La fértil historia del ajedrez nos ha regalado un ramillete de jugadores que, sin lucir el halo sagrado que identifica a los campeones más legendarios, se han distinguido por una maestría tan extraordinaria en determinado aspecto del juego que casi apetece llamarlos leyendillas. Ahí están “el defensa central” Kholmov y su genética resistencia a la derrota; o la desquiciada fantasía combinatoria del irrepetible Nezhmetdinov; o Polugaevsky, con su enciclopédico conocimiento de las aperturas; y qué decir de la iconoclastia teórica de Nimzowitsch o el virtuosismo finalístico de Andersson. Hoy se incorpora a la lista, con todos los honores, el sempiterno campeón norteamericano Frank Marshall (1877-1944), no en vano fue conocido en su tiempo como “el gran timador”. Apodo, por cierto, del que se sentía tan orgulloso que tituló uno de sus libros Marshall’s chess “swindles”.
Cuando hablo de “timo” no me refiero, por supuesto, a nada ilegal o éticamente reprochable, sino a una maniobra particularmente imaginativa con la que un jugador revierte una posición objetivamente perdida a otra de tablas o incluso ganadora; una habilidad que Marshall ejercitó y mejoró a lo largo de su carrera hasta casi el límite de lo paranormal. A veces, también es verdad, su fe en los milagros le hacía pasarse un poco. Tarrasch, ya sabéis lo que le gustaba sacar el látigo, escribió al hilo de una partida que disputaron en 1912: “Su estúpida obstinación en continuar jugando las posiciones más desesperadas lo pone en ridículo, y degrada el ajedrez de torneo como espectáculo”. Pero incluso Herr Doktor acabó transigiendo: “Quizá Marshall disfruta tanto jugando que rendirse le resulta superior a sus fuerzas”, diría dos años después.
Por ahí seguro que iban los tiros, porque su conducta fue siempre caballerosa, quizá hasta exageradamente. Cuando en 1909 Capablanca, entonces un desconocido, lo despedazó en un match (8 victorias, 1 derrota, 14 tablas), no solo no se lo tomó a mal sino que insistió en que participara en el exclusivísimo torneo de San Sebastián 1911, que a postre consagraría al cubano como gran estrella del ajedrez, en contra de la opinión de varios insignes jugadores. Su derrota contra Capablanca, y el apalizamiento todavía más severo que le infligió Lasker en el Mundial de 1907 (11½-3½), han devaluado considerablemente sus acciones, y su fama de cafetero tampoco es que ayude mucho. Pero si bien es cierto que tenía score desfavorable con casi todas las figuras de la época (y paupérrimo con los campeones mundiales), muy malo no sería si ganó Cambridge Springs 1904 con dos puntos de ventaja sobre Lasker y Janowski o La Habana 1913 superando a Capablanca. En el Salón de la Fama se guardará por siempre su estrepitoso sacrificio de dama 25…Dg3!! contra Levitsky en Breslau 1912 (diagrama de arriba), que los espectadores celebraron arrojando al tablero una lluvia de monedas de oro, pero lo suyo es que disfrutemos del Marshall más trilero. Su combinación contra Chigorin de Ostende 1905 (según Smyslov, la mejor de su carrera) no provino, como tantas otras veces, de la necesidad, ya que la posición estaba igualada, pero lleva el inconfundible sello del gran embaucador: mi dama por tu torre y tu alfil, el chollo del siglo… para mí.
Fui un asiduor seguidor hace MUCHOS AÑOsssssssssss.Jugador de 60 años Y MAS….
Tengo guardadados TXTs Coreos en Gmail y Partidas con comentarios copiados de vuestros comen en Formato de Chessbase. Una locura de Ajedrez y tambien CULTURA .
Sin mas FELICIDADES y VOLVER PRONTO A EDITAR. Merci Beaucoup Gracias.
¡Hola Antonio Ramón, en ello estamos! Como ves, de momento he cambiado la plantilla del blog, la anterior se había quedado viejísima y daba problemas de todo tipo, y hace un mes escribí sobre Weyes Blood, mi más reciente obsesión musical. Y en nada, un aporte sobre los míticos Mitos de Cthulhu, del gran H. P. Lovecraft. Y alguna cosa de ajedrez tengo en cartera, así que no desesperes…
¡Un abrazo y gracias por la fidelidad!