La música: “Run on” de Moby
Habemus papam. Pues nada, que tenga suerte, que falta le va a hacer con todo lo que tiene que desliar. Así de primeras parece un tío majo y sensato, así que me atrevo a hacerle una sugerencia, para cuando tenga un ratito libre: Santidad, descatalogue el Purgatorio. Es que el sitio ese da mucho miedo.
Su antecesor Ratzinger ya hizo lo propio con el Limbo, aunque eso no era de tanta urgencia, al menos desde mi punto de vista, porque siempre lo he concebido como un éter algonodoso y amniótico, lleno de bebes flotantes durmiendo plácidamente y chupándose el pulgar. Pero el Purgatorio, madre mía el Purgatorio, eso es harina de otro costal.
El concepto básico aquí es el del “rigor del juicio divino”. Dicho en cristiano, viene a ser que si has sido un crápula toda tu vida, y en el último momento te arrepientes y confiesas, no esperes irte de rositas tan ricamente, que aún te queda un rato largo de sudar en la otra vida. Podéis consultar los escabrosos detalles en Entre el cielo y la tierra. Historias curiosas del Purgatorio, un ensayo que María Vallejo-Nágera publicó hace unos años, y que en las bibliotecas debería estar ubicado junto a los bestsellers de Stephen King en vez de en los estantes de libros piadosos.
En lugar de por la hija de un eminente psiquiatra, el libro parece escrito por uno de sus pacientes, y no de los inofensivos. Porque si aterrizas allí, según la moza, salvo que te hayas curado en salud con indulgencias plenarias y rogativas varias, lo tienes crudo para dejar de dar tumbos como un alma en pena (literalmente, que a ver qué creéis que son los fantasmas). En efecto, tu única esperanza es que los vivos se dignen a rezar por ti lo suficiente, porque el kilo de inquilino del Purgatorio cotiza claramente a la baja. El libro propone un ejemplo “documentadísimo” del siglo XIII, la hija de la reina (luego promocionada a santa) Isabel de Portugal. Por lo visto la niña, de nombre Constanza, había disfrutado de una juventud un tanto disipada pero enseguida murió presa de unas fiebres. Pues bien, su espectro, por intermedio de un eremita que felizmente se puso a tiro, hizo saber a la reina que o se rezaban 365 misas por ella, una por cada día del año, o no escapaba del pozo. La cosa acabó bien, porque la dama hizo caso al costroso ermitaño y ordenó que se celebraran los correspondientes oficios, tras lo cual Constanza se apareció a Isabel como transfigurada en luz y subió a los cielos muy agradecida, pero es obvio que semejante infraestructura no está al alcance del mortal común.
En fin, pecadores, confío en que mis palabras hayan surtido el oportuno efecto en vuestros negros corazones ahora que la Semana Santa está a la vuelta de la esquina. Los más recalcitrantes haríais bien en escuchar “Run on”, un edificante espiritual también conocido como “God’s gonna cut you down”, al que ya me referí en mi entrada sobre Johnny Cash. Debió de ser escrito por algún esforzado predicador de los que recorrían esos villorrios cuajados de buscavidas, pelanduscas y maleantes del Far West. Su nombre, desafortunadamente, se ha perdido, y puede que la fantástica versión de los esquivos Bill Landford & The Landfordaires (seis canciones grabarón apenas, y eso fue a finales de los cuarenta) también hubiera acabado en el olvido de no ser por Moby.
A lo mejor no sois conscientes de ello, pero todos conocéis en mayor o menor medida Play, la astuta macedonia de gospel, blues y electrónica downtempo que el descendiente lejano de Herman Melville (de ahí le viene su nombre artístico) consiguió hacernos oír hasta la saciedad en radio, cine y televisión durante los primeros dos mil. Esto de los refritos techno ambient no es algo que me pirre mucho, pero no hay más tutía que aplaudir el inspirado trabajo de Moby con “Run on”, sampleando en su integridad las chisposas armonías a capela de los Landordaires y aderezándolas con una línea de piano picante y respondona. Hace que casi te imagines al Altísimo como un Gigantesco Felino, contemplando la mar de entretenido cómo unos ratoncillos despavoridos intentan escabullirse de entre sus zarpas.
Run on / Moby
Run on / Moby letra y traducción
Aunque hasta ahora se han dejado ver poco por el blog, los problemas de mate en 2 han sido y son, con diferencia, los más populares entre los compositores. Conviene que vayamos corrigiendo este desequilibrio, por ejemplo con una vistosa muestra de los temas albino y pickaninny. Cabría traducir estos vocablos, bastante libremente, como “blanquito” y “negrito”, y con ellos nos referimos a los “infantes” del ajedrez: los peones blancos y negros. En concreto, un albino es un problema en el que un peón blanco tiene disponibles sus cuatro posibles movimientos (capturar a izquierda o a derecha y avanzar una o dos casillas), y todos son relevantes para su solución. Cuando es un peón negro al que le ocurre tal cosa, hablamos de un pickaninny.
Ambos temas aparecen asociados a auténticos purasangres de la composición. El primero que implementó con éxito un albino fue Sam Loyd (New York Albion, 1858), en tanto que debemos el pickaninny pionero al mago de Grand Rapids (Detroit Free Press, 1885). Pero en la composición, como en el circo, prima “el más difícil todavía”, y fue el tremendo Loshinsky el primero en firmar un problema donde ambos temas se presentan simultáneamente; se publicó en Moskau-Rostow (1930).
Christopher Reeves (1939-2012, británico, maestro FIDE de composición en 1990) retomó en 1965 la idea de Loshinsky, mejorándola ostensiblemente y creando el problema que vamos a ver hoy. Su encanto reside no solo en la confluencia de albino y pickaninny, sino en el modo en que ambos temas se enlazan. La clave es una jugada de torre sin mayor espectacularidad, pero lo bueno son los ensayos del blanco. Entre estos se cuentan los cuatro movimientos de peón que caracterizan al albino. ¿Cuáles son las correspondientes refutaciones? Pues ni más ni menos, cada uno de los cuatro movimientos de peón negro que requiere el pickaninny.
Christopher Reeves fue psicoterapeuta infantil de profesión. Si trató a sus jóvenes pacientes con tan buena mano como al “albino” y al “pickaninny” de este problema, entonces debió de ser de los mejores.
Problema de C. Reeves, Probleemblad 1965
Reeves no fue un autor prolífico. En su producción la calidad prima sobre la cantidad, pues le gustaba acometer retos de notable dificultad. Su tema, o más exactamente, su mecanismo favorito, fue el de la corrección. Esta es una idea de mucho efecto y tal vez la abordemos en una entrada futura, así que no me explayaré mucho. Esencialmente, consiste en que uno de los bandos dispone de un bloque de jugadas similares que plantean una determinada amenaza. Hay una jugada concreta, siempre la misma, con la que el otro bando consigue defenderse de esta amenaza, salvo en un caso especial, donde hay que “corregir” la defensa. En un mate en 2 que Reeves publicó en British Chess Magazine, 1970, y que le valió un primer premio, consiguió concatenar de manera cíclica y con gran finura tres correcciones de este tipo.