Todo aspirante al trono de Caissa ha de tener, casi por necesidad, un ego considerable. El del polaco-francés Dawid Janowski (1868-1927) fue considerabilísimo, incluso si es espurio eso que se le atribuye de “solo hay tres jugadores de ajedrez en el mundo: Lasker, Capablanca y un tercero que mi modestia me impide citar”. Espurio y disparatado, como se demostró cuando disputó la corona al primero en 1910, con el abismal resultado de 9½-1½. El match fue sufragado por un mecenas, el pintor y marchante de arte Leo Nardus, que le ayudó durante buena parte de su carrera; cosa notable porque, aun siendo uno de los mejores jugadores de los primeros años del siglo XX, su talla ajedrecística no era comparable a la un Rubinstein o un Maróczy, que nunca gozaron de semejante suerte.
Claro que su estilo tampoco se parecían en nada al de estos. Janowski odiaba las tablas y odiaba los finales; en cambio adoraba los alfiles, en especial el de rey, que consideraba primordiales para el ataque (en Estados Unidos, donde vivió unos años, se les llamó por un tiempo los “jans” en su honor). Porque lo que a Janowski le gustaba, más que un globo a un crío, era atacar, y si la idea era brillante, mejor, y si estaba equivocada peor para la idea. Lo cual era estupendo para la galería, para Nardus, pero no dejaba de ser una debilidad, y así lo comentó Lasker durante el mundial. Janowski, por cierto, lo había tachado antes (esto sí está acreditado) de “jugador de dominó”, un puyazo muy en su línea porque además de arrogante, recordman mundial en poner excusas y ludópata era un tipo bastante grosero, y acabó peleado hasta con su mentor. Y sin embargo cuando murió, tuberculoso y sin blanca, sus colegas se hicieron cargo del entierro, quizá en reconocimiento de su ilimitado amor al ajedrez; como pago, tal vez, por partidas tan hermosas como la de hoy. Los “jans”, cómo no, abrirán la combinación, cuya recóndita clave pasó desapercibida, además de a su rival, a otro par de fuertes maestros quince años después. En esto también acertó el gran Lasker: “Si el éxito debe alcanzarse mediante una combinación hundida en las profundidades del tablero, su incansable energía e imaginación creadora la hallará y la aplicará”.