La música: “Coming home” de Sean Harkness
Algún día va a pasar una desgracia con esto de los móviles.
No me preocupan esos mozalbetes mazados que mandan mensajes de texto a la vez que conducen su motocicleta; tienen hormigón armado en vez de sesos dentro del cráneo, así que no creo que su integridad física peligre aunque tropiecen y acaben besando el pavimento. Quienes me preocupan son las abuelas. Me las llevan locas con esas promociones de puntos, cambiándoles el terminal cada dos por tres, pero eso sí, bien programadito para que el buzón de voz salte cuanto antes y así el que llame siempre pase por caja. El que llama, claro, no se chupa el dedo, y tras cuatro o cinco timbrazos cuelga para no arriesgarse. El resultado: las abuelas correteando por la casa a todo lo que da la mata a ver si les da tiempo a contestar. Y esas caderas, ay, no son de hormigón armado.
Se le da mucha cera a los bancos, y con razón, pero yo opino que las empresas de telefonía son incluso más diabólicas. No tengo más remedio que pasar por el aro del ADSL, pero por lo menos me doy el gustazo de no tener móvil. Cuando lo comento la gente me mira como si fuera un testigo de Jehová, pero me parece un artilugio sobrevalorado y redundante (salvo quizás si transitas por una de esas carreteras desoladas de Arizona o Nevada llenas de serpientes de cascabel y camioneros psicópatas). Y no me vengáis con eso de “en mi negocio es imprescindible”. Pues claro, pringados. Porque todos los que trabajáis en el ramo lleváis móvil; si ninguno lo usarais estaríais en igualdad de condiciones, viviríais más felices y al cabo ganaríais lo mismo. Ya os lo había dicho: las empresas de telefonía son diabólicas.
Pero no son solo los móviles. ¿No os habéis fijado que desde un tiempo a esta parte la tecnología, en vez de simplificarnos la vida, como sería su obligación, nos la va complicando más y más? Los coches, por ejemplo: te quedas sin batería y no hay otra que llamar a la grúa e ir al taller oficial a que te reprogramen el computador de a bordo, y por supuesto no gratis. ¿Y los televisores? Ya no valen los de antes, so pena de ver la imagen recortada un treinta por ciento, más el aparatito de la TDT, más reorientar la antena del edificio setenta veces… Y no está lejano el día que habrá que tragarse el 3D por decreto ley, y calzarse una gafas idiotas de esas (o que te las den graduadas si eres corto de vista, por un módico precio adicional) hasta para ver el telediario. ¿Agobiados? No pasa nada, que para eso está esa música tan relajante que se escucha en los halls de los hoteles, las salas de espera de los dentistas y en los aviones antes del despegue: la música new age.
¿Relajante? Ja. Soporífera y deprimente, diría yo. Aunque es injusto generalizar, porque las discográficas han aprovechado la etiqueta para dar cobertura a música “tranquila” de todos los colores. (Incluso un tipo con tanto camino andado como Mike Oldfield parece haber sido absorbido inexplicablemente por este agujero negro; anda que el despistado que haya comprado al azar uno de sus discos para ambientar su tienda de aromaterapia y se haya dado de bruces con la música de El exorcista…).
Windhall Hill Records, el exclusivo sello de William Ackerman, también ha arrastrado el sambenito este de new age toda la vida, en los ochenta y principios de los noventa sobre todo. En sus exquisitos álbumes lo acústico y lo introspectivo se imponen nítidamente sobre lo eléctrico, es cierto, y montones de iluminados de la era de Acuario se han arrobado con ellos, pero en realidad tienen lo mismo que ver con estas nirvanadas que los de AC/DC.
“Coming home” es una buena muestra de lo que Windhall Hill ha dado de sí estos años. Su autor, Sean Harkness, no es quizá tan conocido como otros de la escudería de Ackerman, pero su solvencia es la habitual de la casa. El título de la canción, por lo demás, lo dice todo: es un tema ideal para escuchar cuando uno llega a casa tras un pesado viaje o un día de trabajo largo y duro. De modo que aflojaos la corbata, poneos las zapatillas de felpa, y disfrutadla.
Ah, y no olvidéis apagar antes el dichoso móvil.
Coming home / Sean Harkness
Coming home / Sean Harkness
Como podéis imaginar, las partidas y composiciones que aparecen en esta sección son sometidas a un severísimo control de calidad y solo a lo más granado se le franquea el paso. Aun así sospecho que el estudio de hoy, la más conseguida implementación que conozco del tema Allumwandlung, se os va a quedar especialmente grabado. “Allumwandlung” significa en alemán “todas las promociones”, y eso es justo de lo que va el tema. Sabemos que cuando un peón llega a la última fila corona, y lo puede hacer como dama, que es lo habitual, o como caballo, torre o alfil, según hemos visto en espectaculares ejemplos de entradas anteriores. En un Allumwandlung se pretende que las cuatro formas de promoción aparezcan en un solo estudio. Ahí queda eso.
El hércules responsable de esta proeza fue el francés, aunque afincado desde joven en los Alpes suizos por problemas de salud, André Chéron (1895-1980). Fue campeón de Francia en 1926, 1927 y 1929 y formó parte del equipo de su país en la Olimpiada de Londres de 1927. Compuso tanto estudios como problemas, pero es su investigación en finales básicos (aquellos sin peones en el tablero) lo que dejó más huella. Su tratado en cuatro volúmenes Lehr- und Handbuch der Endspiele, publicado entre 1952 y 1971, donde recopiló absolutamente toda la información entonces disponible sobre el tema, no admite más calificativo que, de nuevo, el de hercúleo. Sus últimos años los pasó entretenido en reunir récords de diversa índole en el ámbito de la composición ortodoxa de problemas (abominaba de extravagancias como mates ayudados y cosas así). Fruto de estos esfuerzos es el libro Le joueur d’echecs au pays de merveilles, publicado póstumamente; contiene un total de 564 posiciones. En 1959 (el primer año que se concedieron este tipo de galardones) la FIDE lo honró con el titulo de maestro internacional de composición honoris causa.
Desde luego, qué vigorizantes le resultaron a este hombre los aires alpinos.
Estudio de A. Chéron, Courier de Leysin 1957
Chéron compuso muchas miniaturas, algunas de gran refinamiento, lo que no debería extrañarnos en el autor de Lehr- und Handbuch der Endspiele. Sin embargo, por lo que sea, este Chéron más adusto, justo el opuesto al que hoy habéis conocido, no me llama demasiado la atención. Prefiero disparates como el que publicó en Journal de Genève, 1974, aunque no fuera estrictamente de su invención (es una corrección de un estudio fallido de Troitzky y, cómo no, Korolkov, aparecido en Shakhmaty v SSSR en 1938). Contiene, cada una siguiendo inmediatamente a la anterior, ¡una clavada, una contraclavada, una contra-contraclavada y una contra-contra-contraclavada! Es el blanco quien tiene la última palabra de esta aturdidora secuencia, y aunque el negro consigue coronar a dama, su adversario va deshaciendo la madeja de clavadas y acaba dando mate en un lateral del tablero.