magnus, llegó a la final, donde tuvo a Nepomniachtchi enfrente. Las normas estipulaban un duelo a 4 partidas, a prolongar lo que hiciera falta hasta deshacer el empate (ojo, hablamos de partidas de unos diez minutos de duración). Pues nada, disputadas siete con el marcador todavía igualado, su alteza decidió que ya estaba bien de currar, encima en Nochevieja, y acordó con su oponente declararse “co-campeones”. Aparentemente la FIDE no podía bajarse ya nada más, como no fueran los calcetines, pero, ante la estupefacción general, tragó. Jingle bells.
El motivo último del berrinche, por lo que parece, tiene poco que ver con chaquetas o corbatas. Magnus pretende organizar por su cuenta un campeonato mundial freesytle (modalidad del juego donde la posición de las piezas se sortea al inicio) y se las está teniendo tiesas con los mandamases, reacios a perder cuota de mercado. El todavía indiscutible número uno viene avisando con creciente insistencia de su aburrimiento con el formato clásico, así que sospecho que le quedan ya pocos torneos de ranking por disputar. Visto el tormento que da cuando lo hace, igual no importa tantísimo, sobre todo porque el bombazo ajedrecístico de 2024, jeansgate al margen, ha sido que tenemos chico nuevo en la oficina. Ya que el 12 de diciembre, en Singapur, el indio Gukesh Dommaraju derrocó a Ding Liren y se proclamó campeón mundial. Lo de “chico” es literal del todo, porque con apenas dieciocho años de edad ha batido por más de cuatro años (!!) el récord de precocidad que hasta ahora ostentaba Kasparov como campeón más joven de la historia.
Gukesh (en su país el apellido precede al nombre de pila) ya prometía: gran maestro a los doce años, medalla de oro en la Olimpiada de Chennai de 2022 como primer tablero de India-2 (que ganó el bronce por equipos por delante de los teóricamente titulares), clasificación para el torneo de Candidatos en 2023 (solo Fischer y Carlsen lo consiguieron más jóvenes). Pero lo de este año ha sido un verdadero escándalo. En enero logró el primer puesto ex aequo en Wijk aan Zee, el torneo más prestigioso del calendario, si bien cedió en el desempate a rápidas ante Wei Yi. En abril, la gran campanada: victoria en el torneo de Candidatos de Toronto, y eso que partía con uno de los peores rankings entre los participantes. Luego, su megasobrada en la Olimpiada de Budapest: otro oro en el primer tablero (y primer triunfo de la India en el evento) con una performance de 3056 puntos ELO, tan solo superada por los 3098 de Fabiano Caruana en la Sinquefield Cup de 2014. Y, finalmente, la corona mundial.
Hay que recordar que, tras derrotar a Nepomniachtchi, Ding sufrió una terrible crisis psicológica con severos episodios de insomnio (síndrome del impostor, seguramente, la sombra de Magnus es alargada…), y sigue lejos de su mejor nivel. Pero, contra casi todos los pronósticos, el match por el titulo estuvo muy disputado, porque el chino se defendió con uñas y dientas, y eso que el chaval le presionó hasta la extenuación; hasta que en la última partida, con el marcador nivelado y en una posición de tablísimas, el campeón cometió uno de errores más absurdos de su carrera e hincó la rodilla.
Tras su estratosférico 2024, la pregunta, claro está, es qué Gukesh nos deparará el futuro. ¿Se trata de otro transeúnte del trono, como Ding o Euwe, o asistimos al alumbramiento de una nueva leyenda del juego? A sus colegas de la élite los tiene francamente desconcertados. Magnus y Nepo, por ejemplo, coinciden en reconocer su insólita precisión para el cálculo de variantes, pero no perciben nada especial en su estilo. Juega “extraño” a veces, no parece “sentir” la posición, dicen, como debería hacerlo una superestrella, y se remiten a su discreto desempeño en el ajedrez rápido y relámpago. Pero el caso es que… gana. Anatoly Karpov, en su juventud, recibió reproches similares, y creo que no es casualidad, porque las partidas de Gukesh (lo comprobaréis a la perfección con la que os he seleccionado) saben muy parecido a las del ruso: la situación evoluciona tan sutilmente que no parece que esté pasando nada serio; hasta que de repente su adversario está absolutamente perdido, como si hubiera sido víctima de un hechizo maléfico. Más los intangibles: estudia teoría como un mulo, no da una bola por perdida, frente al tablero es una esfinge y las derrotas apenas le hacen mella (tanto en Toronto como en Singapur las tuvo en momentos críticos y reapareció al día siguiente con el cuchillo entre los dientes). Y encima, cuando se quita el mono de trabajo, resulta ser un muchacho encantador y agradecido, que encaja las críticas con absoluta naturalidad.
De paseo el día de descanso tras la novena partida del match, Gukesh le hizo una promesa a su entrenador: “Si gano el mundial me tiro en puenting“. Y vaya si lo hizo, berreando “¡¡soy el campeón del mundo!!” como un crío (es decir, lo que es), a pesar del miedo que le dan las alturas. Indudablemente, cuando tiene que celebrar algo lo celebra, porque ya se marcó un baile a lo Bollywood tras el torneo olímpico. Transeúnte o no, más o menos impostor, que eso solo el tiempo lo dirá, lo que parece claro es que nada le quita el sueño a este chico.