El determinismo científico que preconizara Pierre-Simon Laplace, aquello de que si conociéramos todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como las posiciones que los objetos que la componen en un momento dado, podríamos abarcar todo el pasado y futuro del mundo en una sola fórmula, se supone tan desfasado como la boina y el corsé, aunque nunca he entendido muy bien por qué. A ver, explicamos el universo como una inmensa mesa de billar, donde soles y planetas rebotan por efecto de las leyes físicas, y nos quedamos tan frescos; y sin embargo, que sean esas mismas ecuaciones las que determinan si es de fresa o mango el yogur que hoy he elegido para merendar, nos inunda de pavor existencial y lo descartamos como una ofensa a la razón. Así pues, ¿todo funcionaba más o menos conforme a la norma hasta que, en algún punto de la cadena aminoácido-bacteria-alga-renacuajo-musaraña-macaco-homo sapiens, surgió el libre albedrío como por ensalmo e hizo añicos los cimientos de la causalidad? Ejem. La filosofía procura justificar la paradoja usando (y abusando de) conceptos como “el principio de incertidumbre”, “la irreversibilidad de la entropía” y “la teoría del caos”, pero hacedle el caso justo pues, como bien se sabe, no es más que la religión vestida de traje y corbata y con un humor de perros por lo mucho que le aprieta el nudo. Con lo fácil que sería reconocer que no entendemos nada y a otra cosa, mariposa…
En cualquier caso, lo que me interesa hoy del paradigma laplaciano es la parte que suele pasar más desapercibida, que es la que tiene que ver con el pasado. Estaría bien que al menos en eso el astrónomo francés hubiera acertado, y que en algún éter misterioso, de algún recóndito modo, aún permanezca marcada la huella de nuestra historia entera. A lo mejor inventamos un día un aparato, si no para viajar en el tiempo (no vaya a ser que matemos a nuestro abuelo y montemos el lío padre), sí para leerlo, y averiguamos, qué se yo, quién cantó el primer blues, o besó los primeros labios, o adoró al primer dios. Como todo esto va para largo, conformémonos entretanto con saber que, en ese inagotable microcosmos que es el ajedrez, no solo existe ya tal máquina sino que en las circunstancias propicias funciona como un reloj. Hablo de las llamadas en inglés proof games, que yo traduciré como “partidas demostrativas” o, abreviadamente, PDs: singularísimas posiciones, a veces sumamente complejas, que “codifican en su ADN” todos los movimientos que conducen hasta ellas.
Empecemos con algo sencillito, pero con fundamento, como aperitivo (el problema fue propuesto por Tibor Orban en Die Schwalbe, 1976). Imaginemos que hemos llegado a la posición de la izquierda tras 4 jugadas por bando. ¿Cómo ha transcurrido la partida? Si lo pensáis un momento, seguro que dais con la “casi” solución: 1.e4 e6 2.Bb5 c6 3.Bxc6 dxc6. Pues sí, esa es la posición deseada, incluso en un movimiento menos de los prescritos. Pero ahí, precisamente, está el detalle: han de ser cuatro, no tres. Por tanto hay que ingeniárselas para perder un tiempo por bando, aunque no es obvio cómo: si se mueve un caballo, por ejemplo, se necesita otro salto para que regrese al punto de partida. Un intento interesante sería 1.e3!? e6 2.Ab5 c6 3.Axc6 dxc6 4.e4, que nos da la posición en “3.5 movimientos” (3 por bando más uno de las blancas), pero aún faltaría una jugada negra. ¿Le vais cogiendo el gustillo? La sorprendente solución es 1.e4 e6 2.Ab5 y ahora 2…Re7! 3.Axd7! c6 4.Ad8 Rxd8; puede además comprobarse (esto es esencial para que el problema se considere correcto) que no hay otro modo de conseguirlo. Tenía su retroceso picante, el aperitivo.
Las primeros problemas de PDs fueron inventados por Sam Loyd (cómo no) en la década de 1890 pero permitían soluciones alternativas; la primera PD no trivial y libre de duales parece haber sido compuesta por T. R. Dawson (cómo no) en 1913. En los años siguientes se propusieron algunos problemas más de esta índole de cierto interés, pero el gran potencial artístico del asunto pasó por completo desapercibido hasta las fantásticas aportaciones del frances Michel Caillaud de principios de los ochenta. Caillaud es un verdadero fenómeno: además de ser gran maestro de composición desde los 36 años (ningún otro lo ha logrado tan joven) y acumular hasta la fecha más de 250 puntos en álbumes FIDE (basta con 70 para lograr el máximo título), también es gran maestro de resolución de problemas, habiéndose coronado dos veces campeón del mundo en esta especialidad, en 1987 y 2000. Es un autor prolífico y polifacético, que ha visto premiado un extraordinario 30% de sus algo más de 2000 composiciones, pero como ya se ha apuntado su fama descansa principalmente en sus impresionantes PDs. La que os mostraré es de tamaño medio, las ha ideado bastante más extensas, pero suficiente para que le saquéis a esta sabrosa variante del arte problemístico todo su sabor.
Y me despido con esta locura, la PD que hasta el día de hoy ostenta el récord de longitud, debida a Dmitry Pronkin y Andrey Frolkin (Die Schwalbe, 1989): 1.a4 h5 2.a5 h4 3.a6 h3 4.axb7 hxg2 5.h4 d5 6.h5 d4 7.h6 d3 8.h7 dxc2 9.d4 a5 10.Ah6 c1=T 11.e4 Tc5 12.Ce2 Th5 13.e5 c5 14.e6 Cc6 15.b8=T a4 16.Tb4 a3 17.Ta4 c4 18.b4 c3 19.b5 c2 20.b6 c1=T 21.b7 Tc4 22.b8=T Da5+ 23.Tbb4 Ab7 24.Cc3 0-0-0 25.exf7 e5 26.Tc1 Bc5 27.f8=T a2 28.Tf3 a1=T 29.Ca2 g1=T 30.Tfa3 Tg6 31.f4 Te6 32.f5 g5 33.f6 g4 34.f7 g3 35.f8=T g2 36.Tf5 g1=T 37.Bf8 Tg7 38.Cg3 e4 39.Ad3 e3 40.0-0 e2 41.Tcc3 e1=T 42.Ac2 T1e3 43.d5 Tdd7 44.d6 Tdf7 45.d7+ Rb8 46.Dd6+ Ra8 47.Dc7 Cge7 48.d8=T+ Cc8 49.Rdd3 Rhg8 50.h8=T Tae1 51.Th6 T1e2 52.T1f2 Tce4 53.Rf1 Ad4 54.Tfc5 Ce5 55. Cf5 Cc4 56.Cd6 Cb2 57.Tbc4 Cb6 58.Db8+. Os lo recuerdo por si se os ha olvidado ya: no solo se llega al posición del diagrama en 57.5 movimientos justos, como podréis constatar desarrollando las jugadas en vuestro tablero de casa, sino que no hay ninguna otra secuencia, aparte de esta, que lo haga posible. Explicaros el porqué me llevaría todo el verano, pero ánimos para el que desee averiguarlo por su cuenta. No le garantizo un éxtasis místico equiparable al de adorar a ningún dios, o ni siquiera ningún otro tipo de éxtasis, pero ¿quién puede predecir, Laplace arriba o Laplace abajo, los gozos y placeres que el destino nos tiene reservados?
Problema de M. Caillaud, Messigny 1995
Die Schwalbe 1981 (PD en 30.0), Messigny 1997 (PD en 8.5) y The Problemist 2004 (PD en 18.5, en colaboración con Reto Aschwanden y Gerd Wilts).