La música: “Man is the baby” de Antony and the Johnsons
En marzo de 1974 el fotógrafo Peter Hujar tomó una instantánea tan patética como perturbadora de Candy Darling en su habitación del Cabrini Medical Center de Nueva York. Patética, porque Candy, recostada sobre su brazo, cuidadosamente maquillada y rodeada de flores, parece el summun de la coquetería, como si eso importara lo más mínimo cuando estás a pocos días, tal vez horas, de morir. Y perturbadora porque Candy Darling (“Golosina Querida”), seudónimo de James Lawrence Slattery, fue un(a) transexual que lució unos años su ambiguo palmito como superstar de la escandalosa Fábrica de Andy Warhol, mientras se abrasaba la sangre con estrógenos horrendamente cancerígenos importados de Suecia a través del mercado negro.
Veinte años después Antony Hegarty usó la fotografía en la portada de su aclamado álbum I am a bird now. Queda claro por donde van a ir los tiros, y más aún cuando descubrimos en la nómina de colaboradores a tan significados portadores del estandarte arcoíris como Boy George, Rufus Wainwright y Lou Reed (Candy Darling, a todo esto, protagoniza la segunda estrofa de una archifamosa canción de este último, “Walk on the wild side”). ¿Una apoteosis, pues, de la pluma, el tanga y la carroza? Basta darle la vuelta a la funda y leer los títulos de las canciones, que debió de escribir un niño de corta edad con su torpe y cándida caligrafía, para olerse que la respuesta es un grandísimo “no”
Los que nos autodescribimos como “normales” no podemos ni imaginar cómo debe de sentirse un crío que desde que tiene memoria habita un cuerpo que no reconoce como propio; cómo ha de gestionar conforme crece sus necesidades de amar y ser amado, cómo se las apaña para encontrar un lugar en el mundo; cómo encara el rechazo, el abandono y la extrema soledad. Con una voz extraordinaria que no reconocemos como masculina ni femenina, y que parece conjurar al tiempo la inocencia de la infancia y el hastío de la madurez, Antony nos cuenta su historia; sin histrionismo, sin bilis, no hay más que una desarmante honestidad. No nos pide, seguramente, que lo entendamos; pero hay que tener el corazón de plomo para no dejarse conmover por la penetrante belleza de su arte.
En otra de sus fotografías que circula por la red, firmada en esta ocasión por Anton Perich, un habitual del underground neoyorkino de principios de los setenta, Candy muestra sin aspavientos los incipientes senos que había desarrollado a resultas de su tratamiento hormonal. ¿Merece la pena morir antes de los treinta para conseguirlo? No me pidáis que conteste a eso, pero una cosa tengo clara: más de un militar de pelo en pecho ha sido condecorado por acciones que requerían mucho menos valor.
Man is the baby / Antony and the Johnsons
Man is the baby / Antony and the Johnsons letra y traducción
I am a bird now es uno de esos discos que no se entienden diseccionados al estilo iTunes: el viaje hay que realizarlo completo, lo que incluye algunos tramos sombríos e incluso violentos. Yo prefiero, no obstante, la serenidad, si se quiere resignada, de momentos como My lady story o Bird gherl.
Con la etiqueta de “Antony and the Johnsons” (lo de “los Johnson” tiene que ver con el heterogéneo grupo de músicos que le acompaña, que ha mutado bastante con el tiempo), Antony Hegarty ha publicado hasta la fecha tres trabajos más: el homónimo Antony and the Johnsons (2000), The crying light (2008) y Swanlights (2010). El primero peca tal vez de falta de propósito y el último revela un cierto estancamiento, aunque no conviene despreciarlos. The crying light es simplemente espectacular. Se nota que Antony ha hecho las paces consigo mismo y, aunque esto no garantiza una propuesta más optimista, su música gana en equilibrio y control. Hegarty parece centrar ahora sus preocupaciones en el medio ambiente, y apuesta for enfocar nuestros problemas ecológicos desde una sensibilidad más femenina (lo que no significa confiarse a personajes como Margaret Tatcher, Angela Merkel o Sarah Palin, más papistas que el propio papa). ¿Lo mejor del disco? Epilepsy is dancing, diría yo.
Una celada es un lance de la apertura en el que uno de los bandos invita al otro a realizar una jugada en apariencia muy fuerte pero tras la cual acaba perdiendo material o, lo que es peor, sufriendo mate. En estos tiempos de superpreparación teórica han quedado prácticamente relegadas a los manuales para principiantes y las competiciones entre amateurs, pero hace un siglo las cosas eran distintas. La que os mostraré hoy, que ha sido apodada “el Everest de las celadas” por su especial sutileza y profundidad, se jugo en un partida del campeonato alemán de 1892 disputada por Siegbert Tarrasch y Georg Marco. El derrotado, Marco, empataría los dos años siguientes sendos matches con Carl Schlechter (que a su vez igualó con Lasker en un duelo por el título mundial en 1910), de modo que no era ningún matado. Bueno, en realidad sí lo era, si lo comparamos con el vencedor.
La verdad es que tendría que haber rendido homenaje al gran Tarrasch en esta sección mucho antes, habida cuenta de que me apropié de una frase suya para presentar este blog. Encima, cuando lo he mencionado de pasada, tampoco es que haya salido muy airoso, ya sea en relación con su partida contra Nimzowitsch de San Petersburgo 1914, o a su polémico combate por el título frente a Lasker.
