La música: “Beautiful boy (Darling boy)” de John Lennon
Cuarto y último Sabio Consejo, o mejor dicho, Sabia Reflexión: …y en el peor de los casos, siempre nos quedarán los críos.
La Evolución es una grandísima zorra. Perdón por la sal gorda, pero es que es así. Que alguien me diga qué méritos ha hecho la secuoya, que no hayamos hecho nosotros, para tener derecho a vivir 2000 años. Más aún, es una zorra astuta y manipuladora; a ver si no cómo se explica eso del instinto paternal.
Para la madre es diferente. Tras nueve meses colocada de hormonas con el bebé en la barriga es normal que haya química entre los dos. Pero con nosotros, los padres, todo ocurre de un modo más sibilino y tramposo. De entrada el nene te parece una criatura diminuta y alarmante, y lo sujetas entre las manos con tanta desconfianza como a una corbata a la que tuvieras que hacer un nudo Windsor. Se distingue principalmente por ser capaz de emitir un llanto ensordecedor en la precisa frecuencia de onda que más castigo inflige al sistema nervioso. Como es lógico, uno procura escaquearse de sus cuidados todo lo que puede, pero es inevitable involucrarse un poco, siquiera para hacer méritos ante la parienta, en cuya lista de prioridades andas ya instalado entre “qué le doy antes, potitos de frutas o de verduras” y “tengo que encontrar unas toallitas que no le irriten el culín”.
Y entonces, paso a paso, cada día más espeso de cabeza por la falta de sueño, la telaraña te va enredando. Enseguida el bellaco aprende a sonreír, luego vienen los primeros balbuceos. Y así hasta que de repente te das cuenta de que su compañía te resulta imprescindible; es como si se fundieran los plomos cuando no está. A mí me dio la puntilla un día mientras lo vestía, aún no tendría tres años. Según le abrochaba el pantalón el canalla alza los brazos y me espeta a traición: “Papá, te quiero hasta arriba”. A ver quién es el guapo que se resiste a eso. Y la Evolución ahí tumbada, bebiéndose una piña colada y dedicándome una mueca de lo más despectiva. No hay derecho.
John Lennon tuvo a su primer hijo, Julian, a los 23 años, pero las turbulencias de la beatlemanía los separaron de inmediato. Con Sean, el único fruto de su matrimonio con Yoko Ono, las cosas fueron muy distintas. Lennon se había dedicado a hacer el cabra loca un año y medio y, tras reconciliarse con Yoko a principios de 1975, la nipona lo puso firme: embarazo a las primeras de cambio y a calzonear en casa como todo hijo de vecino. Consecuencias, las previstas; ni un solo disco en cinco años, y el orgulloso progenitor vomitando cursiladas como “no salió de mi vientre pero por Dios que lo hice yo, porque estuve presente en cada una de sus comidas, y cuando se iba a dormir, y nada como un pez gracias a mí”.
Tras conseguir la condicional (la insufrible Yoko compone y canta la mitad de las canciones del disco) Lennon publicó Double Fantasy el 17 de noviembre de 1980. Lo que ocurrió justo tres semanas después es demasiado triste para ni siquiera mencionarlo, pero al menos tuvo tiempo de dejar al pequeño Sean una herencia tan hermosa como cabe imaginar: la canción más conmovedora, en mi humilde opinión, que jamás un padre ha dedicado a su hijo.
Beautiful boy (Darling boy) / John Lennon
Beautiful boy (Darling boy) / John Lennon letra y traducción
Con los méritos acumulados durante los sesenta John Lennon se ganó la indulgencia plenaria para hacer lo que le diese la santísima gana a continuación. Y los primeros años se dedicó a repartir leña a diestro y siniestro: a Nixon, a su madre, a su mánager, a Paul McCartney, a la clase media, hasta al propio Dios.
Me agobia un poco tanta mala uva (bien es verdad que ni mucho menos todo fue así, no sé si os suena una tal “Imagine”) así que me voy directamente a Double fantasy. En el hueco que le dejó la dominátrix japonesa pudo colar, además de “Beautiful boy (Darling boy)”, tres soberbias canciones que no tienen nada que envidiar a las del mejor Lennon de siempre: (Just like) Starting over, Woman y Watching the wheels. Más allá de su tema específico (revivir una relación, la devoción por la Mujer con mayúsculas, contemplar ocioso el transcurso del tiempo) son sendas canciones de redención y alumbran a un hombre feliz y en paz consigo mismo, quizás por primera vez en sus cuarenta años de existencia. Tendría que haberse ido mucho más tarde, pero para bien o para mal la vida es lo que te ocurre mientras te enredas haciendo planes.
