La música: “Première arabesque” de Claude Debussy
Hace unos días, hojeando el periódico, me tropecé con una de las noticias más delirantes que he leído en años: Neil Harbisson, británico y residente en Barcelona, es el primer cíborg oficialmente reconocido.
Resulta que el tal Harbisson padece una rara disfunción visual llamada acromatopsia: es incapaz de distinguir unos colores de otros, así que es como si estuviera todo el tiempo viendo una película en blanco y negro. Aburrido de perderse parte de la diversión se hizo instalar un artilugio consistente en un sensor que le asoma por la frente, conectado mediante un tubito con un chip pegado a su nuca. El sensor traduce los colores en diferentes frecuencias que, transformadas en sonidos mediante el chip, llegan a su cerebro a través de los huesos del cráneo; de este modo puede, digámoslo así, “oír” los colores. Por ejemplo, el tío dice que le encantan las ensaladas porque puede preparárselas de modo que suenen de maravilla. Dado que no se quita el chisme ni para dormir, cuando le llegó el momento de renovarse la foto del pasaporte se presentó con una con el aparato puesto. Al principio se lo tomaron a pitorreo, como es natural, pero insistió tanto que al cabo de un año lo dejaron por imposible y así es como aparece en el documento. De ahí que presuma orgulloso de ser un cíborg con todas las de la ley.
Quizás haya que replanteárselo a la vista del artilugio este, pero hasta ahora estaba clarísimo: para aprender a traducir los colores a sonidos hay que escuchar la música de Debussy.
Claude Debussy es la figura más destacada del impresionismo, una corriente a caballo de los siglos XIX y XX que surge como reacción a los excesos del Romanticismo y cuya influencia en el desarrollo de la música posterior es capital. Como su homónimo pictórico, el impresionismo pone el énfasis en el color frente a la forma. El “colorido” se consigue aquí jugando con acordes extraños, un punto disonantes a veces, escalas no convencionales e instrumentaciones inusuales; por su parte las melodías se diluyen y fluyen sin seguir patrones claros, sugiriendo más que afirmando, e invitan al oyente a pasar de mero espectador a cómplice. Asoma también un regusto por lo oriental, aunque no en este caso por sus texturas sonoras sino por la exótica opulencia y la mórbida sensualidad que Las mil y una noches rezuman. Cuando se arriesga tanto es fácil meter la pata, pero cuando la fórmula funciona, y en el “Première arabesque” de Debussy lo hace a la perfección, el efecto es incomparable.
Para gustos, los colores (perdón por el chiste fácil) pero yo recomendaría al bueno de Neil que dejara de parecer un cruce de grifo y terminator y se colocara unos sencillos auriculares conectados a un reproductor mp3 con unas cuantas obras selectas de Debussy. Le resultaría más ameno y se ahorraría un montón de problemas por esos aeropuertos de Dios.
Première arabesque / Claude Debussy
Première arabesque / Claude Debussy
Piano: Jacques Rouvier
Su repertorio pianístico da para cubrir el expediente con cierta holgura, pero es innecesario porque el catálogo de Debussy tiene mucho más vuelo…
- …lo que no implica cometer la tontería de prescindir de Clair de lune, el tercer movimiento de su Suite bergamasque para piano. Es su composición más conocida, razón por la que ha sido derrotada en la foto-finish por “Première arabesque” para protagonizar esta entrada. El Adagio de la Sonata nº 14 de Beethoven también se conoce popularmente como “Claro de luna”, pero más allá del nombre poco tienen en común ambas piezas, salvo su belleza, que no es de este mundo.
- Prélude à l’après-midi d’un faune. Pastoral, bucólica si queréis, pero nada inocente. Debussy recrea un poema de Mallarmé del mismo nombre en el que un fauno, cansado de perseguir a ninfas y náyades timoratas una tarde de verano, se resigna a echarse una siesta y desahogarse en sueños. Diez minutos en la cuerda floja, tensando armonías y tonalidades al límite, sin dar un solo resbalón: el ejemplo paradigmático del impresionismo.
- En la mitología griega Syrinx (Siringa en español, pero suena infinitamente peor) era una casta náyade que, intentando huir del lascivo dios Pan, pidió ayuda a las ninfas de un río cercano. Estas, conmovidas, la transformaron en un cañaveral. Tal vez no fuera la mejor solución pues Pan, embelesado por el sonido del viento al agitar las cañas, cortó algunas de ellas para construirse una zampoña. Debussy se inspiró en esta historia para componer una breve pieza para flauta solista que se ha convertido, con el tiempo, en un estándar de este instrumento.
Usualmente no hay relación de ningún tipo entre la canción y la partida de cada entrada, que eso sería ya rizar el rizo, pero la oportunidad de hoy era demasiado fácil para dejarla pasar. Abu Bakr Muhammad bin Yahya al-Suli (c. 880-946), más conocido como al-Suli, fue un legendario jugador de ajedrez y confidente de varios califas de la dinastía abasí. De la posición del estudio de hoy, conocido como “el diamante de al-Suli”, dejó escrito que ya entonces era muy antigua, y que ni al-‘Adli (un maestro del siglo anterior) ni nadie más sabía si se podía ganar salvo que el propio al-Suli se lo revelase. La solución de al-Suli no se conoce y el enigma permaneció sin resolver hasta que Yuri Averbakh atacó el problema en 1986, aunque solo con la ayuda de ordenadores específicamente programados se pudo, años después, terminar de desentrañar del todo.
Es preciso indicar que el tipo de ajedrez que se jugaba entonces, el shatranj, no era igual que el que conocemos en nuestros días. Una de las diferencias más relevantes era que el lugar de la poderosa dama actual estaba ocupado por la mucho más modesta alferza, que tenía los mismos movimientos que el alfil (que es el símbolo que he utilizado para representarla) pero solo podía desplazarse a una casilla contigua. Por ejemplo, en la posición de partida, con la alferza blanca en c3 y la negra en a1, ninguna puede capturar a la otra porque están separadas por la casilla b2. Lo otro que debéis saber es que entonces había, además del jaque mate, una manera alternativa de ganar la partida: dejar al adversario con el rey como única pieza (salvo que en la jugada siguiente este, a su vez, pudiese también dejar solo al rey enemigo).