Ya de vuelta de la ciudad de los rascacielos, y con algún retraso por culpa de un catarro tamaño King Kong que se coló en el equipaje, procede completar nuestra particular trilogía de Nueva York con el músico que mejor ha radiografiado los entresijos de esta urbe inconcebible. El homenaje es especialmente oportuno ya que nos dejó hace solo unos meses; hablo, por descontado, de Lou Reed.
Cuando compuso “Coney Island baby” (mediados de los setenta) Reed llevaba ya una buena temporada jugando la baza del exceso y el equívoco. Luego renegaría de todo aquello, se apartaría de las sustancias intoxicantes, se comprometería con la respetada artista Laurie Anderson e incluso llegaría a actuar ante el papa. Pero estos eran los tiempos en que lucía una espantosa decoloración capilar, simulaba inyectarse heroína en los escenarios y compartía apartamento (y tal vez cama) con un misterioso travestido apodado Rachel (a quien, por cierto, se menciona en la dedicatoria de la canción). Sin embargo, en vez de recurrir a los protagonistas habituales de sus letras, esto es, furcias, reinonas, drogatas y demás rapaces nocturnas, Reed sorprende a propios y extraños abriéndose el alma de par en par, repasando con desarmante ternura su difícil infancia en Brooklyn (más tarde se sabría que sus padres lo sometieron a “terapia” de electroshock para reprimir sus inclinaciones homosexuales) y, por encima de todo lo demás, celebrando como un chiquillo la inconmensurable fuerza redentora del amor.
“Coney Island baby”, más que ninguna de las canciones que había escrito hasta entonces, mostró al mundo la verdadera pasta lírica y artística de la que Lou Reed estaba hecho, lejos del grotesco fantoche que estaba empeñado en fingir ser, y se convirtió, como no podía ser de otro modo, en uno de los más emblemáticos temas de su carrera. No se me ocurre mejor despedida para este legendario trovador de la Ciudad que Nunca Duerme que hacerla sonar de nuevo: que tenga usted felices sueños, señor Reed.
Coney Island baby / Lou Reed
Coney Island baby / Lou Reed letra y traducción
Lo que no es óbice para admitir lo evidente: la mejor canción de Lou Reed, a kilómetros del resto, es “Walk on the wild side”. Equidistante entre el homenaje y la parodia, Lou relata las dudosas hazañas de cinco “superestrellas” de la Factoría de Andy Warhol: Holly Woodlawn, Candy Darling, Joe Dallesandro, Joe Campbell y Jackie Curtis. Todo ello, con el relajo de quien se da un paseo por el parque, lo que tal vez explique cómo la censura de la época pudo tragarse (con perdón) lo de “But she never lost her head / Even when she was giving head”. Como cómplice necesario de la operación, David Bowie, cuya producción propone una mezcla de jazz cabaretero y duduá tan pintoresca que parece imposible que saliera nada verosímil, y no digamos tan soberbio. Verdaderamente, una canción entre un millón.
Walk on the wild side / Lou Reed
Walk on the wild side / Lou Reed letra y traducción
“Satellite of love” y “Perfect day” (Transformer, 1972).
Me he parado a leer la letra de esta canción, y resulta que es terriblemente melancólica. No me había dado cuenta. Y es muy triste y desgarrada. Yo habría creído que trataba de los recuerdos festivos de un chaval que echa de menos los fines de semana infantiles en las atracciones de Coney Island. Pero no es así. Si damos crédito a la Wiki, al parecer, un “coney island baby” es un cierto tipo social de adolescente desempleado y vandálico, producido por la remodelación de la zona. ¿Sabe usted que ahora esta canción me gusta menos? Hubiera preferido no saber exactamente lo que dice la letra. Soy de la opinión de que el desconocimiento de algunas enigmáticas letras nos permiten imaginar la historia mejor de lo que el original la describe.
Pues a mí me pasó justo lo contrario. Probablemente no tenga tanto empaque musical como “Walk on the wild side”, pero me conquistó la ternura de la introducción, toda esa historia con el entrenador de fútbol. Es lo último que esperarías de un personaje tan peculiar como Lou Reed.
Para mí (cinco años más tarde), la canción siempre fue melancolía pura mezcla con felicidad. Hay un estado del alma indescifrable, que acapara esa melancolía tan solitaria con un estado de admiración -tanto extraña- por descubrir que hay ahí.
Es por esto que esa descripción que hace -yo quería jugar fútbol por/con el entrenador- me resuena a un deseo que no podía cumplir por su estado emocional. Pero que sin embargo, a pesar de esos dolores, es la Glory of love, el que lo salva; en este caso es Rachel, pero esa Glory of love es, obviamente, mutable en la vida.
Me gusto mucho lo que describiste de Lou con respecto a su simulación del grotesco fantoche que estaba empeñado a fingir ser, creo que es parte de su relación con las drogas y su metamorfosis posterior.
Muy bien enfocado, Luciano. El glorioso dolor de un amor a resguardo en el anonimato del corazón, y por tanto perfecto, no tiene parangón.