Me ha llevado su tiempo caer en la cuenta, pero más vale tarde que nunca: con el formato que había fijado para esta sección (o partidas enteras o composiciones) os estaba privando de algunos de los momentos más subyugantes de la historia de la ajedrez. Porque existen partidas que, aunque vistas en su conjunto carecen de relevancia y en circunstancias normales serían pasto del olvido, ocultan jugadas tan maravillosas que por sí solas las vuelven imprescindibles.
Tal es el caso del duelo que Topalov (con blancas) y Shirov disputaron en el Wimbledon del ajedrez en 1998. Hay bastantes errores por ambos bandos; Topalov tuvo la partida ganada en un par de ocasiones, pero se enredó y la cosa derivó hacia un final donde la ventaja de las negras es tan obvia como difícil de materializar. Y es entonces cuando Shirov descorcha un golpe que causó auténtica sensación, hasta el punto de que pocos meses después la revista British Chess Magazine se animó a preguntar a un equipo de expertos cuál era, en su opinión, la jugada más asombrosa de todos los tiempos. ¿Hace falta decir la que resultó elegida?
Cualquier aficionado mínimamente enterado sabe que Alexei Shirov (Riga, 1972) es uno de los más aguerridos, originales e inventivos atacantes de la era post-Tal, y las partidas que recomiendo al final de la entrada dan cumplida prueba de ello. Hasta lo de Linares 1998 su destreza finalística era mucho menos conocida, aunque el propio jugador la reivindicaba como su mejor virtud en su libro Fuego sobre el tablero, publicado curiosamente justo un año antes. Como veis hablamos de un jugador de lo más completo, que lleva un buen montón de años de superestrella de este oficio, y que sin el lastre de su irregularidad y la mala suerte hubiera llegado todavía más lejos. La lista de sus mejores resultados es una colección de “casis”: subcampeón del mundo FIDE en 2000 y finalista de la Copa del Mundo de 2007. Lo mejor (y lo peor) de todo fue su victoria en Cazorla frente a Kramnik (1998), en un duelo a 10 partidas que en teoría debía determinar el aspirante al título de Kasparov. Por desgracia no pudo encontrarse financiación para el match (Shirov tenía un paupérrimo score contra Kasparov, no consiguió ganarle una sola de las 32 partidas que disputaron) y al cabo fue el derrotado, cosas veredes amigo Sancho, quien acabó enfrentándose (y derrocando) al campeón.
A propósito de la partida de hoy cuenta Nigel Short, que ejercía de comentarista en el torneo, que estaba analizando en directo la posición con Vishy Anand, y tras un rato dándole vueltas concluyeron que no había forma de ganar. Cuando 47…Bh3!! apareció en las pantallas se quedaron atónitos. La ex campeona del mundo Xie Yun remachó luego: “Es el único movimiento de los 13 legales que tiene el negro que la mayoría de jugadores jamás se plantearía”.
Disiento de la china. A mí me parece un movimiento que ningún jugador, en su sano juicio, se plantearía jamás; tendría que ser alguien con una desmesurada técnica en los finales y una creatividad fuera de lo común. Shirov es de los poquísimos que da el perfil, cierto, pero ni siquiera basta con eso; hace falta, además, mucha suerte, y el letón la tuvo. Mientras se estrujaba los sesos buscando un modo de progresar, le vino de repente a la cabeza una partida que había jugado siete años atrás contra Andersson en Biel. También en un final de alfiles de distinto color, el nórdico entregó su pieza por un peón y consiguió enseguida el punto. La combinación de Andersson es mucho más elemental que la que nos concierne hoy, pero lo importante es que la semilla estaba plantada, y si había un humus cerebral propicio donde semejante idea pudiera germinar, ese era justo el de Shirov.
La partida se jugó exactamente el 4 de marzo de 1998. Estoy por revisar las cartas astrales de ese día, porque seguro que se produjo una cuádruple conjunción Venus-Marte-La Tierra-Júpiter o algo por el estilo.
Topalov-Shirov, Linares 1998 (final)
Shirov-Eingorn (Estocolmo 1989), Kamsky-Shirov (Lucerna 1993) y Yusupov-Shirov (Gibraltar 2012).