Y como hoy la cosa va de niños, no puedo resistirme a presentaros un estudio que enseguida le hace a uno imaginarse a un puñado de chiquillos jugando al corro. Aunque también me recuerda, ahora que lo pienso, al juego del 15, un rompecabezas al que le dediqué mis buenas horas un verano ya lejanísimo.
Seguro que lo conocéis. Se trata de una cajita cuadrada 4×4 con 15 piezas consecutivamente numeradas y un espacio libre que utilizan las piezas para desplazarse. A partir de una distribución inicial más o menos aleatoria, el reto consiste en alinearlas en perfecto orden, contando de izquierda a derecha y de arriba a abajo, de modo que el hueco acabe en la esquina inferior derecha. La variante “14-15” del juego, en la que la posición de inicio es casi la misma que la del final salvo que las piezas del 14 y el 15 están cambiadas, hizo auténtico furor en 1880 en Estados Unidos. Por ejemplo, un odontólogo de Massachusetts ofreció como recompensa una dentadura postiza por valor de 25 dolarés, a la que añadió luego otros cien en metálico, a quien fuera capaz de darle una solución. (Antes de que os pongáis a intentarlo ya os aviso que es imposible, como puede demostrarse usando teoría de permutaciones). Y como en este mundo todo está conectado, resulta que es precisamente un viejo conocido nuestro, Sam Loyd, el supuesto creador de este endemoniado acertijo. (Bueno, eso es al menos lo que se hartó de pregonar los últimos veinte años de su vida y lo que se dio por cierto durante más de un siglo; porque en 2006 los investigadores Jerry Slocum y Dic Sonneveld —sin nada mejor por lo visto en lo que entretenerse— consiguieron demostrar que Loyd se pegó un enorme farol con este asunto. Parece que el inventor fue un funcionario de correos llamado Noyes Palmer Chapman).
La autoría del estudio de hoy, por el contrario, está más que acreditada, aunque es chocante que lo firmara un militar de carrera soviético (llegó a teniente coronel), el ucraniano Filip Semenovich Bondarenko (1905-1993). Compuso unos 1400 estudios y problemas, muchos en colaboración con otros autores, así que cabe suponer que la vida cuartelaria le dejaba bastante tiempo libre. Su trabajo fue recompensado con 260 distinciones, entre ellas 35 primeros y segundos premios, incluido el Campeonato de la URSS de Composición de 1947. En 1979 le fue concedido el título de maestro internacional de composición. Bondarenko también merece crédito como historiador; gracias a sus libros conservamos datos biográficos, e incluso fotografías, de muchos compositores con los que mantuvo correspondencia, una información que sin su esfuerzo estaría perdida con toda seguridad.
Pues nada, aquí tenéis el corro de la patata en versión estudio. Que hasta los coroneles del Ejército Rojo tenían su corazoncito…
Estudio de F. Bondarenko, Feenschach 1960
Todo un picaruelo este coronel Bondarenko, o al menos así parecen atestiguarlo, además del presente, bastantes más de sus estudios. Aquí tenéis otro par:
- Shakhmaty v SSSR, 1940. Unas espectaculares tablas posicionales en las que el negro, a pesar de contar con dama de más, poco puede hacer para evitar para que la torre blanca de jaque continuo desplazándose a todo lo largo de la columna e.
- Torneo de Erevan, 1947. He leído en algún sitio que a la idea fundamental de este estudio la llaman el tema “Monte Everest”. Tiene su lógica, porque el rey blanco ha de trepar trabajosamente por toda la fila inferior a fin de dejar el hueco justo a la dama para que aseste el golpe definitivo. En realidad, para los que estéis familiarizados con la terminología problemística, no es más que una implementación (muy original, eso sí) del tema Bristol. Y si no estáis familiarizados con la terminología problemística da exactamente igual, porque tengo previsto hablar despacio de este asunto en una futura entrada.
De sesgo ya más clásico, y como ilustración de sus composiciones en equipo, os recomiendo una en colaboración con el gran Liburkin que obtuvo el segundo premio en el Torneo del Comité de Deportes Soviético, 1950. En las dos variantes principales del estudio el rey y un alfil negro se obstaculizan mutuamente en sus vanos esfuerzos por impedir coronar a las blancas.