Sammy Reshevsky (1911-1982) fue el paradigma de niño prodigio en el ajedrez. Aprendió a jugar con cuatro años, y a los seis ya daba simultáneas de 20-25 tableros contra adultos en su Polonia natal. Sus padres no dudaron en explotar el filón y en 1920 exhibieron al chico con gran éxito por las principales capitales europeas, para enseguida dar el salto a los Estados Unidos, donde fijaron (con indudable tino, ya que eran de sangre judía) su residencia definitiva. Los dos años siguientes el pequeño Sammy se hinchó a viajar de costa a costa, desatando una fiebre ajedrecística casi del mismo rango que la generada por Fischer medio siglo después, hasta que la justicia norteamericana dijo “hasta aquí hemos llegado” y encausó a sus progenitores por el descuido flagrante de su educación (el chiquillo no había pisado una escuela en su vida). Entre 1924 y 1931 se concentró en los estudios a fondo y no tocó prácticamente un tablero, graduándose en Contabilidad por la Universidad de Chicago en 1934. A la postre ese fue el trabajo que le dio de comer, porque en aquellos tiempos era imposible mantener en América a un familia con esposa y tres criaturas solo con el ajedrez.
Su exitosa carrera adulta arranca a nivel internacional en 1935, con sendas victorias en los torneos británicos de Great Yarmouth y Margate, y se prolongó al máximo nivel por espacio de tres décadas. Según Fischer, entre 1946 y 1956 fue el mejor jugador del mundo; hablamos de los años en que disputó el match-torneo por el Campeonato del Mundo en La Haya y Moscú (1948, tercero ex aequo con Keres) y el torneo de Candidatos de Zúrich de 1953 (subcampeón, empatando con Keres de nuevo y Bronstein). Una afirmación un tanto temeraria, como tantas otras del pirado de Pasadena, pero en todo caso las posibilidades reales de Sammy de salir bien parado eran, más o menos, equivalentes a las de la barcaza de George Clooney cuando puso proa hacia La tormenta perfecta: muchos años después se supo que los jugadores soviéticos, que eran mayoría en los dos eventos, tenían ordenes estrictas de impedir a toda costa el triunfo del norteamericano. Esto incluía amañar, si las circunstancias lo requerían, las partidas disputadas entre ellos.
El estilo de Reshevsky era harto peculiar. Su rudimentario conocimiento de la teoría de aperturas, impropio de un jugador de su valía pero consecuencia de su condición de amateur, le obligaba a consumir carretadas de tiempo en la primera fase de la partida y a padecer a renglón seguido demenciales apuros de reloj, de los que (casi siempre) salía airoso tirando de la prodigiosa intuición que había desarrollado en sus años de vedette infantil. Correoso y luchador en grado mayúsculo, fajador antes que artista, hay más olor a sudor que a perfume en sus partidas; le valía con vencer de cualquier manera. Por ejemplo, se anotó el campeonato norteamericano de 1942 gracias a que el árbitro se confundió y le dio por ganada una partida que había perdido por tiempo; aunque los espectadores y su contrincante protestaron escandalizados, él no hizo lo más mínimo por sacar al juez de su error, afirmando que las decisiones arbitrales no le competían.
La partida de hoy, disputada en otro de los campeonatos nacionales con que adornó sus vitrinas (hasta un total de siete), es digna de ser recordada. Entre otras cosas por el derrotado, George Treysman, un personaje de lo más pintoresco que se ganaba la vida apostando contra pardillos a los que ofrecía una pieza de ventaja de salida. Nunca jugó ajedrez de competición salvo a mediados de los años treinta, ya con cincuenta y tantos años, cuando consiguió clasificarse para un par de campeonatos USA logrando una increíble medalla de bronce en el de 1936. En cuanto a Reshevsky, lo veréis en su elemento, porque lo suyo eran las posiciones sin excesivo dinamismo, que podía explorar a fondo y someter a planes de muy largo recorrido, esquivando a la par las peligrosas arenas movedizas del cronómetro.
Esto de ajustarse a rajatabla al plan establecido, más allá de las cambiantes circunstancias de la partida, era otro de los rasgos definitorios de su estilo. Le costó más de un disgusto a lo largo de la carrera, todo hay que decirlo, pero también le reportó muchos triunfos; algunos, como este contra Treysman, inolvidables. Imaginaos a un niño ya crecidito, con el punto de malicia suficiente para identificar de inmediato, entre todos los regalos que le esperan bajo el árbol, los de relleno (camisas, libros y demás cosas aburridas). Los abre sin prisa, fingiendo no darse cuenta de que en un rincón aguarda, primorosamente empaquetado, el de verdad; el niño sería, obviamente, Sammy; el rincón, h8; y el regalo, adornado con un perfecto lacito (los peones de f7 y g6), un lustroso caballo negro.
Reshevsky-Treysman, Nueva York 1938
Euwe-Reshevsky (torneo de Candidatos de Zúrich 1953), Reshevsky-Najdorf (Dallas 1957) y Reshevsky-Polugaevsky (Interzonal de Palma de Mallorca 1970).