La música: “Riders on the storm” de The Doors
Me fascina el circo. Aunque no estoy pensando en la sofisticación amable del Cirque du Soleil o en las acrobacias de hierro del Gran Circo Nacional Chino. Estos espectáculos son fantásticos y muy entretenidos, qué duda cabe, pero no me fascinan.
A mí me fascina un circo que quizás nunca existió realmente, y en todo caso ha desaparecido ya. El circo absurdo, dislocado y trashumante de los enanos, los domadores de pulgas y las mujeres barbudas. Ese del que se alimenta La parada de los monstruos, la película mil veces maldita de Tod Browning, o el que han recreado en libros maravillosos Angela Carter, Ray Bradbury o Charles R. Finney. El circo a vida o muerte de los trapecistas sin red.
Si tuviera que poner banda sonora a ese alucinado circo en blanco y negro la extraería sin duda de los primeros dos discos de los Doors. Igual soy yo el alucinado, porque en sus letras el circo no se menciona ni de pasada y los críticos musicales, que a todo le sacan punta, no han escrito una palabra al respecto. En fin, alucinado o no, la portada de Strange days más explícita no puede ser.
En el Circo Doors Jim Morrison hacía las veces de maestro de ceremonias, histrión, fiera y funambulista. Morrison es, sin discusión, el paradigma de poeta maldito del rock, y encarnó como nadie eso de “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. No entiendo una palabra de poesía, así que no tengo muy claro si versos como “Antes de hundirme en el sueño eterno quiero oír el grito de la mariposa” son poderosamente líricos o ridículamente extravagantes. En todo caso, como cualquier poeta maldito que se precie, como Baudelaire, como Lautréamont, murió en París, donde un día de julio de 1971 su novia lo encontró sin vida en la bañera de su apartamento. Ataque cardiaco fue el veredicto oficial, pues no se le realizó la autopsia, pero desde luego aquella noche no había tomado solamente consomé. Tenía 27 años.
Cuando decidí escribir esta entrada sobre los Doors pretendía, como es natural, elegir alguna de sus canciones primerizas para ilustrar esa faceta circense que tanto me intriga del grupo. Al cabo me he rendido porque disociado del resto cada tema pierde bastante de su efecto alucinógeno. En vez de eso me he decantado por la que objetivamente me parece la mejor de sus canciones. “Riders on the storm” es, además, convenientemente simbólica e inquietante como la que más. No lo parece, pero es autobiográfica de principio a fin; ilustra, por ejemplo, los terrores que angustiaban a Morrison cuando, todavía en la universidad, se veía obligado a hacer autostop para visitar a una novia que vivía a 450 kilómetros de su casa.
Os dejo a solas con “Raiders on the storm”, el último tema que grabó Morrison, pocas semanas antes de emprender viaje a París para ejecutar su definitivo triple salto mortal.
Riders on the storm / The Doors
Riders on the storm / The Doors letra y traducción
No falla: cuando la música de un grupo suena a la vez rara y pegadiza es que el grupo es bueno de verdad. La música de los Doors, sobre todo la del principio, es bastante rara y muy pegadiza:
- Alabama song (Whisky Bar), de su disco debut The Doors, era ya una canción singular de por sí. Es parte de Mahagonny Songspiel, una especie de opereta que Bertolt Brecht y Kurt Weill estrenaron en Alemania en 1927 (aunque esta canción, curiosamente, se cantaba en inglés en la obra). En su formato original es un tanto siniestra y discordante; los Doors la suavizan lo justo para que quede perfecta.
- Si todo el rollo ese del circo os ha despertado algo la curiosidad pero no hasta el punto de zamparos Strange days íntegro, escuchad al menos People are strange: dura apenas dos minutos, pero es pura quintaesencia de los Doors.
- Jim Morrison era un tipo tan carismático que la gente tiende a pensar que los otros tres miembros del grupo no eran más que sus mariachis. Nada más lejos de la realidad: el blues psicodélico Love me two times fue compuesto por Robby Krieger, el guitarra, en apenas una hora. Sí, exacto, un blues psicodélico he dicho. Se puede escribir una cosa así, si tienes el necesario talento, claro.
No suele mencionarse en sus biografías pero Vasily Smyslov (1921-2010), el séptimo campeón mundial, creía en cosas un tanto extravagantes: ovnis, las profecías de Nostradamus, todo tipo de fenómenos misteriosos. Un día, por lo visto, recibió en casa a miembros del Instituto Roerich de Investigaciones Himalaicas, que le explicaron que era la reencarnación de Alexander Petrov, un gran jugador ruso del siglo XIX.
Menuda memez: hasta un niño se daría cuenta de que Smyslov era en realidad Capablanca reencarnado. Si queréis, algo así como un Capablanca 2.0: una técnica tan exquisita como la del cubano pero reforzada con el enfoque científico de la escuela soviética. Y cuidado, una hoja de servicios tan descomunal como la de aquel, en la que destacan, por supuesto, sus cuatro encuentros por el título del mundo (1948, 1954, 1957 y 1958), quedando segundo tras Botvinnik en el primero, empatando el segundo, derrotando por fin claramente a Botvinnik en 1957 para perder el título un año después, siempre contra Botvinnik, en un match durante el que padeció una severa neumonía. En 1984 batió todos los registros de longevidad deportiva disputando, a los 63 años, la final de candidatos al título con Garry Kasparov, al que triplicaba, que se dice pronto, en edad.
Para ser alguien tan crédulo fuera del tablero llama la atención que su carrera ajedrecística no se guiase por más principio que la búsqueda de la verdad, esto es, jugar como estrictamente exige la posición, sin estratagemas psicológicas ni veleidades románticas. Se complacía en decir: “yo haré cuarenta buenas jugadas; si mi adversario hace lo mismo serán tablas y nos daremos la mano”. Con frecuencia sus partidas son un deleite para la vista, excepcionalmente armoniosas y elegantes. Un buen ejemplo es la que disputó con Bondarevsky en el Campeonato de Moscú de 1946. El doble gran maestro (sobre el tablero y por correspondencia) Igor Bondarevsky compartió con Lilienthal el primer puesto en el fortísimo Campeonato Soviético de 1940 y en los años sesenta fue segundo de Spassky en sus matches con Petrosian.
Los grandes ases del tablero no han tenido, por lo general, tiempo para entretenerse con estudios o problemas pero Smyslov es una feliz excepción a esta regla. Por eso os he preparado, como un postre especial, un estudio publicado nada menos que en Pravda, el órgano oficial del Partido Comunista de la Unión Soviética. Hemos visto ya subpromociones con caballos e incluso torres, pero faltaba la más exótica de todas, una con alfil que encima comparte casillas con otro del mismo bando. El estudio es una auténtica pasada.
Bondarevsky-Smyslov, Moscú 1946
Estudio de V. Smyslov, Pravda 1976
No es ya que Smyslov jugara grandes partidas de corte posicional, es que se usan hasta el aburrimiento en los manuales como modelos para ilustrar los más variados temas estratégicos: cómo jugar contra un peón retrasado (Smyslov-Denker, Moscú 1946), cómo se activa una posición con un peón central aislado (Smyslov-Karpov, Leningrado 1971), etc. etc.
Pero no solo de estrategia vive el hombre; no nos olvidemos de la celebérrima décima partida Botvinnik-Smyslov del Campeonato del Mundo, Moscú 1954. Celebérrima porque no todos los días sacrifica uno su dama, y si es en un campeonato mundial ya ni os cuento.