Hay evidencia escrita de su uso anterior, pero imagino que lo de bête noire (bestia negra) se puso de moda en Francia, y de allí pasó al resto de Europa, a raíz de los espeluznantes desmanes de la Bestia de Gévaudan. Si damos pábulo a las crónicas periodísticas de la época, entre 1764 y 1767 una monstruosa alimaña, grande como un caballo y en apariencia inmune a las armas de fuego, sembró el terror en la citada comarca francesa devorando, mutilando e incluso violando, que no le hacía ascos a nada, a un centenar de desgraciados, hasta que fue abatida por el cazador Jean Chastel, a la sazón pertrechado con unas balas de plata que había fundido a partir de un medallón de la Virgen. En la actualidad, y en sentido evidentemente metafórico, el concepto parece haber arraigado con especial fortuna en el ámbito deportivo para designar a un rival en teoría inferior a ti pero que te hace la vida imposible, como le pasaba a Federer con Nadal hace unos pocos años.
Cuando se habla de bestias negras en el ajedrez, a cualquiera con cierta cultura en el mundillo le viene de inmediato a la memoria el ucraniano Efim Geller (1925-1998), pues no contento con amasar un score global positivo frente al Tiranosaurio rex en persona, en 1967 le ganó dos partidas seguidas (con negras, como toda bestia ídem que se precie) embarcándolo en sendos e irracionales maremotos tácticos donde el norteamericano, mareado perdido, acabó pulverizado en veintipocos movimientos tras desperdiciar posiciones netamente ventajosas.
Pero sería indecente reducir la carrera de Geller a esta anécdota, no en vano disputó seis veces el torneo de Candidatos y ganó dos campeonatos de la URSS (el último imbatido y ya con 54 años) a lo largo de una cifra récord de 23 participaciones. La verdad, más que una bestia negra, Geller fue una bestia pura y dura, y a sus datos contra las superfieras me remito. Pocos me discutiréis esta lista de los mejores quince jugadores (él aparte) del tercer cuarto del siglo XX: los siete campeones mundiales desde Botvinnik hasta Karpov, los tres “semicampeones” (Bronstein, Keres y Korchnoi) y la Selección “Resto del Mundo”, integrada por Reshevsky, Najdorf, Gligorić, Larsen y Portisch. Pues bien, tras un apabullante total de 358 partidas disputadas en la modalidad clásica, Efim Petrovich sale triunfante con un excelente +5. ¿Y si nos restringimos a los campeones propiamente dichos, con los que libró la minucia de 130 duelos? Sin pegas: el +5 se mantiene. Supongo que por jorobar a Fischer, Botvinnik llegó a decir que Geller fue el mejor del mundo en la segunda mitad de los sesenta, que ya es pasarse un par de pueblos, pero ayuda a contextualizar a este ajedrecista poderosísimo, cuya fuerza se asentaba en un tremebundo arsenal teórico y, sobre todo, en un talento táctico fuera de lo común. Tal disculpaba su ausencia en las finales del mundial por su propensión a cometer errores de principiante, motivada a su vez por su tardío aprendizaje del juego, al que no se dedicó en serio hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin pretender enmendarle la plana al mago de Riga, añadiré humildemente que a los jugadores de ataque, necesitados de continua inspiración, se les han atragantado por lo general las atmósferas enrarecidas de las más altas cumbres. Aparte del propio Tal, que fue visto y no visto, solo otros dos (Alekhine y Kasparov) conquistaron el máximo título, y cabría argumentar que si lo lograron fue gracias a las lecciones (bien asimiladas) de estrategia que recibieron de Capablanca y Karpov en aquellos matches interminables en Buenos Aires y Moscú.
Documentarte para una entrada sobre Geller es un disfrute garantizado, porque si estaba fino podía apalizar a un Karpov, un Smyslov o un Keres como si fueran juveniles. Su partida contra Portisch de Moscú 1967 está menos vista que otras y eso hay que arreglarlo ipso facto, ya que lo retrata muy bien: primero le hace tragarse al rival su propia novedad teórica, y luego lo despedaza con dentelladas tan precisas que yo creo que ni sufre. En contraste con los revoltosos barullos de Tal, yo diría que el mejor calificativo aplicable a las embestidas de Geller es el de “clínicas”, “científicas” si queréis. Hasta el punto de que recuerdan muchísimo a las de la bestia que más sangre ha hecho correr por los tableros: la de Bakú.
Geller-Smyslov (cuartos de final de Candidatos (partida 5), Moscú 1965), Geller-Keres (Moscú 1973) y Geller-Karpov (Moscú 1976).