La música: “Nocturne nº 1 en si bémol mineur” de Frédéric Chopin
Creo que casi todos estamos de acuerdo en que lo mejor del verano son las noches, aunque los motivos serán seguro de lo más dispar. No he sido lo que se dice un héroe de las fiestas de la espuma, los concursos de camisetas mojadas y los botellones playeros, así que los tiros no van precisamente por ahí.
Lo que me gusta a mí de las noches estivales es cuando por fin se hace el silencio, si acaso moteado por el canto de grillos y cigarras. Corre un poco de brisa, el mercurio da un respiro y, recuperadas las constantes vitales, uno puede sentarse en una tumbona en el porche y agarrarse sin prisas una buena novela policiaca o un libro de partidas de algún grande del tablero. O, por qué no, escuchar a volumen muy suave música adecuada para la ocasión, como los nocturnos de Frédéric Chopin.
Chopin escribió el primero de sus veintiún nocturnos hacia 1831, el año en que llegó a París huyendo de su Polonia natal. Ferviente nacionalista, el levantamiento contra los rusos del año anterior había sido duramente sofocado y ya no había sitio allí para él. Viviría, quiero creer, en un apartamento de un edificio abuhardillado y, como manda la tradición, el inquilino del ático sería un pintor o, mejor aún, un poeta, con talento pero sin un franco. Y habría noches como la de hoy en que el caprichoso maestro compondría, o improvisaría, y nuestro artista, por una vez de suerte, apagaría su vela y se recostaría en su camastro, saboreando en la penumbra las notas irrepetibles que se filtrarían por el tragaluz.
Pero esto es 2012, un dúplex adosado en una playa del sureste, y el cazurro de al lado acaba de sacar el televisor al fresco dispuesto a tragarse el primer programa de telebasura que encuentre. Hora de acostarse.
Nocturne nº 1 en si bémol mineur/ Frédéric Chopin
Nocturne nº 1 en si bémol mineur/ Frédéric Chopin
Piano: Maria João Pires
El nocturno es una pieza de un solo movimiento, usualmente para piano, en la que la melodía, esbozada con la mano derecha, se acompaña con un arpegiado, que casi recuerda al de una guitarra, tocado con la izquierda. El inventor de esta forma musical fue el compositor irlandés John Field, pero fue Chopin quien la dotó de plena madurez. Sus nocturnos más populares son el número 2 y el número 8. Si el día me pilla torcido puedo encontrarlos, respectivamente, un tanto dulzón y un pelín violento, pero sin duda son obras maestras.
A todo esto, que no se nos pase entre tanto nocturno su breve pero indeciblemente hermoso Prélude no. 4, romántico a rabiar y otra de sus más insignes composiciones.
La vida de Viktor Korchnoi da para hacer una película. Película que arrancaría con el máximo dramatismo pues Korchnoi, que nació en Leningrado (la actual San Petersburgo) en 1931, fue uno de los muchos que sufrió el dantesco sitio de la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces apenas un niño consiguió sobrevivir robando las cartillas de racionamiento de los cadáveres que se amontonaban por la calles, y en una ocasión se vio obligado a arrastrar los cuerpos de su abuela, y un hermano de esta, hasta el cementerio, a varios kilómetros del piso comunal que su familia compartía con otras diez.
Supongo que tras un comienzo tan impactante el guionista no se demoraría demasiado con su lento, y no exento de altibajos, ascenso a la élite del ajedrez, en la que ingresó ya con treinta años (y donde permanecería los treinta siguientes). Más probablemente, se recrearía en la narración de la espectacular secuencia de hechos que siguió a su derrota ante Karpov, por el mínimo margen, en la final de Candidatos de 1974, duelo que a la postre equivalió a un match por el título por la renuncia de Fischer. Korchnoi, que siempre tuvo muy mal perder, puso a Karpov a caer de un burro en unas declaraciones a una revista yugoslava y la reacción de las autoridades (Karpov era su niño mimado) no se hizo esperar: a Korchnoi le impusieron un año de sanción sin competir en torneos internacionales y el estipendio que recibía del estado se vio reducido en un tercio.
En cuanto pudo desertó de la URSS (dejando por cierto tirados a su mujer y a su hijo, con los que el régimen no fue precisamente cariñoso). Con una mano delante y otra detrás, víctima de un férreo boicot por parte de los soviéticos, y contra toda lógica, Korchnoi elevó aún más su nivel de juego y se proclamó aspirante al título. El mundial, celebrado en Baguio (Filipinas) en 1978, se le fue enseguida de las manos a la FIDE y ha pasado a la historia como el más escandaloso de todos los tiempos. Fue el mundial del parapsicólogo Zukhar, los yoguis, las sillas examinadas con rayos X, la guerra de los yogures y las gafas de espejo de Korchnoi, entre otras lindezas. En lo deportivo, se resolvió por la mínima a favor de Karpov, que lo derrotaría de nuevo, esta vez de forma contundente, en Merano (Italia) en 1981.
