“Everybody’s got to learn sometime” de The Korgis
El 18 de octubre de 1968, en el estadio Olímpico Universitario de Ciudad de México, tuvo lugar el momento más memorable de la historia de los juegos olímpicos, y posiblemente de la historia del deporte.
Cuatro menos cuarto de la tarde. Prueba de salto de longitud. Las condiciones de viento y humedad son perfectas, y la altitud de México favorece la consecución de buenas marcas. Bob Beamon, el número 1 del ranking de la temporada, realiza su primer salto del día. Toma carrera hacia el foso, coge tabla y se eleva. La caída no es buena del todo y deja una marca en la arena con el trasero que le resta algunos centímetros. Con todo, aprovecha el impulso para, con un par de saltos más a pies juntillas, salir del foso. Sin parar de moverse, como bailando, mira hacia atrás buscando la señal; luego lo hace otra vez, de soslayo, según regresa a la zona de descanso.
El resultado no aparece en los marcadores. Pasan cinco, diez minutos; hace falta traer una aparato especial de medición. Beamon empieza a sospechar que puede haber batido el récord del mundo, que comparten con 8.35 metros el americano Ralph Boston y el soviético Igor Ter-Ovanesyan, por “un par de pulgadas” (unos 5 centímetros). Por fin aparece la marca en las pantallas y el estadio estalla: 8.90. Aunque parezca de risa, Beamon no conoce el sistema métrico decimal de modo que no reacciona de inmediato. Por fin se lo traducen a pies y pulgadas; empieza a trotar con una sonrisa de incredulidad en la cara, se abraza a un compañero y se derrumba, abrumado por la enormidad de lo que acaba de conseguir.
Nunca volvió a saltar más de 8.22 y se retiró tras no clasificarse para los siguientes juegos de Múnich. Desde los tiempos del mítico Jesse Owens, aquel que le sacó los colores al mismísimo Führer en el estadio Olímpico de Berlín, la marca apenas había progresado 22 centímetros, y los expertos auguraban que la barrera de los 8.50 sería infranqueable para el ser humano. Desde entonces y hasta el día de hoy, a pesar de los avances tecnológicos, los entrenamientos científicos y el dopaje, tan solo en una ocasión, en el también memorable Campeonato del Mundo de Tokio en 1991, se ha superado el registro de Beamon (Mike Powell, 8.95).
El duo The Korgis (James Warren, voz y bajo; Andy Davis, guitarra y teclado) también tuvo su momento Beamon en 1980 con “Everybody’s got to learn sometime”. No eran más que un grupo pop de tantos, y había que buscarse la vida en medio del barullo generado por el punk y la new wave. Quizás porque el timbre de Warren guardaba cierto parecido con el de John Lennon, buscaron inspiración en la versión más etérea del ex-beatle (“#9 Dream”, para entendernos), pero todos sus saltos siempre fueron muy cortos o nulos. Excepto uno.
Fue Warren (el de la izquierda) quien la compuso, y me gusta imaginármelo en su casa, descubriendo de repente la melodía de “Everybody’s got to learn sometime” y cayendo al suelo de rodillas con las manos en la cara, sabiendo que por una vez ha estado de verdad a la altura de su gran ídolo. The Korgis es hoy un grupo olvidado, lo que no es ningún drama, pero la canción vale por toda una carrera.
Everybody’s got to learn sometime / The Korgis
Everybody’s got to learn sometime / The Korgis letra y traducción
Todo ajedrecista de bien debería besar el suelo que pisa Pál Benkő (húngaro nacionalizado norteamericano y nacido en Amiens, Francia, en 1928). ¿Por qué? Pues porque si no le hubiese regalado su plaza en el interzonal de Palma de Mallorca de 1970, Fischer no hubiera podido iniciar su pantagruélico sprint hacia el título rematado en el match de Reikiavik. Benkő había conseguido el puesto quedando tercero en el campeonato norteamericano del año anterior, que servía como clasificatorio para el interzonal, en tanto que Fischer, como siempre por encima del bien y el mal, se había negado a jugar por estar en desacuerdo con el sistema de competición y considerar insuficiente la bolsa de premios. Sabiendo como andaba ya de la cabeza Fischer en esa época es probable que, sin posibilidad de momento de competir por el título, hubiera adelantado su retirada, así que no es exagerado afirmar que el noble gesto de Benkő cambió la historia del ajedrez.
El detalle de Benkő es si cabe más admirable si se tiene en cuenta que al interzonal no hubiera ido seguramente de comparsa; de hecho se había clasificado ya para el torneo de Candidatos dos veces, en 1958 y 1962, en lo que constituyó el cénit de su carrera. Conforme esta fue declinando, y especialmente tras abandonar el ajedrez de competición, Benkő ha dedicado más y más tiempo a la composición de problemas y estudios, campo en el que aún sigue activo y donde radica, según el decir de algunos, su legado más valioso. No he visto los suficientes como para formarme una opinión al respecto, pero el que os traigo hoy es sin duda excepcional. Tiene además un punto casi humorístico, con ese monarca negro corriendo por la primera fila como un pollo sin cabeza hasta quedarse… eso, sin cabeza.
Al césar lo que es del césar: la idea básica del anterior estudio era conocida ya de dos estudios muy anteriores, uno de Gleb Zakhodyakin publicado en Shakhmatny Listok en 1931 y otro de Birnov que apareció en Shakhmaty v SSSR en 1939; eso sí, la versión de Benkő es mucho más vistosa. Puro Benkő son los estudios que recibieron sendos primeros premios de Magyar Sakkélet en 1967 y 2000. En el primero, en una posición de partida absolutamente natural, un alfil solo se defiende contra torre y peón en séptima con una inverosímil maniobra de notable plasticidad; el segundo es una macedonia de clavadas y sacrificios de torre que fue aclamado por el gran maestro István Bilek como el más bonito del siglo.
Dado que Benkő fue un jugador de tronío, quizás os preguntéis si jugó alguna partida que merezca ser destacada especialmente. La hay: Bisguier-Benkő, Campeonato de Estados Unidos, Nueva York 1963/64, una fantástica locura táctica que si no es lo más recordado de aquel evento es porque ese fue precisamente el año en que Fischer hizo la animalada de proclamarse vencedor ganando todas las partidas.