La música: “Intermezzo della Cavalleria Rusticana” de Pietro Mascagni
Año Nuevo. Ha llegado el momento de renovar nuestra lista de buenos propósitos para el recién estrenado 2012. Ya está bien de la rancia letanía de siempre: hacer deporte, no discutir con la suegra, comer más verdura, aprender inglés… Apostemos por algo más fresco; total, no lo vamos a hacer de todos modos.
Por mi parte, prometo escuchar más ópera este año.
Ópera. La última frontera.
No entiendo qué me pasa con la ópera. Me gusta creer que tengo unos gustos musicales pasablemente eclécticos. Hasta he conseguido encontrarle su cierto puntillo, que el cielo me perdone, a alguna que otra canción de Julio Iglesias. Pero con la ópera no puedo. Wagner me abruma, Verdi me estomaga y en este apartado hasta el mismísimo Mozart me resulta cargante.
Lo cual es una pena. Es natural, y puede que hasta saludable, abominar del death metal, el trancecore o el reguetón. Por el contrario, que te guste la ópera (es decir, que te guste de verdad, no fingir que te gusta, que eso se nota enseguida) es indudablemente glamuroso. Así que he decidido escuchar más ópera este año y he empezado por Cavalleria rusticana de Pietro Mascagni. ¿Por qué esta obra exactamente? Lo primero, porque dura unos paupérrimos 70 minutos, una nadería en comparación con las quince horas de El anillo del nibelungo. Lo segundo, porque es uno de los ejemplos más destacados del verismo, una corriente operística surgida en Italia tras el Romanticismo que reniega de valquirias y sátrapas babilonios para apostar por retratos más o menos realistas, incluso sórdidos a veces, de los quehaceres cotidianos de las clases bajas.
La tercera y auténtica razón: la esperanza de encontrar algún otro fragmento que se aproxime, siquiera levemente, a la descomunal impresión que produce su “Intermezzo sinfonico”. Porque el Intermezzo contiene, sencillamente, uno de los momentos más sublimes de la historia de la música: un vendaval de fas que te agarra por las solapas y te sacude hasta dejarte hecho un guiñapo. Atentos al aviso inicial del minuto 2:15 al 2:17, ya un disparo en toda regla a la línea de flotación. Luego, del 2:24 al 2:32, la artillería al completo. Lo normal es que en ese momento el 99% de la audiencia esté ya despatarrada bajo la mesa; a los pocos que resistan en pie aún les espera la andanada final del 2:40 al 2:50.
El principal peligro de escribir un blog de música “redonda” es el de elegir cosas demasiado obvias, ya que parte importante del encanto reside en la sorpresa. El Intermezzo aparece hasta la saciedad en recopilaciones de títulos horteras como Grandes Éxitos de la Música Clásica o ¡Música, Maestro!, de esas que encuentras amontonadas, tiradas de precio, en alguna de las enormes e infames cajoneras del Carrefour. Pero da igual: quien lo conozca disfrutará de todas formas; a quien lo oiga por primera vez… lo envidio, francamente.
Intermezzo della Cavalleria Rusticana / Pietro Mascagni
Intermezzo della Cavalleria Rusticana / Pietro Mascagni
Orquesta: Radio Symphony Orchestra Ljubljana; dirección: Anton Nanut
Lamentablemente no he conseguido encontrar nada más de (mi) interés en Cavalleria rusticana, pero sí, picoteando aquí y allá, otras composiciones de Mascagni de bastante mérito, aunque, como es lógico, no pueden rivalizar con el Intermezzo.
- Il sogno di Ratcliff. Se conoce así a otro intermezzo, esta vez el de la ópera Guglielmo Ratcliff. Dos detalles “cinematográficos” de esta bonita obra: aparece en la banda sonora de Toro salvaje, la película sobre boxeo en la que Robert de Niro lo borda como Jake LaMotta, y en momentos puntuales recuerda a “Somewhere over the rainbow”, la inolvidable canción que Judy Garland cantaba en El mago de Oz. Lo más probable es que se trate de una mera coincidencia; al menos Harold Arlen, el autor de esta última, declaró que la melodía le vino de pronto a la cabeza mientras conducía por Sunset Boulevard.