Los años pasaron y Korchnoi siguió compitiendo a gran nivel durante mucho tiempo, prolongando hasta lo indecible una carrera que en términos de longevidad solo admite comparación con las de Lasker y Smyslov. Lo ha dicho en infinidad de ocasiones: “Solo la Naturaleza me alejará de los tableros”. El año pasado, con 80 años, aún tuvo arrestos para ganar el campeonato de su país de adopción, Suiza, donde este mismo mes ha vuelto a anotarse un torneo ¡sentado en una silla de ruedas! Qué remate tan fantástico para la película, ¿no os parece?
Viktor Lvovich Korchnoi, apodado “Viktor el Terrible”, no solo por sus malas formas con los rivales (el propio Korchnoi comenta en sus memorias que Simagin dijo de él una vez: “¿Por qué me mira con tanta malicia, como si hubiera asesinado a seis generaciones de familiares suyos?”) sino, sobre todo, por su gigantesca capacidad de lucha y sus incontenibles ansias de triunfo. En sus comienzos su estilo se caracterizaba por la adopción de variantes muy complicadas, y a veces dudosas (no había pieza sacrificada que no se comiera, por muy arriesgado que ello fuera), con la convicción, propia de un tío que ha resistido el asedio de Leningrado, de que saldría airoso de la defensa y podría revertir la situación en su favor. Con el tiempo fue puliendo esta manera de jugar, insuficiente para hacer frente de manera consistente a los mejores, hasta convertirse en un ajedrecistas sin fisuras, fortísimo en todas las fases de la partida.
Su mayor logro creativo, en mi opinión, es la séptima partida de la final de candidatos que disputó contra el excampeón Spassky en 1977, una lección magistral de cómo se explota la ventaja de un peón pasado. La partida tiene además una interesante componente psicológica que revela al feroz competidor que siempre ha sido Korchnoi: en una posición con una ligera ventaja, pero sin perspectivas reales de victoria, opta por una línea algo inferior intuyendo que Spassky, engolosinado ante la posibilidad de ganar con negras, bajará la guardia. Eso fue justo lo que ocurrió.
Korchnoi-Spassky, final de Candidatos (partida 7), Belgrado 1977
Unas cuantas muestras más del buen hacer del infatigable Korchnoi, separadas por casi medio siglo (!) de distancia:
- Ivkov-Korchnoi, Leningrado 1957. Un duelo épico, 94 movimientos nada menos. Korchnoi hace frente a las dos torres en séptima de Ivkov, que amenazan mate de inmediato, dando jaques y más jaques (veintitantos seguidos) hasta conseguir desactivar la pinza de su oponente.
- Korchnoi-Udovcic, Leningrado 1967. Udovcic plantea la defensa francesa (la favorita de Korchnoi) y hace todo lo posible por cambiar damas. Korchnoi hace justo lo contrario, y acaba montando un ataque de muy bella factura a base de múltiples clavadas.
- Korchnoi-Dolmatov, Las Vegas 1999. El ya sexagenario de un baño (22 movimientos) a un reciente candidato al título y campeón mundial juvenil con un concepto absolutamente nuevo en la variante Leningrado (¡cómo no!) de la holandesa.
Las baterías, en apariencia inagotables, del legendario Korchnoi, se apagaron el 6 de junio de 2016, en la localidad suiza de Wohlen. Cuando falleció aún conservaba un ELO más que respetable, 2499. Es entonces, y no ahora, cuando correspondía haber publicado este obituario, pero te lías con esto y lo otro y cuando te quieres dar cuenta se te han esfumado ocho años. Lo peor es que he sido consciente todo este tiempo de que tenía que hacerlo, aunque no fuese más que para remediar un atroz despropósito; pues eso, y no otra cosa, fue haber omitido de la lista “extra” de partidas la penúltima del mundial de Baguio. La razón, que naturalmente ya no recuerdo, quizá fuera lo anodino de sus primeros cuarenta movimientos, pero a lo que vino a continuación lo compensa con creces. Korchnoi fue bendecido con una portentosa capacidad para el cálculo fino de variantes, lo que aclara en buena medida por qué su estilo era el que era y por qué jugaba mejor que nadie (quizá en toda la historia del ajedrez) los delicadísimos finales de torre; y el grado en que combinó genio y temeridad en este resulta, sencillamente, asombroso.
El duelo tiene, además, una emotiva componente simbólica, pues con esta partida culminaba una espectacular remontada, de 5-2 a 5-5, y se ponía a una sola victoria del ansiado título de campeón del mundo. Nunca volvería a estar tan cerca, este auténtico Sísifo del ajedrez, de llevar la roca a la cima.
Korchnoi-Karpov, Campeonato del Mundo (partida 31), Baguio 1978 (final)