La música: “The last of the melting snow” de The Leisure Society
El árbol y el belén ya lucen en casa, andamos perfilando los detalles de la cena de mañana y de repente lo he visto claro: la noche exige un cuento de Navidad. Es un poco triste al principio, como corresponde, pero no os preocupéis que al final todo sale bien.
Érase una vez un joven llamado Nick Hemming que vivía en Burton-on-Trent, una pequeña ciudad al oeste de Inglaterra. Era de carácter apocado e introvertido, pero se le daba bien la música. Unos amigos le convencieron para formar un grupo y Nick abandonó los estudios. Pero aquello no salió bien: el grupo se disolvió y aunque Nick probó suerte con otra banda, no consiguió grabar ni una sola canción. Los años pasaron y ya metido en la treintena lo encontramos trabajando en un almacén de empaquetado de alfombras; hace ya medio lustro que no pisa un escenario. Y cuando vuelve al pueblo para pasar las Navidades de 2006, se encuentra con que su novia de toda la vida lo ha plantado y sale con otro. Nick regresa a Londres, pero descubre que todos sus conocidos se han largado para pasar las fiestas con los suyos. Así que el dia de Nochevieja, más solo que una rata, agarra una botella de vodka y su guitarra y, tirado en el suelo de su apartamento vacío, intenta echar la bilis que lleva dentro componiendo una canción, que titula “The last of the melting snow”.
Hasta aquí la parte triste del cuento. Ya sé que no es Dickens, pero no me negaréis que es triste.
Entonces un ángel de la guarda llamado Christian Hardy irrumpe en escena. Christian, unos años más joven que Nick y también de Burton-on-Trent, lo conocía desde que era un chaval y sentía una gran admiración por él (en la foto Christian es el del acordeón; Nick esta en el centro, parapetado tras un ukelele). Christian llevaba un par de años en Londres, a la sazón, intentando también abrirse camino en el mundo de la música. Viendo a su amigo tan hecho polvo le anima a que se mude a un piso que comparte con otros colegas. Estos no tardan en hartarse de tratar con aquel taciturno espectro, que termina embutido en el minúsculo dormitorio de Christian. Y allí, una madrugada, Nick le canta “The last of the melting snow” y otros temas que había compuesto a raíz de su desengaño amoroso. Christian se queda asombrado ante lo que escucha y comprende enseguida que hay darle vuelo. Juntan unos músicos de aquí y allá, le ponen de nombre “The Leisure Society” al tinglado y el 15 de diciembre de 2008 publican por su cuenta, como single, “The last of the melting snow”.
Y ahora llega ese momentazo qué bello es vivir que sin duda estábais esperando: la canción causa furor, las radios se hinchan a ponerla y el almacén de alfombras se llena de periodistas ansiosos de entrevistar al nuevo héroe de la música proletaria. Meses más tarde, “The last of the melting snow” recibiría una nominación a los premios Ivor Novello (los más prestigiosos de Gran Bretaña) como mejor canción del año. Ha sido la única vez en el más de medio siglo de historia de estos galardones que un nominado, en el momento de serlo, carecía de contrato de grabación con una discográfica.
Aquí la tenéis, con mis mejores deseos para estas fiestas: la canción que rescató a Nick Hemming de las garras de la industria tapicera.
The last of the melting snow / The Leisure Society
The last of the melting snow / The Leisure Society letra y traducción
Cuando escuché The sleeper, el primer larga duración firmado por The Leisure Society, no tenía ni la menor idea de las tribulaciones de Nick Hemming. Sin embargo, pensé de inmediato: “Toma, un disco de canciones navideñas”. No lo son, es imposible que lo sean con letras tan amargas y refinadas, pero la música tiene esa cualidad cálida y dorada, tan difícil de definir pero inconfundible, que asociamos con estas fechas. Lo segundo que pensé fue: “La música no tiene fin”. ¿En qué limbo habían permanecido ocultas semejantes melodías, para que nadie hubiese dado antes con ellas? Podría recomendaros A short weekend begins with longing y A matter of time, porque el ukelele y el banjo brillan y eso siempre es un plus, pero es una tras otra, sin solución de continuidad.
