San Valentín debería indigestársele a todo el que no tenga un estómago a prueba de bombas, pero el desagrado bordea en mi caso lo patológico. Es como una intolerancia severa, una celiaquía aguda del alma, un irse de vareta en lo espiritual.
La culpa es de una novia de mis tiempos universitarios, a la que tal día como hoy se le ocurrió regalarme un funesto abalorio, felizmente ya desaparecido de las joyerías, pero que por entonces se vendía bastante: la Medalla del Amor. El colgante en cuestión lucía en el anverso uno de los lemas más empachosos concebidos por los publicistas del siglo XX, “+ que ayer – que mañana”; solo los más sumisos y falderos aceptaban ponerse aquello, porque como te lo descubrieran los amiguetes tenías escarnio para rato. No obstante, no tuve más remedio que llevarlo durante una temporada, porque a mi novia le había costado una pasta y encima, con uno de esos chispazos diabólicos tan propios de la mente femenina, lo había transformado en un utensilio práctico grabándole por el otro lado mi grupo sanguíneo, para que los sanitarios lo tuvieran a mano al instante en caso de accidente. Por ejemplo, si me tiraba a las vías del tren de pura vergüenza.
Como era de temer, aquel barco no llegó a buen puerto. En realidad era una chica bastante maja, y más adelante se rehabilitaría un poco regalándome un útil tablero de ajedrez magnético que aún conservo. Pero hay traumas que se te aferran al subconsciente y de los que no puedes librarte por mucho que te esfuerces. ¿Os imagináis entrar a un cine con las luces ya apagadas, y descubrir de repente que en la butaca de al lado tu abuela está fileteándose con un niñato? Pues algo así.
Así que seguidme, todos los anti-San Valentín del mundo, porque vais a disfrutar de lo lindo con la canción que os he preparado: “Christmas card from a hooker in Minneapolis”. La firma, quién si no, Tom Waits. Antes de virar en los ochenta a una especie de cabaret rupturista y más bien innecesario, Waits grabó tres o cuatro álbumes excepcionales que lo encumbraron como cataloguista implacable de viajeros desnortados y vidas desvividas. La voz del californiano parece más apropiada para doblar al monstruo de las galletas que para cantar, y sin embargo es la idónea para franquearte la entrada a antros que apestan a retrete atascado y humo rancio; sumideros que venden vino agrio en los días buenos, y envenenado en los peores, con mesas donde el alcohol derramado ha tatuado círculos de roña ya indelebles, y tras las que se agazapan individuos sin apellido y sin mejor plan que consumir su ración nocturna de infierno. No os dejéis confundir por el “Christmas” del título; es una tarjeta de San Valentín, como entendemos al final de la canción, lo que la buscona de Minneapolis escribe a su Charlie, solo que está tomándose su tiempo; la tarjeta de San Valentín más arrastrada y resabiada de la historia de la humanidad.
En cuanto a vosotros, tortolitos, que os aproveche ese brownie tan mono con forma de corazón que os vais a tomar de postre en la cena. Ha sido imaginaros dandoos cucharaditas el uno al otro y ya me han entrado ganas de ir al baño.
Christmas card from a hooker in Minneapolis / Tom Waits
Christmas card from a hooker in Minneapolis / Tom Waits letra y traducción
“I hope that I don’t fall in love” y “Ol ’55” (Closing time, 1973) y “Tom Traubert’s blues (Four sheets to the wind in Copenhagen)” (Small change, 1976).