La música: “Matte Kudasai” y “Moonchild – The dream” de King Crimson
En 1969 se grabaron algunos discos verdaderamente notables. Tenemos Abbey Road, el fabuloso canto de cisne de los Beatles; los Rolling Stones demostraron con Let it bleed que estaban ya preparados para sucederles como referente global; y Led Zeppelin debutaron no solo con un álbum sino con dos, dejando claro a las primeras de cambio su potencial para disputarles la supremacía, sobre todo al otro lado del Atlántico. Sin embargo, estoy convencido de que el disco más importante de 1969 es In the court of the Crimson King, de King Crimson.
Fijaos que no he dicho el mejor, que eso son palabras mayores, sino el más importante. La razón es que definió casi por sí solo un nuevo género, el rock progresivo, que gozaría de gran predicamento en la década siguiente y que siempre me ha parecido, a pesar de sus excesos, extravagancias y hasta delirios (que los ha tenido), bastante más suculento que casi todo lo que ha venido después.
Si hay una palabra que describe lo que es este tipo de música, o al menos lo que pretende ser, esa es ambición. Ha pasado el tiempo de niñatos y fumados; va siendo hora de darle al rock una pátina de seriedad, de convertirlo en algo digno de estudiarse en sesudos másteres universitarios. Y la receta para conseguirlo consta de los siguientes ingredientes:
- Sustancia. Si se aspira a la respetabilidad no hay más remedio que mirar a la música clásica, así que no vale con meras canciones. Hay que crear “obras”, conceptualmente complejas y a ser posible largas: eso de “estrofa y estribillo” es para nenazas.
- Improvisación. Conviene hacer un guiño al jazz, el otro formato musical académicamente libre de sospecha. Es verdad que a falta de las estructuras rítmicas y tonales de este la cosa puede degenerar fácilmente en una cacofonía endemoniada, pero la vida es muy sosa sin un poco de riesgo.
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Ha pasado el tiempo de niñatos y fumados; va siendo hora de darle al rock una pátina de seriedad
Virtuosismo. Imprescindible para no hacer el ridículo en los apartados anteriores. A este negocio se viene estudiado, preferiblemente de conservatorio. Ni hablar de ir curtiéndose sobre la marcha en cutres locales nocturnos.
- Trascendencia. Para esto están las letras: barrocas, supuestamente poéticas o épicas según requiera la ocasión, pero por favor nada de bobadas sobre el amor. Bob Dylan había hecho carrera de eso así que tenía que funcionar ¿no?
- Y claro, también algo de emoción, porque sin un mínimo de buenas melodías es difícil que muerda el anzuelo el común de los mortales. Además son útiles como coartada: “veis, podríamos hacer un disco pegadizo y vendible si quisiéramos, pero eso sería demasiado fácil“.
Para que esta enrevesada fórmula funcione hace falta, como es obvio, bastante inspiración. In the court of the Crimson King la tiene a raudales y eso lo convirtió en santo y seña de toda una generación de músicos y en el mito que todavía hoy sigue siendo.
Dicho lo cual me atrevo a afirmar, aunque suene a herejía, que el momento más inspirado del grupo llegaría 12 años más tarde, en el disco Discipline, y es la canción que hoy os traigo. Para entonces King Crimson había evolucionado, no sé si decir degenerado, a algo inclasificable que no era progresivo, y casi ni siquiera rock. De la formación inicial tan solo permanecía su genial e impredecible líder, Robert Fripp, el que se parece en la foto a un comisario político de la extinta Alemania del Este. Discipline es un tostón de disco que, si huele a algo, es a new wave, cosa que tiene bemoles siendo quienes eran los autores.
Es inexplicable que semejante pestiño contenga una canción del calibre del “Matte Kudasai” (que en japonés es una manera muy dulce de decir “espérame por favor”). El modo en que la guitarra solista recrea el grito de las gaviotas al tiempo que delinea la delicada melodía es especialmente memorable. No es solo un felicísimo efecto sonoro: aludiendo al mar, metáfora del desarraigo y la soledad, está delineando también el tema principal de la canción.
Héroes y villanos, artistas del alambre, capaces de lo mejor y de lo peor. Han pecado, es cierto, aunque mucho más por acción que por omisión. ¿Y no es lo primero mil veces más perdonable que lo segundo?
Matte Kudasai / King Crimson
Matte Kudasai / King Crimson letra y traducción
Como supongo que ha quedado claro, King Crimson es un grupo desesperante y hace falta un cedazo bien fino para atrapar las pepitas de oro que arrastra su caudalosa discografía. Algunas de ellas son:
- I talk to the wind. Qué menos que empezar la lista con este tema exquisito, el más logrado de In the court of the Crimson King. Más de seis minutos de puro disfrute prog apto para todos los públicos.
- Prelude: song of the gulls. El acabose: una composición para oboe y conjunto de cuerda que Haydn hubiera firmado sin titubear. Ideal para tomarle el pelo a los cansinos que afirman que “no hay más música de verdad que la clásica”. En Islands, el cuarto LP del grupo.
- Lizard o, para ser más precisos, “Prince Rupert awakes” y “Bolero – The peacock’s tale”, las dos partes iniciales de la mastodóntica pieza de más de 23 minutos que ocupa toda la cara B del disco homónimo. La primera es una balada sencilla pero muy salada, realzada por la angelical voz de Jon Anderson, el cantante de Yes, que actúa como estrella invitada; la segunda, instrumental, retoma el tema de la primera mezclando motivos clásicos con improvisación jazzística y el efecto es apabullante.
