La música: “Shine on you crazy diamond (parts 1-5)” de Pink Floyd
Pasado mañana música y ajedrez de diez cumple un año. Se ha pasado volando, lo que no me sorprende porque desde hace ya unos cuantos todo parece ir muy deprisa.
No sé a qué obedece esta especie de efecto relativista en virtud del cual los últimos años vividos se nos antojan mucho más cortos que los primeros. Quizás porque los vivimos con menos intensidad; el verde neón, el azul cobalto y el rojo carmín de nuestros tiempos mozos han trocado en razonables tonos pastel y marfil. En realidad no es malo, supongo, porque tendemos a olvidar que es justo en los momentos duros cuando las horas se espesan como la melaza. Pero esta caída libre cronológica, viendo sucederse las hojas del calendario con la fugacidad de los luminosos de una autopista nocturna, produce cierto vértigo, para qué negarlo.
Del mismo modo, es la música que escuché durante la primera mitad de mi vida la que se lleva la parte del león de mis querencias, aunque creo que la explicación es ahora más crematística que metafísica. La renta disponible era escasa y había que pensarse muy bien qué discos comprabas; y tus predilectos los oías una y mil veces, hasta que terminaban por grabarse a fuego en tus neuronas.
Pink Floyd, más que ningún otro, era para mí el grupo en aquellos años, así como su Wish you were here era el disco y “Shine on you crazy diamond” la canción. Si no me falla la memoria, la escuché por primera vez en casa de un profesor de Matemáticas del colegio, y me quedé tan estupefacto como si se me hubiera aparecido la Virgen de Fátima. Cuando era crío tenía una lista con mis cosas favoritas: mi color favorito, mis pantalones favoritos, mi postre preferido. Ahora ya no estoy seguro de casi nada, y desde luego no osaré afirmar que esta es la mejor pieza de música jamás escrita. Pero para mí sigue siendo la canción, así que hoy tenía que ser ella sí o sí.
Shine on you crazy diamond (parts 1-5) / Pink Floyd
Shine on you crazy diamond (parts 1-5) / Pink Floyd letra y traducción
Con el fanatismo propio del pinkfloydmaniaco que todavía soy doy por sentado que conocéis, e incluso veneráis, sus sagrados cuatro evangelios: Dark side of the moon, Wish you were here, Animals y The wall. Por tanto extraeré mis tres recomendaciones de otros discos menos populares:
- En el principio fueron Syd Barrett y The piper at the gates of dawn, uno de los álbumes fundacionales (y fundamentales) del rock psicodélico. Barrett no tardó en quemarse el cerebro con el LSD y tuvieron que sacarlo de la circulación, pero Astronome domine demuestra lo que pudo llegar a ser. Él es, precisamente, el diamante loco del que habla “Shine on you crazy diamond”.
- Careful with that axe, Eugene. El título de este mayestático instrumental (“Cuidado con esa hacha, Eugene”) os debería ya poner en situación. Comprobad que vuestro electrocardiograma está en regla antes de escuchadla, preferiblemente a plena luz de día (y por supuesto en la versión en directo de Ummagumma).
- Y para recuperarnos de los sobresaltos del tema anterior, nada más adecuado que la acústica Wot’s… uh the deal. Enterrada como está en Obscured by clouds, una irregular banda sonora, suele pasar bastante desapercibida, lo cual es trágico porque es realmente especial.
Para celebrar la efemérides de hoy os he reservado lo que algunos consideran como el santo grial de la composición ajedrecística: la tarea de Babson. La historia arranca en 1913, año en que el problemista norteamericano Joseph Ney Babson plantea al mundo del ajedrez el reto de componer un problema sujeto a las siguientes estipulaciones:
- El blanco hace la jugada clave.
- Entre sus posibles respuestas el negro puede promocionar un peón a dama, torre, alfil o caballo. El blanco también puede promocionar un peón.
- Si el negro promociona a dama, la jugada ganadora para el blanco es promocionar su peón a dama. Si el negro corona su peón a torre, la única jugada buena es ahora promocionar a torre. Idéntico principio de simetría se aplica a las promociones a alfil y caballo.
Babson dedicó mucho tiempo, sin éxito, a este asunto, y otro tanto le ocurrió a compositores de gran renombre. André Chéron, que como vimos hace poco de subpromociones sabía un rato, llegó a afirmar en 1934 que probablemente se trataba de un problema sin solución.
A pesar de estos negros augurios un ingeniero metalúrgico francés, de nombre Pierre Drumare, decidió acometer en 1960 lo que él llamó una “búsqueda de lo imposible”. No tardó en apreciar la dificultad de la empresa pero no desfalleció. Según pasaban los años fue dedicando más y más tiempo al reto de Babson, hasta una media de cuatro horas al día, obsesionándose por completo con él. Los caballos eran su pesadilla, pues por lo limitado de su recorrido no había modo de imaginar una situación donde una promoción a caballo exigiera otra igual en el extremo opuesto del tablero. Por fin, veinte años después, presentó al mundo el diagrama de abajo, un mate en 5 que cumplía las estipulaciones de Babson.
“Ante esto uno se queda sin palabras (y sin juegos de piezas)”, escribió Tim Krabbé en su web Chess curiosities. La posición es completamente ilegal, es decir, no podría darse en una partida real, y durante la solución nueve torres y nueve alfiles aparecen simultáneamente en el tablero. Los aficionados tildaron el problema de monstruoso, pero Drumare se defendió diciendo que no era culpa suya, sino del maldito caballo.
Tras dos años más de batalla Drumare se rindió, convencido ya de que la cuádruple promoción simétrica era una entelequia. En un artículo publicado en la revista especializada Thèmes-64 afirmó: “Este asunto ha envenenado mi cerebro durante veintidós años y casi me ha vuelto loco. No quiero ni volver a pensar en ello. Hoy he dado mi último paso hacia lo imposible”. Corría el año 1982.
Y entonces, en marzo de 1983, un entrenador de fútbol de 26 años de Kazán llamado Leonid Vladimirovich Yarosh, que en toda su vida había publicado apenas tres problemas, presentó un mate en 4 en la revista Shakhmaty v SSSR bajo el modesto epígrafe “¿Es esta la tarea de Babson?”. Sensacionalmente, lo era. Cuesta imaginar qué debió de sentir Drumare cuando se enteró, pero en todo caso reaccionó como un caballero: “¡Estaba equivocado, y me alegro por el arte de la composición ajedrecística! Durante más de veinte años trabajé con posiciones erróneas, había millones de callejones sin salida, y el autor desconocía el trabajo que se había hecho antes. ¡Esta fue sin duda la clave de su éxito! ¡Todos los compositores de problemas pueden felicitar a L. Yarosh, pues ha creado el problema del siglo!”.
Aquí lo tenéis, o más exactamente un refinamiento que Yarosh publicó unos meses después (la primera versión contenía una ligera imperfección, un dual en la variante de los alfiles). Agarraos los machos; estáis a punto de traspasar el umbral de lo imposible.