Desde los años cuarenta, los relojes de todas las estaciones de tren suizas son básicamente idénticos. Su diseño, obra de Hans Hilfiker, un ingeniero de la compañía pública de ferrocarriles, aúna eficacia y elegancia, y su principal seña de identidad es la paradinha en la vertical del llamativo segundero rojo, como si fuera a lanzar un penalti, con la que se garantiza la perpetua y exacta sincronía de todos ellos. No deja de ser otro ejemplo de lo cabezayunques que son los helvéticos, aunque es innegable que aquí acertaron, hasta en lo lírico. Lo del viaje en tren como metáfora de nuestra peripecia vital está más visto que Raphael, pero es certero: los pasajeros que suben y se apean de nuestro vagón serían los allegados que amamos o extraviaremos; los sucesivos transbordos, las elecciones a las que nos enfrenta el azar; el furioso rodar de los engranajes, la no menos imparable galopada de las horas. Estirando otro poco el chicle metafórico, las estaciones ferroviarias equivaldrían, entonces, a templos donde el tiempo se toma un breve respiro; y tiene sentido que sus redondos altares luzcan bien reconocibles, blancos y perfectos.
Así que ahí va: una sobre el tren de la vida, el mismo día en que el minutero de mis años cierra su primera, y previsiblemente única, vuelta completa a la esfera. No es la que esperaríamos de primeras de John Mayer, en apariencia el típico guaperas diseñado a escuadra para que las quinceañeras baboseen, y el pegajoso single (“Your body is a wonderland”) que lo lanzó al estrellato en 2001, más la ristra de famosotas (Katy Perry, Jennifer Anniston, Taylor Swift…) que se ha ligado, refuerzan la impresión. Pero nada de eso. Redimidos estos pecadillos de juventud ha demostrado ser un músico fabuloso (aparte de un brillante guitarrista), que ha grabado con leyendas como Eric Clapton o B.B. King e incluso salido de gira con Grateful Dead, el mítico grupo de rock psicodélico de los sesenta.
El emigrante / Asfalto
El emigrante / Asfalto letra de la canción