11 de junio de 2024:
Por razones que serán claras un día, o mes, o año de estos, me convenía introducir el concepto “hija de la luna” por algún sitio, y este es el obvio, ya que que “Moonchild” es el corte de In the court of the Crimson King que mejor ilustra esa irritante bipolaridad musical de la que os hablaba en el Pleistoceno del blog. Primero (el fragmento descrito como “The dream”), dos minutos melódica y poéticamente sublimes; luego, diez de confusa improvisación (“The illusion”) que imposibilitan su inclusión en cualquier playlist medio verosímil de Spotify. Por fortuna, esto no es Spotify y puedo editar las canciones como me dé la gana, que para eso soy el jefe:
Moonchild – The dream / King Crimson
Moonchild – The dream / King Crimson letra y traducción
Misión “hija de la luna” cumplida. Excepto que uno es un profesional, escribe “Moonchild” en el navegador por no dejar cabos sueltos, y descubre que hay todo un grupo con ese nombre. Y encima, bueno. No sé si habéis oído hablar de los Tiny Desk Concerts. Se trata de unas breves actuaciones, no llegan a la media hora, organizadas por el programa All Songs Considered de la cadena radiofónica NPR Music. Se graban en la minúscula oficina del presentador, Bob Boilen, con los músicos amontonados de cualquiera manera y una (inexplicablemente) soberbia calidad de sonido. Desde 2008 han desfilado por allí un millar de grupos y artistas con los perfiles más variopintos, una veintena de los cuales también han desfilado por aquí, de The Avett Brothers a los Zombies. (Sí. De algún modo siguen vivos, o no-vivos. Y también: si, pongamos por caso, Sting, crees que te ha dado más lustre tocar en ese cuchitril que aparecer en el blog, recapacita, que aquí jamás compartirás escritorio con Omar Montes o Taylor Swift).
Si los queréis ver metidos en faena, buscad su estupendo “tiny concert” en Youtube. A Moonchild, digo, por si habéis perdido el hilo. Es un trío neo-soul muy talentoso, todos multiinstrumentalistas (Andris Mattson, el de la cazadora, toca en la actuación la guitarra, la trompeta y el piano eléctrico —los dos últimos a la vez), de estilo relajado, preciosista y en general perfectamente satisfactorio, aunque peligroso cuando conduces de tres a cinco de la madrugada. La vocalista, Amber Navran, tiene un modo muy agradable y curioso de cantar, como si se quedara sin aire un pelín antes de acabar la frase: yo creo que porque no para, literalmente un momento (al menos en el vídeo), de sonreír. La canción que vais a escuchar es suya y no me extrañaría que autobiográfica, vista la pinta tan buena gente que tiene. Tú no sufras, Amber, hay un millón de tíos mejores que ese paleto, y que sin duda sabrán apreciarte en lo que vales. Si en el ínterin te quitas el tinte rojo del pelo, igual no perjudica.
The list / Moonchild
The list / Moonchild letra y traducción
Gata Kamsky, uno de los más singulares ajedrecistas de la actualidad, nació en Novokuznetsk, una ciudad siberiana, en 1974. Su singularidad no radica en sí mismo, pues dicen que es una persona de lo más educada y amable, sino en el surrealista tándem que formó con su padre Rustam en su primera etapa como jugador.
Rustam Kamsky, un exboxeador que hacía las veces de mánager, portavoz y hasta entrenador (sin saber una palabra de inglés ni de ajedrez) era un voceras ingobernable que llegó, unos meses después de la partida que veremos hoy, a amenazar de muerte a uno de los rivales de su hijo acusándole de tramposo. Era una paranoia que venía de lejos (en 1989 consiguieron asilo político en Estados Unidos tras escapar de la Unión Soviética, con el peregrino alegato de que el campeón del mundo Kasparov, que veía a Gata como una potencial amenaza, estaba haciendo todo lo posible para arruinar su carrera) y que llegó a su culminación en 1996, cuando tras ser netamente derrotado por Karpov en un match por el título del mundo versión FIDE, Gata abandonó el ajedrez, quejándose ahora de que contra la mafia que tenían montada Karpov y la federación internacional era imposible batallar.
Kamsky reapareció por sorpresa en 2004 hecho un hombre, con esposa, un hijo, un título en leyes bajo el brazo y dejándose al ínclito Rustam en casa. Aunque un tanto oxidado por el parón sigue siendo un superclase, como demostró, para sorpresa de propios y extraños, ganando la Copa del Mundo de 2007 y quedándose a paso de disputar de nuevo el título mundial. Hoy mismo, mientras escribo estas líneas, ha estado torturando un buen rato con negras al número 1 del ranking, Magnus Carlsen, en el torneo de Wijk aan Zee en Holanda.
La partida que os propongo se disputó en las eliminatorias para el Campeonato del Mundo de la PCA (era la época del cisma, con dos organizaciones y dos campeones diferentes) y muestra a un Kamsky pletórico dándole un soberano repaso a Kramnik, el mismo que seis años más tarde arrebataría el título al hasta entonces invencible Kasparov. Atención a la kilométrica combinación que se inicia en la jugada 24, un prodigio de cálculo y sutileza.
Kramnik-Kamsky, cuartos de final del Campeonato del Mundo de la PCA (partida 2), Nueva York 1994
Los que compraron entradas para aquella eliminatoria las amortizaron bien porque exactamente un día antes, en la primera partida de su duelo contra Kramnik, Gata ya lo había bordado: un sacrificio de dama en la incandescente variante Botvinnik de la semieslava, y eso solo para empezar.
Que coincidencia, estaba escuchando justo matte kudasai aparte juego ajedrez desde niño, estaba buscando la letra de otro tema (waiting man) y dí con esto 😀 buen blog! suerte!.
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