El año pasado publicaron su segundo trabajo, Into the murky water. Los textos siguen por los mismos derroteros, y alguna canción hay que encajaría perfectamente en The sleeper, pero en general el sonido es más aireado y primaveral. This phantom life puede que sea el tema más brillante, pero el nivel es de nuevo muy alto. No sé como acabará esta aventura de The Leisure Society, pero mejor no ha podido empezar.
Muchos tildan al quinto campeón mundial, el holandes Machgielis Euwe (1901-1981), de intruso en el Olimpo de las 64 casillas. ¿No es verdad, argumentan, que su carrera se resume en una única, y afortunada, gran victoria? Hombre, ganó más de cien torneos (incluidos 13 campeonatos de su país), en alguno de ellos superando a pasados o futuros campeones del mundo como Capablanca, Botvinnik o Alekhine. Pero sí, no me duelen prendas en reconocerlo: fueron en general competiciones de rango mediano o menor. Sin embargo, ni siquiera en el reino del ajedrez las cosas son del todo blancas o negras, de modo que mejor os cuento su historia y vosotros decidís.
Una historia, por cierto, que como la de Nick Hemming también desprende un evidente aroma navideño. Exagerando un poco (bueno, exagerando bastante), hasta podríamos decir que cuenta con su epifanía y todo. El joven Max, hijo de un modesto maestro de escuela gran aficionado al ajedrez, mostró relativamente pronto sus buenas condiciones para el juego y con quince años se clasificó para el campeonato ‘B’ de Holanda. Distraído e indolente, sin embargo, y para gran disgusto de su familia, se despistó en sus estudios y se vio obligado a repetir un año en el instituto. Avergonzado se juró a sí mismo que, en el futuro, se concentraría a muerte en cualquier tarea que emprendiera. Esta decisión le cambió la vida.
Quien sabe si como desagravio a sus padres, decidió orientar sus pasos hacia la docencia. Tras doctorarse en matemáticas con 25 años, trabajó en la enseñanza secundaria, primero en Rotterdam y luego en Amsterdam. Después de la guerra comenzó a interesarse en el procesamiento electrónico de datos, consiguió un plaza como profesor de cibernética, viajó a Estados Unidos para estudiar computación y finalmente ganó sendas cátedras en las Universidades de Rotterdam y Tilburgo, institución esta última donde se jubilaría en 1971.
En esto radica, precisamente, la gracia del asunto: Euwe nunca se dedicó profesionalmente al ajedrez. Con una joven familia a la que alimentar, solo competía durante las vacaciones, o en torneos locales donde a menudo debía aplazar sus partidas y jugarlas de noche, tras su jornada de trabajo en el instituto. Que en estas condiciones consiguiera instalarse en la superélite del ajedrez en los años treinta es, sencillamente, asombroso.
Con todo, tras imponerse por cuarta vez en el campeonato holandés en el verano de 1933, Euwe decidió abandonar el ajedrez para dedicarse a las matemáticas de lleno. Pero en las Navidades de ese año Euwe se tropezó por casualidad, en un café, con Hans Kmoch, un maestro austriaco que vivía en Holanda. Kmoch le hizo ver que aunque Alekhine era indudablemente superior a él como jugador práctico, con la adecuada preparación estaba capacitado para ponérselo difícil en un match. Euwe salió de aquel café con la decisión tomada: retaría al campeón mundial.
