La música: “River man” de Nick Drake
Mi abuela fue testigo de hechos asombrosos.
Han pasado ya décadas de aquello, pero entonces el río se desbordaba con cierta frecuencia e inundaba su casa y las magras tierras de cultivo que la rodeaban; una de las veces tuvo que subirse a lo alto de un armario para evitar que el agua la arrastrara. En otra ocasión pudo contemplar nada menos que una aurora boreal, lo que por estas latitudes viene a ser el equivalente a un día de 40 grados en Noruega. Y como tantos millones de personas aquel año, siendo todavía una niña, se maravilló y aterrorizó con el majestuoso paso del cometa Halley en 1910.
Comprenderéis que durante años esperara con ansia el regreso del Halley, pero por lo que parece los prodigios escasean en estos tiempos modernos de neón y fibra de carbono. Aunque reapareció, puntual a su cita con el planeta, en 1986, el tunante apenas se dejó ver. Una madrugada recuerdo haber sometido mis ojos miopes a un intenso castigo, intentando localizarlo en el bajo horizonte, pero acabé tan mareado que ni siquiera estoy seguro de haberlo logrado. En 2061 lo tendremos (o lo tendréis, porque a mí se me habrá pasado ya el arroz) aquí de nuevo, tras otro de sus funcionariales paseos en torno al sol, y así seguirá durante eones, hasta que agotado su combustible y convertido en un anónimo y frío pedrusco, perdamos su rastro por los negros abismos del espacio. Es inmune, pues, a los peligros que acechan a los cometas que los astrónomos llaman “comehierbas solares”, cuyo perihelio es tan próximo al sol que, al albur de cualquier inclemencia gravitatoria o magnética, se arriesgan a acabar vaporizados en las cercanías del astro rey.
El breve y trágico periplo vital de Nick Drake no puede dejar de evocar al de uno de estos cometas kamikazes. Lo tenía todo, en teoría, para ser feliz. Nació en el seno de una familia acomodada y cariñosa, era bien parecido y estaba ¿bendecido? por un don natural para la música, heredado de su madre Molly. Pero era patológicamente retraído, de modo que su urgente hipersensibilidad a la belleza no encontró más escape que el de sus letras y sus melodías. Y así, la falta de reconocimiento (“me decís que soy un genio, entonces ¿por qué no soy famoso ni rico?”) acabó por consumirlo. La noche del 24 de noviembre de 1974, con apenas 26 años de edad, ingirió una sobredosis de antidepresivos y su madre lo halló muerto, en cama, al mediodía siguiente. Algunas almas caritativas han sugerido que pudo confundirse con sus píldoras para dormir, ya que padecía insomnio. Estaría dispuesto a creerlo, si tan solo esa noche hubiera escuchado algo más corriente, menos aterradoramente bello. ¿Pero sabéis qué encontraron en su tocadiscos? Los Conciertos de Brandeburgo de Bach.
Para la ocasión he elegido un tema de su primer álbum, “River man”. Todo en él es inesperado e inolvidable; la voz frágil de Drake, el extraño compás 5/4, las abruptas transiciones entre las tonalidades menor y mayor, la numinosa cortina que tejen las cuerdas, las enigmáticas pero poderosas rimas. Como veréis, escuchar a Nick Drake no es exactamente una experiencia placentera, porque sus canciones no se prestan a ser oídas sin más; te calan hasta los huesos.
River man / Nick Drake
River man / Nick Drake letra y traducción
Cuando uno escucha los tres fascinantes discos que Nick Drake publicó en su vida, tiene la absurda impresión de que obedecen a un plan preconcebido porque ilustran y explican su genio desde puntos de vista del todo complementarios. Son, por así decirlo, su planta, alzado y perfil:
- En su primer disco, Five leaves left, con la confianza aún relativamente intacta, nos encontramos con su versión más equilibrada. Aunque su congénita tristeza es ya una marca de identidad, todavía hay espacio para un poco de sol: véase, por ejemplo, Man in a shed.
- Tras las discretas críticas y las aún más discretas ventas del primer trabajo, Bryter Layter aspira a ser un disco más pop y abierto, con más “gancho”; al menos los arreglos van en esa dirección. En cuanto a qué pretendía Drake en realidad, no creo que ni él mismo lo supiera. El resultado: nuevo fracaso comercial y otro puñado de canciones de culto, la mejor One of these things first.
- Todo queda ya claro en Pink moon, el escuetísimo disco (28 minutos) que Drake grabó casi en la clandestinidad sin más armas que su voz y su guitarra. No hay nada descaradamente explícito en los textos, pero se insinúa una frialdad, una desafección resignada, que son preludio inconfundible de lo que estaba por venir. El disco entero es abrumador, pero Place to be impresiona de un modo especial.
Hoy me toca hablaros del misterioso Aleksandr S. Seletsky. ¿Quién fue? Nadie lo sabe, o al menos nadie parece recordarlo. Ni quiera Edward Winter, el historiador (con diferencia) más prestigioso del ramo, ha encontrado pista alguna sobre él. El único testimonio de su paso por el mundo es una docena escasa de estudios, publicados en diversas revistas soviéticas de los años treinta. ¿Una de tantas víctimas, quizá, de la Segunda Guerra Mundial, o de las muchas purgas de Stalin? Posiblemente nunca lo averigüemos.
Sin duda debió de ser alguien muy especial, cosa en general poco saludable en aquella siniestra URSS, porque poca gente ha habido con el talento necesario para componer estudios como el que que os traigo, uno de los más recordados de la historia. Obtuvo un primer premio de Shakhmaty v SSSR, algo nada fácil, pero aun así me parece poco: un monumento en la Plaza Roja le levantaba yo. Una estatua ecuestre, a ser posible, porque el estudio incluye una versión muy especial del archiconocido mate de la coz (ya sabéis, peones negros en a7 y b7, rey negro en a8, torre negra en la última fila y dama blanca en la diagonal h2-b8; caballo a c7 jaque, rey a b8, jaque a la descubierta en a6, rey de nuevo a a8, la dama se entrega en b8, torre captura y mate con el caballo en c7).
Estudio de A. Seletsky, Shakhmaty v SSSR 1933
Pocos, pero selectos, y también en Shakhmaty v SSSR: uno de 1931 que ganó asimismo un primer premio, e ilustra con un juego previo muy dinámico una posición de dominación de torre contra alfil descubierta un año antes por Troitzky; y, sobre todo, uno de 1934 que revisita el tema de la escalera pero esta vez con el rey como actor principal del drama.
Hermosísima canción y muy bello el texto -el texto de la entrada, el suyo- hoy. J. S. Bach y T. L. de Victoria tal vez puedan se calificados de sublimes. Se fué ascendiendo. Por lo que escuchaba se deduce. A saber quienes componen en los destellos del Halley, la música de las esferas. La partida, mañana, con el mismo detenimiento.