Pues que quede claro: Siegbert Tarrasch (1862-1934) fue una figura capital de este juego. En primer lugar, por sus logros competitivos. En la última década del diecinueve, en especial durante el periodo en que encadenó victorias en los torneos de Breslavia (1889), Manchester (1890), Dresde (1892) y Leipzig (1894), no fue inferior a nadie. De hecho, es probable que hubiera derrotado a un Steinitz ya en decadencia cuando este le propuso luchar por la corona en La Habana en 1892; sin embargo declinó la oferta por sus obligaciones laborales (Tarrasch compatibilizó el ajedrez con el ejercicio de la medicina a lo largo de toda su carrera). Cuando Lasker destronó al viejo campeón en 1894 Tarrasch se quedó con el paso cambiado, pues anteriormente había desdeñado enfrentarse a su compatriota alegando que su currículum no le hacía acreedor a semejante deferencia. A raíz de aquello las relaciones entre ambos se agriaron en grado sumo, lo que complicó mucho la organización de un match al máximo nivel. Al cabo se apalabró uno para el otoño de 1904, pero unas fechas antes del duelo el galeno tuvo la mala fortuna de lesionarse seriamente mientras patinaba (!) y Lasker se negó a concederle un aplazamiento. El tan ansiado combate entre ambos gigantes pudo celebrarse al fin en 1908, pero Tarrasch no era el de quince años atrás y apenas ofreció resistencia, siendo derrotado por 8 victorias a 3.
Más si cabe aun que por sus victorias, Tarrasch es una leyenda por sus enseñanzas. Se le llamó deferentemente Praeceptor Germaniae, es decir, el “Profesor alemán”, y a fe que se lo ganó. Tarrasch hizo suyos los principios del juego posicional establecidos por Steinitz (la ventaja espacial, control del centro, el par de alfiles) enfatizando a la vez la importancia del desarrollo y la movilidad tan bien ilustrados por las partidas de Morphy. Y, lo más importante, a través de sus publicaciones hizo accesibles estas ideas a una generación entera de jugadores, que hasta la irrupción del hipermodernismo en los años veinte asumieron como ley lo que decía Tarrasch. “Dogmático” es un término que se emplea a menudo cuando se habla de él; en una ocasión Georg Marco, quizá escocido por el repaso que se llevó en la partida que estáis a punto de ver, replicó irónicamente “Así habló Tarraschustra” a uno de sus dictum. Cierto es que predicó su verdad ajedrecística con arrogancia y excesiva vanidad, pero fue por el propio ajedrez, al que amó con una infinita pasión, por el que combatió con más ahínco. Sin duda le habría resultado más rentable guardar para sí su ingente caudal de conocimientos, pero se consideró moralmente obligado a ponerlos a disposición de todo el mundo; los aficionados a este maravilloso juego siempre estaremos en deuda con él por ello.
La partida de hoy es un ilustrativo ejemplo de lo acabo de decir porque un año antes, en el número de febrero de 1891 de Deutsche Schachzeitung, Tarrasch había publicado un detalladísimo análisis de la posición que apareció en el tablero. Pero Marco vino a la partida sin los deberes hechos y fue castigado severamente por el Profesor que, según cuentan las crónicas, gastó menos de cinco minutos en toda la partida. No le faltó más que ponerlo de rodillas y de cara a la pared con los brazos en cruz.
Soy de los que opinan que un aperitivo en condiciones puede suplir con garantías una comida más copiosa, pero no estoy seguro de que al doctor Tarrasch le hubiera gustado verse retratado aquí a través de una partida que apenas fue para él un divertimento. Suerte que disponemos que esta ventanita para hacerle completa justicia:
- Tarrasch-Thorold, Manchester 1890. Tarrasch llega a un final de torres con un peón de ventaja, que avanza desde la tercera fila hacia su coronación como si fuera un panzer cruzando el desierto de Libia. En opinión de Irving Chernev, el final de torres más instructivo jamás jugado.
- Tarrasch-Von Scheve, Leipzig 1894. No me resisto a trascribir en su integridad los comentarios de Tarrasch a propósito del séptimo movimiento de las negras: “El error decisivo. Tras el cambio siguiente, el negro se queda con un peón de rey que necesita protección. Si se quiere mantener permanentemente, debe jugarse f5, pero entonces f3 renueva el ataque. El negro debe capturar, y como consecuencia la columna g se abre para el blanco. El resultado es un ataque combinado con ambas torres, dama y alfil contra g7. En toda la literatura ajedrecística no conozco ninguna otra partida en la que, tras la jugada ocho (!), sea posible concebir un plan con tanto detalle, que casi conduce al mate, y donde los 20 movimientos restantes lleven a la catástrofe con semejante consistencia”. Menudo jefe, el amigo Tarrasch.
- Tarrasch-Reti, Viena 1922. Ya sexagenario, Herr Döktor es todavía capaz de impartir magisterio frente a uno de los adalides del hipermodernismo. El remate es realmente pasmoso y evoca en parte (o, mejor dicho, antecede), los de dos partidas que ya hemos disfrutado en este blog, la Short-Timman y la Kupferstich–Andreassen. Por si fuera poco, el duelo se redondea con una brillante red de mate que Troitzky había presentado en un estudio allá por 1895. La partida recibió un premio especial en el torneo, aunque como comentó jocosamente el vencedor (que tenía bastante más sentido del humor del que se le supone) ¡en realidad tendría que haber sido acusado de plagio!
Buenas tardes,
Por una serie de “transbordos” en este medio…he llegado a su página. Estoy pasando una tarde agradable leyendo y escuchando lo que comparte. Muchísimas gracias.
Quisiera preguntarle si es posible conseguir el enlace que comparte de :16 de junio de 2013: “Cuarteto de cuerdas n.º 1 en re mayor – Andante cantabile” de Pyotr Ilyich Tchaikovsky.
Buena tarde,
Ana
Hola Ana,
¡Bienvenida a música y ajedrez de diez, gracias por tu visita!
Te he enviado el enlace que me pides en un mensaje privado. ¡Que lo disfrutes!