Lo de que “la vida imita al arte” queda fetén como frase ingeniosa, pero es claro que de Altamira para acá prácticamente todo el arte de cierto fuste ha bebido de la realidad. Quizá no, en los últimos tiempos, para copiarla tal cual, pero al menos para embellecerla, rebasarla o transgredirla. Ni siquiera la composición ajedrecística, a pesar de su carácter eminentemente abstracto, es ajena del todo a este principio, y así lo evidencia nuestro primer estudio del día, todo un clásico de la especialidad.
La posición de la derecha muestra el momento crítico de la partida Lasker-Loman, jugada durante una sesión de simultáneas del primero en Londres, 1903. El campeón mundial acababa de sacrificar una torre en f8 y realizar la captura g6xh7, para luego coronar el peón. Tras el jaque a la desesperada 1…Tc3+ el astro alemán se sobró con 2.Rg4? (para ganar bastaba 2.Rf2, usando las filas inferiores para acercarse a la torre), ignorando quizá que Loman —un profesor de música holandés que vivía en Inglaterra pero había sido varias veces campeón de su país— no era la típica carne de cañón que suele picarse en estos eventos. Luego de 2…Tc4+ 3.Rg5 el profesor encontró la sorprendente 3…Th4! 4.Rxh4 g5+ 5.Rxg5 Rg7 y ganó la partida. (La combinación de Loman, por cierto, ha reaparecido un par de veces en la práctica magistral, en ambos casos ejecutada por las blancas: durante una partida relámpago Alekhine-Shishko jugada en Moscú en 1919 y en unas simultáneas de Richter en Berlín (1930), contra un aficionado. ¿Qué sería esto, la vida imita a la vida?). Es una idea demasiado hermosa para desaprovecharla, y Josef Moravec (1882-1969), un maestro internacional de composición checo, la investigó a conciencia en 1925. El toque artístico no solo consistió en depurar todo lo no esencial; en vez de un truco ingenioso para ganar una partida, el golpe de Loman pasa a ser un modo glorioso de perderla.
Educador como Loman, él en un instituto de secundaria, y asimismo aficionado a la música (cantó en un coro praguense de prestigio internacional), Moravec despuntó en el manejo de las posiciones simples, conforme a los principios de economía tan del gusto de la escuela checa. También compuso problemas, y con bastante tino, pero su especialidad fueron los estudios de torres y peones, presuntamente tan sosos, a los que sabía sacar un jugo insospechado. Y no lo digo solo por el anterior; hay otro de 1912 que me gusta casi más. Le veo un aire como a drama shakesperiano (¿esto qué sería, el arte imita al arte?): Dos esbirros acuden a salvar a su monarca, sometido a graves peligros. Lo que este ignora es que han sido sobornados por una potencia enemiga y serán la causa de su perdición. Pero Roma no paga a traidores, y el felón que ha empuñado la daga no tarda en compartir la suerte de su señor. El otro consigue huir a caballo, y la persecución será larga, pero la justicia del vencedor no conoce la clemencia.
Estudio de J. Moravec, 28 Ríjen 1925
Estudio de J. Moravec, La Stratégie 1912