Alekhine, cuya supremacia era incuestionable y que no temía a más adversario que a Capablanca, no puso objeciones al duelo, que se concretó en 1935 al mejor de treinta partidas. Euwe se preparó como nadie lo había hecho antes, poniendo especial cuidado, además de en los aspectos teóricos y prácticos del reto, en su preparación física: nadó, boxeó, jugó al tenis, hizo gimnasia, se dio duchas frías… aunque por supuesto nadie daba un florín por él. El comienzo del match confirmó las expectativas: tras nueve partidas Alekhine ya mandaba por 3 puntos de ventaja. Pero Euwe aguantó y poco a poco fue ganando confianza. El soberbio ruso-francés no esperaba tanta resistencia; impaciente, comenzó a precipitarse y de repente la dirección del viento cambió. Euwe igualó la contienda en la partida 14, y aunque el campeón reaccionó y se puso con +2 en la partida 19, el infatigable holandés no se dió por vencido y tras la partida 24 el marcador señalaba de nuevo un empate. Alekhine, físicamente exhausto y presa de los nervios, despidió a su segundo e inclusó ordenó que le hicieran un horóscopo. No sé lo que le diría la pitonisa pero los astros ya habían dictado sentencia. Euwe llegó con un punto de ventaja a la partida final, con la Navidad de 1935 tocando ya a la puerta. Alekhine se jugó el todo por el todo, pero a las alturas de la jugada 40 ya estaba claro que no había nada que hacer. Tras firmar el empate y estrechar la mano de su rival, Alekhine se puso en pie y, con lágrimas en los ojos, exclamó: “¡Hurra por el nuevo campeón del mundo! ¡Larga vida al ajedrez holandés!”. El milagro se había hecho realidad.
Dos años más tarde Alekhine recuperó el título ante un Euwe ya sin nada que demostrar, y el final de la guerra y el inesperado fallecimiento del campeón dieron paso a los nuevos tiempos, y a una hegemonía sovietica que se extendería durante décadas. El supertorneo de Groninga de 1946, donde Euwe quedó segundo tras un memorable sprint con Botvinnik, fue su último gran momento como ajedrecista. De este torneo he seleccionado su duelo con László Szabó (un notable jugador húngaro que disputó tres veces el torneo de Candidatos) como partida de la semana. Siempre intento que mi elegida tenga algún toque especial, y en este caso es el insólito paseo del rey blanco, que deja en mantillas al de los mismísimos magos de Oriente. Total, para acabar dándose de bruces, en vez de con el Niño Jesús, con un feroz lugarteniente de Herodes…
Euwe jugó dos partidas muy espectaculares en el torneo de Candidatos de Zúrich de 1953, Geller-Euwe (una auténtica barrida con uno de los sacrificios más sorprendentes de la historia) y Euwe-Najdorf. Hay una fantástica anécdota en relación a este torneo que ilustra muy bien un aspecto de la personalidad del neerlandalés del que no os he hablado hasta ahora: su nobleza, sencillez y caballerosidad. Resulta que antes de marchar para Suiza recibió una carta de un niño solicitándole los autógrafos de los quince (!) participantes. ¡Como si el ex campeón del mundo no tuviera otra cosa que hacer esas semanas! Pues bien, Euwe consiguió las firmas para el chico, con una excepción, la de Geller: ¡no hubiera sido correcto incomodar a su adversario tras semejante derrota!
El talento de Euwe era más táctico que estratégico, pero no hubiera podido derrotar a Alekhine si no hubiera dominado todas las facetas del juego. El final de torres de Euwe-Van Doesburgh, Amsterdam 1938, por ejemplo, es de una precisión y limpieza casi inhumanas.
Excelente, sencillamente excelente!!
Me ha encantado victor, me recuerda de alguna manera a los beatles y no se por que
Es bella en su esencia y encima transmite un cierto halo de nostalgia q para las fechas q estamos pega bastante
Un acierto
p.d. Te intentare enviar una cancion de una tal christina perri a ver q te parece
Hombre, Alfonso,
Qué bien que te hayas dejado ver por aquí, espero que tu hombro vaya mejorando…
Y no te preocupes, que la señorita Christina Perri ya está apuntada en la lista de tareas pendientes para el año entrante 🙂