- Tampoco está nada mal Barcarola, incluida en la ópera Silvano y que también se oye en Toro salvaje. No debe confundirse con la composición homónima de Offenbach, bastante más famosa.
- Especial atención merece Visione Lirica (Guardando la Santa Teresa del Bernini), a pesar de su poco afortunado título. Del Intermezzo (1888) a las dos composiciones que acabo de mencionar (1895) media relativamente poco tiempo y cuanto a estilo presentan bastante similitud. La Visione Lirica es muy posterior, de 1922, y es conceptualmente más compleja, sin que por ello la melodía se resienta un ápice. Una pequeña joya.
En mis comentarios a la partida Fischer-Spassky mencioné de pasada a Najdorf. Hoy dedicaremos toda nuestra atención a este singular personaje, uno de los contados ajedrecistas que plantó cara a la hegemónica Unión Soviética en la segunda mitad del siglo XX. Miguel (o más bien Mieczysław) Najdorf nació cerca de Varsovia en 1910. Tuvo la suerte de estar en Buenos Aires disputando la Olimpiada de Ajedrez cuando estalló la Segunda Guerra Mundial (era judío), y desde entonces Argentina se convirtió en su patria. Entre sus logros, haber disputado un par de veces el torneo de Candidatos al título mundial y uno verdaderamente increíble, que estuvo a punto de costarle la salud mental: una exhibición de 45 partidas simultáneas a ciegas (es decir, sin ver el tablero) que disputó en Sao Paulo en 1947 y se prolongó durante casi veinticuatro horas: ganó 39 y empató 4, perdiendo solo 2. Najdorf falleció en Málaga en 1997; acababa así una larguísima carrera en la que se encontró, frente al tablero, con todos los campeones del mundo desde Capablanca (1921-1927) a Kasparov (1985-2000).
La partida que presento se conoce con el sobrenombre de la “Inmortal polaca”, así que es fácil deducir que no se trata precisamente de una del montón. Contiene un sacrificio cuádruple de pieza menor tan insólito que durante mucho tiempo se dudó de que se hubiera jugado realmente, sobre todo dada la propensión de Najdorf a, digamos, adornar de manera creativa muchas de las historias que contaba. Se ha podido acreditar, no obstante, que se disputó en un oscuro torneo en Varsovia entre 1928 y 1930, así que seguramente Najdorf no tenía ni veinte años cuando la jugó. La incluyo con comentarios del propio Don Miguel.
Glücksberg-Najdorf, Varsovia c. 1930
Del pobre Glücksberg nadie se acordaría hoy de no ser por esta partida, pero Don Miguel demostró repetidas veces su valía contra los ajedrecistas más diestros del planeta. Sirvan como ejemplos la lección de cómo jugar con un peón aislado que dio a Kotov en Mar del Plata 1957, la paliza que el ya por entonces peligrosísimo Fischer encajó en Santa Mónica 1966 y la solvencia con que gestionó la extravagante 1.b3 de Larsen (con sacrificio de dos torres y mate de postre) en la Olimpiada de Lugano de 1968.
Hace tiempo que no la escuchaba y me ha encantado recordarla. Con respecto a lo de la ópera, ¿por qué no pruebas con “Nessun dorma” de Turandot (Puccini)? preferentemente cantado por Pavarotti. Si no te emociona esto, realmente eres un caso perdido.
De lo que a lo mejor no te acuerdas es de que fuiste tú, precisamente, la que me recomendaste que la oyera, hace treinta años o así (hay que ver cómo pasa el tiempo, ¿eh?)
Obviamente “Nessum dorma” (cantada por Pavarotti, desde luego) está en la lista de posibles, solo tiene una cosa en contra: es de las que le suenan a todo el mundo.
Lo que es seguro es que Puccini cae tarde o temprano.
Ttttttt